El adiós a Nicolás Suescún

El adiós a Nicolás Suescún

En los Jardínes del Recuerdo, entre 11 a.m y 1: 00 p.m, los amigos del poeta, traductor y analista internacional podrán despedirlo hoy 17 de abril

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abril 17, 2017
El adiós a Nicolás Suescún

El siguiente texto fue publicado por el periodista Carlos Mauricio Vega en El Espectador recordando a su amigo y colega en la Revista Cromos.

El adiós a Nicolás Suescún

“El retorno a casa”, “El último escalón”, “Oniromanía” y “El extraño y otros cuentos” fueron algunas de las publicaciones de este poeta, traductor, profesor, periodista y diseñador gráfico que murió el viernes en Bogotá.

Se fue Nicolás Suescún, mi paciente compañero de oficina en Cromos, amigo y maestro de la época en la que yo escribía crónicas locas y él traducía, traducía, traducía... y muchas veces se quedaba mirando al vacío, inmóvil, mientras el cigarrillo le quemaba los nudillos y él esperaba que a sus ojos claros llegara la idea precisa.

Su escritorio era una montaña llena de misteriosos estratos y vetas diversas: desde despachos de agencias de prensa y decenas de fotografías cuyas leyendas había que verter al español, hasta artículos del Spiegel o del New Yorker con cuyos insumos elaboraba Nicolás vibrantes versiones sobre temas de actualidad en minutos.

Tradujo de todo: desde y hacia el inglés y el francés, desde Rimbaud hasta el más humilde periodista, y en el entretanto producía sus poemas y cuentos, redondos y breves como textos de Rulfo. Me abrió la mente a la poesía contemporánea y al mundo de la crítica literaria que ejercía el grupo de la revista Eco, editada bajo el auspicio del librero Buchholz y al lado de gentes como Hernando Valencia Goelkel, Ernesto Volkening y Juan Gustavo Cobo.

Andando el tiempo, descubrí que era de él la magnífica versión en castellano de One River que circula entre nosotros. De él me dijo Wade Davis (a quien entrevisté para un perfil de próxima aparición), que al traducirlo, El Río se había convertido en una obra más de Nicolás que de Wade. “Se apropió de tal manera del texto que al leerlo en español me parece magnífico y ajeno y muchas veces necesito de un buen traductor para entenderme”.

 

Dos poemas para recordar a Nicolás Suescún

 

No depende de mí

 

No depende de mí.

Es algo que se contrae y se expande

sin que yo pueda hacer algo al respecto.

Sin embargo,

me han aconsejado que sea prudente,

que reconozca mi impotencia en esta materia.

No depende de mí,

pero siento en el fondo que debo hacer algo, aunque no resuelva ni siquiera el problema de la identidad del desconocido que no quiso participar en esta tarea que me he impuesto, sin saber muy bien de qué se trata, como si me la hubieran dictado en un sueño que he olvidado.

No depende de mí,

sino de algo que me mueve y me lleva

más allá de lo razonable y lo sensato,

quizás más allá de la locura,

en un punto donde ésta da la vuelta

y llega —¡oh, milagro!— a la suprema cordura, donde la emoción y la razón son una y la misma cosa.

No depende de mí,

porque nada de lo que he escrito

ha sido razonado, pensado, planeado,

o hecho con alguna intención

que no sea el acto mismo de escribir

lo que siento muy hondo, muy hondo.

No, no depende de mí.

 

El filósofo

 

¿Está el filósofo en la foto

en blanco y negro

contra un fondo de árboles

con grandes flores blancas,

o bajo un cielo poblado

de enormes estrellas?

¿Y está él iluminado,

muy blanca su camisa

y su mata de pelo,

por el sol, o bajo la luz,

muy blanca, de la luna?

¿Y qué está explicando

con esa mano fuerte, levantada?

¿Acaso que la realidad

tiene dos o más explicaciones

pero es una misma realidad?

Pues solo la foto, y él la explica

sin darse cuenta

—su trabajo es explicar

incansablemente

el ser y el mundo—

nos demuestra

que la luz de la luna

es la misma —reflejada—

luz del sol, que la ilumina.

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