Se fue el mes del Mundial como un soplo, como los 20 años del tango. Y nos deja como siempre nostalgias de lo que pudo ser y no fue. Ver a Inglaterra contra Bélgica, jugando por el tercer puesto, aumenta la tristeza: podíamos haberles ganado. Los respetamos, más de lo recomendable cuando lo que se busca es la gloria.
Pékerman en su intimidad se estará rascando la cabeza, pensando "¿cómo no pudimos ganarle a ese equipo?". Más historia que fútbol, "limitadito" por donde se lo mire. Tosco y vulgar a ratos.
Pero nos faltó creérnoslo. En lugar de tres mediocampistas defensivos, debimos salir a arrinconar a los ingleses con elementos creativos. Falló la cabeza. Salimos a defendernos cuando era el momento histórico de ir con los dientes sanguinolentos a morder.
Para otra vez será, ¿qué le vamos a hacer? Se va el Mundial, aunque al menos nos quitamos de encima, por un tiempo, a los comentaristas y narradores de la televisión colombiana.
Fastidiosos como ellos solos, con su alboroto casi siempre innecesario, con su histeria narrativa, y sus pobres pronósticos.
Gol de Bélgica. “Nos aprestamos a ver un partido con muchos goles”, dice Bonnet emocionado. Dicho y hecho: hasta ahí llegaron los goles; solo hubo dos y el último en las postrimerías del partido.
Los lugares comunes y la pobreza verbal: las frases repetidas que son como el chiste oído mil veces que ya no tiene gracia: “Y cómo le pegaste a esa pelota”, “Y tú tranquilo”, y “chao papá”. Dan ganas de tirarse por un precipicio para no oírlos más. Por eso descansaremos del Mundial, de las pobres, pobrísimas transmisiones de Caracol y RCN, de los reporteros con la gente saltando atrás, los cánticos destemplados. Gracias a Dios, adiós Mundial.