Adiós, Donald Trump, adiós

Adiós, Donald Trump, adiós

¿Será que los Estados Unidos siguen siendo el faro de la democracia?

Por: Carlos Tamara
enero 15, 2021
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Adiós, Donald Trump, adiós

Las elecciones para los republicanos al fin significaron un desastre. Cualquiera puede detenerse en mitad de la calle a verlos ahogarse: ganaron escaños, pero perdieron hacha calabazo y miel. ¿Hubiera la turba matado a Pence por no certificar a Trump? ¿Lo hubiera tomado de rehén para obligarlo a darle un respiro? Si Trump se negaba a usar la Guardia Nacional en defensa del capitolio, ¿qué hacía para comandar el alboroto tras bambalinas?, ¿monitoreaba de alguna forma la acción a distancia?, ¿por qué estas ideas conspirativas de alto calibre no caben en el relato de la prensa mundial?

Ahora, incluso un Boris Johnson horrorizado en Gran Bretaña, se pregunta, ¿y qué es lo que hemos estado haciendo? Tiene ante sí el horror del Brexit.

Se debaten en una incomprensión total. La derecha mundial se está convirtiendo en mamerta a marchas agigantadas. Y es que la acción directa en política no es cosa que maneje todo el mundo. Tendrían que cambiar de escaparate.

Y les vienen cuatro años sucesivos de un chaparrón demócrata que parece saber qué es lo que tiene que hacer a juzgar por la sagacidad demostrada por Biden: “Para complicar aún más las cosas, Biden ha cortejado agresivamente a los estadounidenses moderados, incluidos los tipos de habitantes de los suburbios y votantes de centroderecha en los que el Partido Republicano había confiado en gran medida hace solo una década”. Si la otra componente de socialismo democrático, encabezada por Alexandria Ocasio Cortez, logra consolidarse al interior del Partido Demócrata, cohabitando en equilibrio inestable con la anterior, el Partido Republicano no volverá a ver el poder por lo menos en doce años. El partido demócrata tiene suficiente espacio político para maniobrar. ¿O será que el Partido Demócrata es más embustero?

Pero hay algo peor: ya no tienen quién les ayude. Los centros de pensamiento conservador más conspicuos jamás se casarán con la ignorancia de Donald Trump y sus secuaces. De todas maneras tendrían que hilar muy fino. Al parecer, según Trump, la globalización surgida de sus caletres fue un error geopolítico. Para bucear en la profundidad de la quiebra sísmica de la derecha mundial, siendo Estados Unidos su líder, posiblemente debe uno asomarse a las grandes grietas oceánicas por en las Fosas Marianas recientemente exploradas por China, quizás buscando entender la sima de 10.909 metros de la política estadounidense.

Ahora es demasiado claro que Trump nunca supo para dónde iba hasta que se encontró con su propia desvergüenza: intentar tomarse los resultados electorales por asalto. En ese momento ya era tarde para el partido republicano y la derecha mundial que, incluso en Colombia, ahora intenta desembarazarse de él, inventando nuevas películas de terror: intentaron decir en el mismo senado el día del fallido intento de golpe de opinión que Antifa estaba detrás del amotinamiento, dejando a sus turbas en manos de la obligada reacción policial e investigaciones por sedición que se les viene encima.

Esto es parecido a algo que los republicanos todavía no entienden. Tienen un herido de guerra en el campo de batalla siendo casi un cadáver político, Trump; el mando unificado de secuaces alrededor de Mitch McConnell se ha disuelto, y el resto en desbandada no sabe si socorrer o no al moribundo y quitárselo a las fauces de Nancy Pelosi, y XX Shumer y sus jaurías hambrientas de Cámara y Senado respectivamente que saben exactamente que la carroña está lista.

Al enfrentarse a socorrer a su líder sangrante, podría resultar que está fingiendo estar malherido mientras prepara su próximo zarpazo.

El principal inconveniente que tiene actualmente la dirigencia de la derecha mundial es que debe enfrentar su gigantesco y monumental conflicto con la verdad. Se habían estado creyendo tanto sur propias mentiras que ahora no saben qué es una cosa o la otra. Han cavado demasiado hondo en la Fosa Mariana. No se trata de seguirse diciendo mentiras como el cuento de Antifa. Eso no se los va a creer nadie, ni ellos mismos. Por eso la derecha debe convertirse en mamerta.

Es decir, además de decirse mentiras, la derecha ha asumido la mentira como discurso. Si te basas en la mentira nunca sabrás si estás conduciendo tu nave a puerto seguro. Hace algún tiempo el mismísimo Álvaro Gómez Hurtado se vio obligado a reconocer que los hechos son tozudos: no hay forma de evitar contar casi 81 millones de votos consignados a favor de Joe Biden: es imposible. Ninguna retórica, ni repetición estilo propaganda de la Gestapo, puede borrarlos. Es más, puedes seguir convenciendo a tu saga que no has perdido, pero eso no aumentará los votos que ya te han sido consignados.

Y esta es una ley universal. Física, no política. La exigua velocidad de la luz hace que los acontecimientos, tanto en la Tierra como en todas las galaxias, deban seguir los unos a los otros. Un voto siguió a otro y su depósito es irreversible, igual que lo andado por la luz. Eso configura un horizonte de sucesos políticos que devienen de una realidad física. En este caso la información ya llegó y es innegable.

Pero la derecha anticientífica no cree en estas leyes. Obviamente está condenada al fracaso aunque tengan uno que otro triunfo pasajero que les deje ganar tiempo. Asumen que la vida es corta, es decir, nos pretenden vender que la verdad es ahistórica. Mienten, como siempre.

Es tal la arrogancia de la derecha mundial que ya el discurso sobre la pandemia no hace parte de sus preocupaciones: Trump no ha dudado en convocar la turba aun a sabiendas de que favorece la infección por el coronavirus. Es capaz de sacrificar su propia cauda en el martirologio de la mentira. Si la cauda de Trump fuera negra el reguero de muertos en el capitolio no podría contarse. Falta saber qué dirá el COVID-19 que es más simétrico.

¿Será que los Estados Unidos siguen siendo el faro de la democracia? Ya no lo es si contamos a los republicanos. Los republicanos incineraron su propio sustento doctrinario: negaron el principio que les daba soporte. Que era el mismo principio físico, si se quiere newtoniano que luego pasó a ser relativista. Ya no pueden invocar la ley para fraguar sus mentiras.

Pero la derecha no entiende un ápice de esto. Ni le interesa.

Cualquier parecido con el comportamiento de la derecha colombiana es pura y simple coincidencia. No es sino mirar lo que ha estado pasando con los alegatos ante la Corte de cierto personaje sorprendido de chiripa infraganti.

¿Por qué no fue frentero ante la Corte? Finge huir con el rabo entre las piernas.

Ahora Trump elude sus responsabilidades. Mamerto. Ya nadie le cree. En Colombia también se abre paso la verdad.

Hay otro fenómeno que palpita ahí: la misma izquierda ha abandonado el debate y la derecha no tiene un enemigo que le aclare el rumbo.

Adiós, Donald Trump, adiós, no es un canto lastimero por alguien que echaremos de menos. Nunca lo dimos como siendo un jefe de Estado. Jamás lo subimos de confabulado histrión, basados en la teoría de Byung Chul Han sobre las añagazas pseudotéoricas del neoliberalismo y las consideraciones de insurgencia oligárquica dilucidadas por Thomas Piketty en El capitalismo en el siglo XXI, que nunca leerá Donald Trump.

Byung nos permite decir con cierto donaire de contento: adiós, Donald Trump, adiós.

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