Durante la campaña Bush-Kerry del 2004 el psicólogo Drew Western escaneó el cerebro de 15 republicanos y 15 demócratas mientras escuchaban a los candidatos presidenciales y a personas irrelevantes para el caso como al actor Tom Hanks. Todas las frases eran lógicamente contradictorias. El resultado: el cerebro bloqueó lo que no quería ver. Todos identificaron la contradicción de Hanks y las del candidato contrario pero ninguno aceptó que el suyo se equivocaba.
En efecto: es difícil convencer a alguien de que está en el error así se le brinden pruebas para confirmarlo. Cuando se acusó a Obama de ser un inmigrante nacido en Kenia, por ejemplo, sus representantes difundieron por los medios el certificado que corroboraba su nacimiento en Hawai. El resultado: quienes estaban convencidos de que el presidente era extranjero siguieron estándolo; “si tiene que salir a los medios a probarlo es porque hay gato encerrado”. Si no hubiera salido a mostrar el certificado hubieran pensando: “el que calla otorga”.
Las reacciones frente a los diálogos con las Farc no distan mucho del caso anterior: hay quienes creen que las negociaciones no son una opción, y quienes creen que son la única. Ambas posturas son coherentes: si se negocia, se suspende la justicia. Quien peca, realmente no paga. Pero si no se negocia, se hará justicia hasta que el país perezca. Haciendo a un lado las complejidades, es una elección del mal menor, y qué mal se elija depende de intereses, ideas, proyectos, predisposiciones de carácter, recuerdos, emociones, en fin, de cualquier cosa menos de la deliberación.
Y quizá ese sea el punto: la utopía de la ilustración se acabó —si es que existió—. La discusión es una reafirmación: se pone en juego lo que se cree, o mejor, lo que se quiere creer y nadie está muy dispuesto a ceder. No en vano, los estudios muestran que las personas leen, ven y oyen únicamente los medios que reafirman sus ideas. Liberales a liberales, conservadores a conservadores, verdes a verdes, y así. Se lee lo que se conoce… ¿para tranquilizarse? Quizá. Como lo sugiere Mc Luhan: el medio es el masaje y no el mensaje.
Ahora bien, si ni por curiosidad antropológica se escucha al contrario, ¿qué hacemos con la llamada “discusión pública”? ¿Se trata de un mero encuentro de pasiones, ideas e intereses en donde lo único que se logra es que cada una siga, como venía, su curso? ¿Hay alguna posibilidad de consenso? ¿Escuchamos a la diferencia? Lo más seguro es que no. Pero no por eso se acaba el mundo. No es el acuerdo lo que se requiere para que siga su marcha. Nunca se ha tenido. Y quizá nunca lo tendremos. Y aún así, entre uno y otro tropiezo, las cosas parecen seguir funcionando.