Lucas Villa se fue, Lucas Villa nos dijo adiós a su manera, Lucas Villa nos recordó con su protesta artística lo que había escrito Nietzsche hace ya muchos años: “El bailarín es el que sabe escuchar a su cuerpo, el que sabe ser a la vez de la tierra y del cielo, el que conoce la embriaguez y el éxtasis, el que sabe convertirse en un intempestivo, el que transfigura su fuerza y poder en gracia. O si no, quién es aquel que expresa mejor la alegría y la gran salud, quién es el que mejor sabe reír y el que festeja mejor la vida, sino el bailarín?”.
Parece que en Colombia festejar la vida equivale directamente hoy en día a cometer un horrendo delito, nuestro país ha sido el moribundo foco de interacción entre el mal primigenio y la sociedad desactualizada de todo valor humano, de todo contexto respetuoso hacia la opinión diversa.
Una guerra civil asecha y un golpe de Estado se forma; nos hemos visto, como colombianos, encerrados en una cárcel de púas democráticas, de balas sociales de lacrimogenita desesperanza.
Estamos en el interior de una cárcel con las puertas abiertas, donde el que tiene una barba larga puede ser un gamín, donde el que se deja crecer el pelo puede ser un vándalo, donde el que vive en un círculo de alegría cultural es casi, casi, un guerrillero.
Ha muerto un poco más el espíritu de alegría en nuestro país. Hoy nos llamamos un poco menos Colombia y un poco más régimen. Hoy el color rojo de nuestra bandera solo nos trae malos recuerdos.
Gracias Lucas, sigue bailando en algún lugar.