Retomamos el tema del Mejía poeta que presentamos en una entrega anterior de esta columna. Y hay que decir de esos pocos poema que ellos constituyen el referente primordial de esta aproximación a un Mejía de preocupaciones profundamente espirituales, que sirven además para contrastar con el carácter, digamos sensualista, de la mayor parte de las preocupaciones temáticas de su obra musical, y que permite que tengamos a Mejía, al margen de sus otras tendencias arriba señaladas, como un artista fundamentalmente bifronte en cuyo malestar creativo se debatían de manera permanente lo popular y lo cu1to. Aquí cabe rescatar para nuestro propósito una breve reflexión de Enrique Muñoz aplicada a un poema de Mejía, pero que puede hacerse extensiva al resto de poemas para hacerla categórica y definitoria de la totalidad de sus versos. Dice Muñoz: "Los elementos teológicos y las categorías filosóficas y físicas en Mejía, conforman el cuadro de cómo un hombre instalado en el solar cartagenero, podría abrirse hacia los espacios de la universalidad". Contradice eso también la cantinela insulsa que pretende inhabilitarnos para la reflexión filosófica, el ensayo profundo y la poesía de ideas, porque estamos condenados a una narrativa de anécdotas, al traqueteo fatal de los tambores, a la rumba irreflexiva y la demasiada alegría. Esos poemas de Mejía, pocos sí, nos dicen otra cosa muy distinta.
Y es aquí donde debemos detenernos primero: la obra de Mejía está animada de manera clara y reconocida como bondad primordial en el concierto de la música elaborada en Colombia, como una música que fundamenta su esencia en los motivos sanamente nacionalistas de nuestros valores populares, o bien en motivos centrados en aspectos culturales propios de la herencia española y europea inherentes a nuestro mestizaje cultural. En ese sentido yo no dudo en asimilar la importancia cultural de Mejía, haciendo las naturales salvedades de contexto, a fenómenos que representaron para sus correspondientes experiencias hombres como Cervantes o Saumell, en Cuba; Ginastera en Argentina; Chávez o Revueltas en México; y Villalobos en Brasil. Sin embargo, no podemos en modo alguno trazar límites precisos e inamovibles en la vida y obra de un hombre como Mejía, porque si somos un tanto más observadores podemos definir que hay en su obra musical también una dimensión de cierta gravedad y trascendencia que se hace patente y sensible en sus poemas sinfónicos Íntima y América, por ejemplo, en su Preludio a la Tercera Salida del Quijote, y en el caso de sus dos Homenajes.
No dudo en asimilar la importancia cultural de Mejía,
a fenómenos que representaron para sus correspondientes experiencias
Cervantes o Saumell, en Cuba; Ginastera en Argentina; Chávez o Revueltas
en México; y Villalobos en Brasil
Pero los motivos temáticos que soportan todas esas piezas poemáticas que conocemos de Mejía están circunscritas a una honda preocupación filosófica y metafísica que revela una lucha, un forcejeo primordial entre el ser y el no ser, el estar y el no estar, una duda fundamental que el poeta resuelve alzando una mirada casi mística hacia el cielo para hallar en la instancia definitiva del creador una respuesta. Es el debate profundo de un individuo problematizado por las grandes preguntas de todos los tiempos, por hallar una luz de sosiego en un caos que no es social ni político, que para este hablante poético en Mejía es esencialmente cósmico, aunque esta cosmicidad puede en algún momento resultar una treta metafórica del poeta.
Mejía acude estilísticamente a una expresión casi siempre antitética y paradojal, en la que en un regodeo del oxímoron, que pareciera desbordarse pero que al final se contiene, se permite poner de manifiesto esa contraposición esencial que antes mencionaba. Toda esa problematización filosófica de los poemas de Mejía está puesta en términos de contrariedad dialógica. Es un juego de espejos que reflejan un ser que es y no es, en conflicto consigo mismo y con el universo en sus términos más ambiciosos: como el canto que no canta y la silva de silbos que no logran nada, en el poema Loca; el silencio tremendo, absoluto, que ya no era silencio de silencio que era, en el poema Él; el silencio amoroso en No voz, que es un soplo lejano, un eco misterioso que dice mucho más; la declarada inexistencia del miedo y de la angustia en el poema Dónde, y sin embargo todo era angustia miedo en derredor; el poeta que es al mismo tiempo perseguidor y huyente de sí mismo en Ha llegado este día; o la constatación tranquila y terrible al mismo tiempo del que ha logrado llegar al fondo de sí mismo y allí descubrir que no va ni viene, ni transcurre, ni es alguien que está en alguna parte, como ocurre precisamente en el poema Yo he logrado; o también en el bellísimo texto titulado La Ventana, en el que dice: “Porque vivo muriendo renazco a cada instante, viajero de mí mismo en pos de mi final”.