El 13 de junio de 1954 la pequeña María Eugenia Dávila se encontraba con Mamá Rosa –su abuela- y su madre Lila viendo la primera transmisión de televisión en el país. Ella, nacida en el seno de una familia de actores cuyos abuelos tuvieron un grupo teatral que recorrió la Gran Antioquia entre 1888 y 1935, se dejó llevar por la vida y siguió el destino que ya estaba escrito para ella; ser una estrella de esa pantalla chica a la cual dedicaría la vida que tenía por delante.
La primera frase que recitó en escena fue junto a su madre en la obra Genoveva de Brabante, tenía solamente tres años. La pequeña, hasta entonces solamente actuaba ante el espejo, veía a su progenitora desde el camerino y no perdía oportunidad para representar con sus muñecas las radionovelas de la década de los 50. A los seis interpretó a un personaje crucial dentro de su carrera como actriz; al Niño Jesús. En ese momento supo que quería más, y más personajes. Después siguió un conejo en un programa para la recién estrenada televisión nacional, que se termina convirtiendo en el primer protagónico de María Eugenia Dávila pues la protagonista original no apareció por ningún lado al momento de grabar, y la pequeña terminó asumiendo tal responsabilidad.
A los doce ya había hecho varios papeles con Alicia del Carpio, como en Claudia y sus fantasmas donde era la niña que creó un fantasma y hablaba con él. Para entonces la niña era reconocida en el medio y alternaba la actuación con el estudio. Hasta aquél momento de la vida lo más difícil que había afrontado era la ruptura del matrimonio de su madre, que a su vez fue el gran amor de su vida. Siempre añoró una figura paterna y a la falta de esta le atribuyó el haber sido una niña sumamente tímida quien no hacía lo mismo que las demás, ni era como ellas. El primer libro que leyó fue La Plenitud de la Vida, de Sartre y siguió con Gente de Dublin, de James Joyce. Temas densos a los que llegó impulsada por la soledad, la introspección y la precocidad.
Luego vendrían los teleteatros representando cuentos infantiles y el trabajo con Bernardo Romero Lozano quien fue su único maestro pues nunca estudió Arte Dramático. Se consideraba una actriz empírica y autodidacta, por eso mismo era muy receptiva a enriquecerse culturalmente. Siempre se preocupó por ver y analizar producciones de grandes directores como Vitorio de Sica, por el cine polaco, el teatro ruso y la comedia. Cuando tenía 19 se fue a México para hacer una serie Miércoles de amor, junto a Miguel Palmer. En el país azteca también hizo tres películas además de un par de telenovelas y una que otra comedia. A Colombia volvería en el 72 para comenzar con los que serían los años dorados de su carrera.
Su única frustración fue no haber tenido la oportunidad de desarrollarse como cantante ni haber expandido su carrera internacionalmente, como hubiera podido hacer si hubiera aprovechado mejor las oportunidades que se le presentaban. Llegó al mundo un 9 de mayo de 1949 en Medellín, y se iría otro 9 de mayo 66 años después, cual estrella fugaz que nos deslumbró con su estera. María Eugenia siempre quiso ser como Elizabeth Taylor y en efecto se convirtió en lo más cercano que Colombia ha tenido a la mujer de los ojos violeta. Noche tras noche el país se paralizaba por verla. Así fue durante los 70 y los 80. Todo el país supo también de su posterior decadencia, sus problemas con el alcohol y las drogas o de lo difíciles que fueron sus últimos años. Sin embargo de eso ya se ha hablado mucho, por lo cual hoy preferimos quedarnos simplemente con la imagen de su tez blanca y sus enormes ojos verdes inmortalizados para siempre en el imaginario nacional.
Gracias María Eugenia.
Por @enriquecart