El 21 de octubre del 2018 Armando Manzanero dio, ante un teatro ABC a reventar, el último concierto en Bogotá. Los que fuimos creíamos que no iba a ser el último. En ese momento tenía 83 años y la vitalidad y energía de un Rolling Stone. Era de la raza de los Charles Aznavour, de las Chavela Vargas que preferían que la muerte los sorprendiera en una gira a tener que retirarse a sus cuarteles de invierno a esperarla. Fueron dos horas electrizantes. Lloramos en familia y lamentamos además que ya nadie compusiera canciones de amor con tanto sentimiento.
Pero el COVID 19 es el gran destructor de vidas, de esperanzas, e leyendas. Hoy, después de estar una semana peleando contra el virus, Armando Manzanero murió en un hospital de Ciudad de México. Con él termina un periodo, el más glorioso que cualquier país Latinoamericano hubiera vivido. Es que todo el continente se arremolinó, tal vez desde 1943, cuando Jorge Negrete protagonizó junto a María Félix El peñón de las ánimas, la irregular adaptación de Luis Buñuel de Cumbres Borrascosas, la ranchera se impuso como una dictadura. Era tanta la fiebre que en las ciudades colombianas habían teatros creados exclusivamente para ver películas filmadas en Churrubusco Azteca, los estudios que rivalizaban con Hollywood o Cinecitta.
Y entonces eran Pedro Infante, el Trio Calaveras, Javier Solis, Pedro Vargas, y José Alfredo por supuesto, los que se bañaron en ese océano de éxito que eran las rancheras y los boleros. Aún hoy encuentra nostálgicos de esas canciones de Los Panchos donde en el rasgueo melancólico de una guitarra se susurraba que Sin ti, no podré vivir jamás.
Manzanero compuso su primera canción a los 15 años, en 1950, cuando se vivía la edad dorada de la canción mexicana. La melodía se titulaba Nunca en el mundo y era un bolero, por supuesto. Desde entonces trabajó en las sombras y compuso canciones para monstruos como José Alfredo Jimenez, Libertad Lamarque, Pedro Vargas, Angelica Maria, Elvis Presley o Vicente Fernandez. Sólo a los 32 años, en 1967, se decide a cantar y graba su primer disco, titulado Mi primera grabación. Fue un éxito inmediato.
El maestro se va en el peor año de la humanidad y nos deja en el peor de los panoramas musicales: con el rock aniquilado, la balada destruida, el jazz, el bolero y la salsa convertidos en música culta, de museo, la música popular queda abandonada a los caprichos del reggeaton. Con él se va el último de los grandes compositores de México, esos que podían clasificarse de maestros inmortales del amor como Agustín Lara, José Alfredo, Juan Gabriel y Manzanero. Será pasar estos últimos días del más infausto de los años escuchando la melancolía gloriosa de Esta tarde vi llover o la preciosa inocencia de Somos novios. Quedamos expuestos al meneo de cola de Maluma, J Balvin y Bad Bunny. Podré ser un viejo retrógrado pero los estándares para hacer música, los controles de calidad, han caído para siempre. Con la muerte de Manzanero la música latinoamericana tal vez recibe el peor golpe en su peor momento. Podrán ganar todos los Grammys que quiera Camilo y compañía, pero el corazón no lo podrán ganar jamás.
Para el recuerdo, la primera intrepetación que dio este monstruo de esa belleza llamada Adoro: