Machista, xenófobo, racista, segregacionista, estrafalario, grotesco, payasesco, estrambótico, apocalíptico, fundamentalista, mentiroso, histérico, megalómano, conspiranoide, troglodita, energúmeno…. Ah bueno, y también amigo de Uribe. Definitivamente es un exabrupto que un individuo tan ramplón haya llegado a la presidencia de los Estados Unidos. En consonancia con lo anterior, el mundo de hoy brilla por su locura y ridiculez, y un buen ejemplo de ello es la actitud de millones de seguidores del magnate que se dejaron ilusionar por un espejismo que desató una tormenta política de pronóstico reservado. Como dijo el gran escritor estadounidense Henry Miller hablando de su misma gente: son “robots que avanzan con la Biblia en una mano y un fusil en la otra”. Pues bien, en estos momentos gracias al extremismo de Trump, el yanqui se convirtió en lobo para el yanqui.
A propósito, ahora Joe Biden debe asumir el rol de apaga incendios para reconstruir un país hecho pedazos a causa de las divisiones radicales. En todo caso, esa falta de unidad en una nación que se llama Estados Unidos es algo que suena paradójicamente ridículo.
Regresando con nuestro invitado peliteñido y estrafalario, ese protagonismo obsesivo parece un guion extractado de una historia de suspenso y terror tipo Alfred Hitchcock. En esta misma línea, que millones de gringos y no gringos se hayan tragado tamaña engañifa demuestra que una gran porción de la humanidad no tiene la suficiente materia gris para aprender de las trágicas lecciones del pasado. Y me temo que muchos neroncitos y napoleoncitos y hitlercitos y stalincitos y maotse-tungcitos tiernos están por ingresar a las últimas páginas de la historia sangrienta de los totalitaristas.
Al menos yo la tengo clara, no sé ustedes: lo único infinito del universo conocido es la maldad humana y su estupidez inseparable. ¿De qué otra forma me explica usted, estimado y paciente y quizás sufrido lector, que la gente sea tan ciega, tan ignorante para que se la pase besándole las suelas a sus propios verdugos? A veces pienso que si alguien montara una cadena de restaurantes que ofrezca como único menú mierda y solo mierda se convertiría en un multimillonario en pocos días. Aprovechen que me suelen llegar ideas geniales, y dado que tengo vocación de frailecillo franciscano las reparto a diestra y siniestra. Ya saben pues como volverse ricos en un dos por tres. Porque sí, admitámoslo, el autodenominado ser humano tiene mucho de masoquista. Al menos en la actualidad yo veo que la gente elige lo feo, lo repugnante, lo grotesco, lo hediondo, lo falso, lo superfluo, lo vulgar, lo monstruoso, lo perverso, lo rastrero.
¿Pero en qué estaba? Ah sí, le estaba dando mi cariñosito y amoroso adiós, o un hasta pronto pues nunca se sabe, a míster Trump. Chao, ilusionista prepotente, embaucador de sueños, mi diosito patético de realidad alterna; quiero decir pobre diablo.