Adiós, Alicia
Opinión

Adiós, Alicia

Lo que me tiene un tanto desconcertado es por qué he sentido tanto dolor por su muerte. Yo que he vivido los dolores de la guerra y otros tantos

Por:
diciembre 08, 2019
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Escribo estas palabras como hilvanando recuerdos en la cuenta de un rosario. Acabo de llegar de sepultar a Alicia, nuestra perrita, y aún siento un dolor aturdido dándose tumbos contra las paredes del vacío.

Con Alicia fuimos construyendo un afecto especial. Todas las mañanas me acompañaba a caminar los cuatro kilómetros del recorrido, luego desayunábamos juntos y salíamos a trabajar a mi oficina, adonde llegada la noche, ella misma se encargaba de interrumpir para avisarme que el día había llegado a su fin y que debíamos regresar a casa.

En la oficina era todo un personaje: era la primera en saludar y despedir a los visitantes y compartía con alegría las tertulias. Habíamos aprendido a no perder mucho tiempo en reuniones y, más bien, hacíamos lo posible por concentrarnos en tertulias que fertilizan la creatividad y el pensamiento. Todos la querían y ella también los quería a todos.

Cuando le puse Alicia, lo hice pensando en el país de las maravillas. Así, sin comillas, sin una gota de chiste o de ironía. Nunca se me hubiera ocurrido ponerle a mi perra un nombre inspirado en la ironía. La llamé así porque estoy convencido de que mi país está lleno de maravillas, de las maravillas que disfrutábamos cuando salíamos a gozar paisajes y a respirar aire puro en las largas jornadas de montañismo.

Alguna vez me propusieron que la matriculara en esos cursos caninos, a lo que me negué rotundamente. Me pareció mejor educarla con el transcurrir de la convivencia y la espontaneidad. No tenía ningún interés en que aprendiera a acatar órdenes ni que aprendiera a no velar. Me hubiera privado del gusto que me daba compartir todas mis comidas con ella.

Además, lo confieso, me daba pánico que, al cabo del tiempo, me entregaran una Alicia “perríticamente correcta”.

Un día, por entre las trochas de los cerros de Bogotá, muerto de la risa de verla correr como una estampida, me pregunté si de pronto me había convertido en un animalista. Y comprendí que no, simplemente había aprendido a quererla mucho.

Y entendí que no podía ser animalista porque ya no tengo el corazón de militante que tuve en otras épocas.

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Ahora hago hasta lo imposible por convertir las consignas en vida y por, simplemente, dejar que mi vida sea vida

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En aquellas épocas, hacía hasta lo imposible por embutir la vida en una ideología, por traducirlo todo en alguna consigna. Ya no. Ahora hago hasta lo imposible por convertir las consignas en vida y por, simplemente, dejar que mi vida sea vida. Pienso que es la mejor forma de entenderla y de vivirla.

Ya no creo que mis gustos y mis pasiones sean tan universales y tan legítimas como para intentar convertirlas en historia de la humanidad.

Lo que si me tiene un tanto desconcertado es por qué he sentido tanto dolor por su muerte. Yo que he vivido los dolores de la guerra y otros tantos.

Alcanzo a preguntarme si será que ya me reblandecí, si será que ya me envejecí.

Pero no, creo que no.

Creo que tener 55 años no me hace tan viejo y creo, además, que no es correcto pensar que envejecer sea reblandecerse. Por pensar así hemos venido creando esta absurda cultura que despilfarra la experiencia.

Por lo pronto, me consuelo con pensar que se trata de vivir el milagro de un corazón de piedra que sigue convirtiéndose en un corazón de carne.

Por favor, excúsenme un segundo.

Sírvanme un trago.

Alicia:

¡¡Salud y Adiós!!

 

 

 

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