Adiós, Gustavo Goce

Adiós, Gustavo Goce

El Goce Pagano fue el templo de la salsa por donde pasó toda la intelectualidad colombiana. Su anfitrión, Gustavo Bustamante, partió esta semana

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noviembre 12, 2018
Adiós, Gustavo Goce
Foto: Nodal cultura

El Goce Pagano fue centro fundamental de la cultura, la fiesta y la alegría en Colombia en los años 80. Para muchos marcó la llegada de la salsa a Bogotá en ese pequeño espacio de la calle 23 con 13A, donde se daban cita creadores e intelectuales, mujeres y hombres, con otros seres especiales, los negros del Pacífico y rumberos de todo tipo. Un espacio en el que no existían diferencias sociales, se bailaba mientras los cuerpos se llenaban de sudor, y se debatía hasta altas horas de la madrugada sobre lo divino y lo humano. En el Goce cada noche nacían y morían amores. Allí se lanzaban libros, se pasan documentales especiales, se hacían lecturas de textos, recitales como el de Teresita Gómez, a la luz de las velas, para el cual fue necesario medio desbaratar espacios y el piano para introducirlo. Gustavo publicaba cada mes Los Papeles del Goce, con obras especiales como la primera novela de Tomás González “Primero estaba el mar”, o algunos otros textos inéditos y traducciones como la de “El niño grapiuña”, de Jorge Amado, sobre la cual el autor se refirió elogiosamente enviando felicitaciones “a los piratas colombianos”, y lastimosamente se frustró su prometida visita a lanzar el libro, encuentro al cual Gustavo le había puesto todo su empeño.

En abril pasado, durante la rumba en homenaje a Gustavo en el Goce, cuando se supo de su enfermedad, él, un ser muy parco en elogios, me dio las gracias por lo que a él y a su sitio atañe en la novela "A pesar de la noche". Este es un aparte sobre Gustavo:

“Soy el duro, el barman, el dueño del negocio; soy el que despacha, atiende y conversa. Y discute. Soy el duro porque la vida me ha curtido. No le como cuento a nadie ni a nada. Todos se venden: por tres migajas de pan, por una beca, por un puesto, por un viaje. Yo soy el que me conservo; el que me mantengo firme, sólido, como una roca, inamovible. El otro día se la monté a un amigo; lo jodí y lo jodí, hasta que me respondió que yo vivo de vender alcohol, de joder a la gente, de envenenarla; pero yo vendo alcohol, no los obligo a que lo compren o a que se lo beban. Claro que en medio de la dureza a veces soy tierno. Ocurre ya entrada, muy entrada la noche, a eso de las tres o cuatro de la mañana, cuando ya estamos pasados y divertidos, en uno de esos días en que tengo chispa, rio mucho y cuento historias; uno de esos días en que no se la monto a alguien, en que no se la dedico a nadie. Es que yo soy una especie de justiciero, de cobrador —sí, como El cobrador, de Rubem Fonseca—; mi deber es cantársela a la gente, hacerles ver su doble moral, porque no está bien que vivan bien y sosegados mientras el mundo está jodido. Es que si el mundo está llevado debe serlo para todos, no para unos pocos. Ellos, que han visto la luz, no pueden cerrar los ojos. Mi deber es ese, no dejarlos tranquilos, hacer que sus conciencias despierten. Soy uno de los últimos radicales que existen. Es que hay muchos medias tintas que se hacen los bobos, pero son entregados y arribistas.

¿El amor? Son mis dos hijos. He estado con mujeres, con varias mujeres, pero aparte de unas pocas, no duramos mucho. Lo que más vale la pena es el intelecto y el ser fuerte para recordarles a los otros que no olviden sus compromisos. Me gusta vivir solo, rodeado de mis libros; libros por todas partes: en los cuartos, en el piso, en el baño, en la cocina. Libros, libros, libros. Debajo del colchón, en las repisas, en los marcos de las ventanas, je, je; libros, esos son mis compañeros, los que me dan la fuerza. Además de joder a muchos, a los que se les olvidan sus compromisos, tengo un lado bueno: soy un tipo solidario. Con la gente que han perseguido, detenido, herido o asesinado, siempre he sido firme. El más firme. Soy firme pa lo que sea. Y generoso. Por eso soy uno de los últimos radicales, como ya les había contado. También hay noches en que reímos, cantamos, bailamos, disfrutamos. El bar es el sitio. El lugar de encuentro de todos. Aquí se lee, se discute, se juega ajedrez, se ven películas. Se discute. Se baila. Se goza. Se discute. Se enamora. Se publican textos. Se hacen traducciones. Se discute. Se dialoga. Se publican novelas inéditas. Se conversa. Se discute. Se lanzan libros. Y sí, se habla, se conversa, se discute. Sí, se discute”.

Y para despedir a Gustavo, al igual que lo hicimos en su momento con Diego Álvarez en el Goce Pagano, Las tumbas, en la voz de Ismael Rivera.

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