Narrador lirico nato, su canto es un contar historias de la más honda entraña vernácula; de las costumbres y tradiciones ancestrales de una tierra feraz en prodigios, mitos y atavismos; de saberes y artes que, desde el principio de los tiempos, tejen la memoria del origen que se transmuta en música y fraternidades:
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Y llevo una hamaca grande/
Más grande que el cerro e´Maco/
Pa´que el pueblo vallenato/
Meciéndose en ella cante.
Música que se devuelve a la tierra que la inspira y a través de este mester de juglaría contemporáneo, va por los confines de otros, próximos o remotos universos, diciendo del pueblo y sus gentes: campesinos, artesanos, agricultores, galleros, alfareros, tejedoras de hamacas y mochilas.
De su raza aborigen y de otras que en condición de servidumbre y sometimiento poblaron el territorio; de sus costumbres, sentimientos, amoríos, triunfos y fatalidades; de su travesía cotidiana y permanente comunión con la tierra y la labranza, con el hilo y el barro.
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Ya cantó bien mi machete / la tierra quemada está/
La troja con su trasplante / la lluvia espero/
Para ir a sembrar/
En la narrativa musical de Adolfo Pacheco Anillo, confluye la poesía en su más alta y cultivada forma, la metáfora, para simbolizar en el canto de pájaros y aves de los Montes de María, el más vivo y expresivo sentimiento amoroso; el verso que denota en sus ritmos y cadencias, como el canto de los pájaros, el alma enamorada del campesino que puebla aquellos montes, a la vez que mágicos, trágicos:
En enero joche se cogió / un mochuelo en las montañas de
María/
Y me lo regaló no más / para la novia mía/
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Y esa insondable, acabada construcción lírica y musical, tratado de nostalgias, que es El viejo Miguel, cuyo poder de síntesis connota la portentosa creatividad, el estro poético de ese sanjacintero universal que es Adolfo Pacheco Anillo:
Buscando consuelo, buscando paz / y tranquilidad/
El viejo Miguel del pueblo se fue / muy decepcionado/
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Un merengue clásico, cuya nota bien puede decirse que envuelve en sus tonalidades esa dualidad que en el habitante de estos pagos es vivencia, identidad divisoria entre lo rural y urbano, lo citadino y provinciano, pero que no excluye ni discrimina, acerca y transmuta en poesía, en la más pura y sencilla remembranza lirica sus gozos, pesadumbres y nostalgias:
Yo me desespero, me da dolor / porque la ciudad/
Tiene otro destino / tiene su mal / para el provinciano/
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Yo a mi pueblo no lo llego a cambiar / ni por un imperio /
Yo vivo mejor llevando siempre vida tranquila/
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Del mismo modo y con el mismo ímpetu creativo, propio de quien domina el arte de la composición en sus múltiples manifestaciones, nuestro Adolfo Rafael, de San Jacinto, Bolívar, domina el de la picaresca con garbo y exacta comprensión de la idiosincrasia, usos y costumbres de una región rica y diversa en expresiones del ethos Caribe:
José de la Cruz hermano / alista la policía/
Que ahí viene Carmen García / con un revólver en mano/
Y viene con gafas negras / para ocultar el dolor/
Que por culpa de los celos / le rompe su corazón/
Y me hace pasar la pena / gritándome a boca llena/
Espérame allí traidor/
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Escucha Carmen García / puedes preguntarle al Negro/
Solo voy a Gallo Bueno / por tomar cerveza fría/
Lirico nato, compositor y músico, Adolfo Pacheco Anillo, de San Jacinto, Montes de María, mester de juglaría que canta, cuenta y pinta; Caribe universal que nos trasciende y reafirma en nuestra identidad:
Saco cuadros del folclor / y de la naturaleza /
Pinto negra la tristeza / la acuarela del dolor /
Y pinto al óleo el amor / sin pincel y sin paleta /
Buscando como el poeta / la armonía en el color /
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Yo pinté la hamaca grande / con magníficos colores /
Y dibuje la nostalgia haciendo El viejo Miguel /
La pureza pincelé con Mercedes / y El Mochuelo /
Poeta
@CristoGarciaTap