Administrando el mundo

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La desenfocada evolución capitalista fue tal que lo inmoral se volvió natural, pesaron más los resultados que los medios y tener adquirió mayor estatus e importancia que ser

Por: HECTOR ARTURO GOMEZ MARTINEZ
marzo 15, 2018
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Administrando el mundo

El proselitismo político desatado en forma velada desde hace tiempo, pero impulsado ahora en forma abierta en razón a las campañas electorales, revive los discursos en los que cada candidato recurre a la mención de los valores y principios eternos y universales, más con el afán de embelesar incautos y capturar votos que por fortalecerlos y vivirlos plenamente desde su propia intimidad, pues la incoherencia entre sus palabras y sus actos —borrados por la manipulación informativa y la veleidad de la memoria colectiva— solo demuestran que en una sociedad enferma y con afugias tanto como para vender la dignidad de su conciencia, solo aplican las arengas del momento, y los recursos asignados de cualquier forma para minimizar el tamaño de las necesidades'.

En apariencia, pareciera ser que conceptos como armonía, respeto, solidaridad, medio ambiente, ecosistema, multiétnico y otros que tienen que ver con la convivencia y el entorno habilitado y habitado por el hombre, fueran descubrimientos de una modernidad que esboza hipótesis y teorías fomentadas por una academia que empieza a desarrollarse e imponerse con el aval gubernamental o estatal, a través de instituciones y de una burocracia no siempre eficiente, que minimiza la circunstancia de que ya en el pasado, el sentido común, la herencia educativa y formativa del hogar, las escuelas y colegios, y una cultura comunitaria afincada en el bien común para impulsar la solidaridad y la convivencia, eran la respuesta a un profundo y amoroso respeto por el otro, y la representación de un culto a la Madre Tierra que ostentaba un carácter casi místico, fomentando de esta manera la convivencia y el cuidado de un entorno que proveía el trabajo y el sustento.

La desenfocada evolución capitalista, las ansias de riqueza y de dominio, la expansión económica y territorial, el deseo de conquista, y la perenne rivalidad humana que a falta de delicadeza y de respeto convirtió el surgimiento individual o el manipulado nacionalismo en meta y fin de todos sus propósitos, (aún a costa del bienestar general y con el uso de la fuerza atropellante, la violencia indiscriminada, el chantaje, la extorsión, la intriga y toda clase de manipulaciones)…, consiguieron durante décadas de aplicación sistemática de estos métodos que los valores y principios de una sociedad obligada a avanzar hacia la convivencia y al mejor estar de todos sus integrantes, se diluyeran en forma escalonada hasta transgredir y trastocar aquello que en honor a la vida, a su dignidad y valor, a sus derechos naturales y consecuentes, debería permanecer incólume a través del tiempo y las transformaciones sociales.

De esta forma, lo inmoral o carente de ética se volvió natural; pudieron y pesaron más los resultados que los medios; tener adquirió mayor estatus e importancia que ser; el empeño de la palabra quedó relegada a una costumbre de los tiempos idos; el oportunismo arbitrario que pasó por encima del respeto y los limitantes naturales, se convirtió en símbolo de viveza y agilidad mental; y la agresión al otro desplegada como un arte del engaño y la habilidad para inducir a error estafando la buena fe y la credibilidad individual y colectiva, fue el pasaporte para hacerse a bienes y riquezas, a reconocimientos y prestigios, o a honores y prebendas otorgadas de todas maneras por una sociedad enferma y olvidadiza, que hizo del brillo y la ostentación un pedestal apisonado y sostenido por la vanidad y la adulación de diferentes áulicos, beneficiados de una u otra forma con semejantes desempeños.

Para colmo, tanta repetición de una maldad que por cotidiana se volvió corriente, encausó a la sociedad a un adormecimiento de su sensibilidad y capacidad de reacción, hasta volverla irónicamente tolerante con el crimen y la desfachatez, y no con la convivencia y el desarrollo integral y humanista que debería fomentarse e inducirse.

Y en ese marco descompuesto y tormentoso van tomando auge las palabras que involucran los valores, pero sólo para vender una imagen que resulta pintoresca, al ser utilizadas con astucia para enarbolar a nombre del servicio social un afán de lucha que los falsos líderes no tienen, como no sea el del enriquecimiento personal y el usufructo de los hilos del poder alrededor del cual se levantan verdaderas instituciones donde vegetan unos o intentan hacer labor otros pocos, amparados bien o mal por la comodidad del presupuesto público del que devengan y alimentan su riqueza, mientras la generalidad del conglomerado se aboca a una lucha esforzada e infructífera, que solo desata las historias y leyendas de un drama humano y social con poca resonancia en la memoria.

Los valores aludidos en las primeras palabras del presente escrito, contienen actitudes poderosas que definen el bien ser, pero que resultan utilizadas por los rapaces de turno en frases de cliché para capturar incautos y con su pronunciamiento pasional pero incierto salir elegidos, porque de ser asumidas con rigor y coherencia conllevarían al bien hacer, al bien estar y al bien tener al que todos de alguna forma aspiramos, en una secuencia escalonada y firme del verdadero proceso individual y colectivo al que una sociedad iluminada debería dirigirse.

Porque con su aceptación y aplicación convencida en todos los actos de la vida, esos valores vivos generarían un movimiento renovador, sólido y creíble para conseguir por fin la armonía, la integración y la convivencia requerida entre los hombres, conllevando en su interior toda una filosofía e ideología a la que el mundo debe mirar con seriedad y suficiencia, para que la Humanidad permanezca como raza y llegue en armonía a gobernar al mundo, con el verdadero sentido de administración, progreso y convivencia que alguna vez definió el mandato bíblico en el origen de los tiempos.

Es la única manera de generar la solidaridad y cooperación redistribuyendo la riqueza en las que se incluya a cada hombre de la Tierra, dejando atrás la egolatría, la soberbia, la codicia y el egoísmo bajo los cuales se han construido los imperios, donde se yerguen unos cuantos a costa de las mayorías pisoteadas, maltratadas y mantenidas en una ignorancia que sostiene y adula a los oportunistas y manipuladores, auspiciando cada vez los espejismos de una esperanza que no se concreta nunca, para mantener en el tiempo el engranaje de un sistema con el que se juega en cada oportunidad, anunciando novedosos y renovadores estilos de gobierno, mismos que sin valores ni principios siempre ha intentado a conveniencia el hombre, sin lograr disipar ni la inequidad, ni los desafueros, ni los abismos donde se prolongan los agrios, permanentes y reinventados enfrentamientos a los que conduce la injusticia.

Por eso los valores y principios no pueden solo ser parte de un discurso convencedor y victorioso, que conoce y asimila la perdurabilidad de la esencia que contienen pero que no se aplican para continuar usurpando a conveniencia el desequilibrio que registra la balanza, sino que de verdad deben asumirse desde lo individual hasta lo colectivo, para que puestos en marcha desde los actos simples de la vida esta reoriente el mundo hacia la plataforma de la convivencia, la solidaridad, la cooperación, la equidad y la justicia, que no son más que los ingredientes necesarios e ineludibles para sembrar la paz estable y definitiva, de la que se cosechen los frutos que han de trascender entre los pueblos y las razas, para llevarlos al desarrollo y al progreso integral y humanista que las naciones reclaman en el mundo.

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