La vida no es más que un ir y un regresar, una ausencia y un retornar, un río y una esperanza. Está sembrada de múltiples adioses, algunos afortunadamente temporales, y otros que se pierden en las sombras del tiempo y transforman la esperanza en una triste realidad. Hoy le digo adiós al gran radiotelescopio de Arecibo, que muchas veces en mis sueños científicos me transportó en una vertiginosa onda de radio a las lejanas regiones estelares, buscando señales de vida inteligente en extraños paisajes repletos de luz, poesía y música.
El radiotelescopio, durante aproximadamente 60 años, fue el instrumento ideal para investigar las débiles señales de radio emitidas por muchos cuerpos celestes. Se empleó para descubrir los primeros planetas que giran alrededor de otras estrellas y para descubrir gran cantidad de Pulsares. Detectó por primera vez moléculas orgánicas fuera de nuestra Galaxia, y mediante el estudio de un Pulsar Binario, los científicos Russell Hulse y Joseph Taylor ganaron el Premio Nobel al verificar la distorsión del espacio tiempo predicha en la Teoría de la Relatividad Generalizada del gran Einstein. También, con investigaciones realizadas en este avanzado Centro, se consiguieron los primeros indicios de la existencia de las ondas gravitacionales igualmente predichas por el científico alemán.
Fueron fecundas las investigaciones realizadas en Arecibo mediante técnicas de radar de gran cantidad de asteroides que se aproximaron bastante a la Tierra, bajo la dirección de la Oficina de Defensa Planetaria de Nasa. Además, fue Arecibo el corazón del Proyecto SETI cuyo objetivo fue buscar posibles “señales extrañas” en el campo de las ondas de radio. Inicialmente el radiotelescopio estuvo a cargo de la prestigiosa Universidad de Cornell de Estados Unidos, en la que trabajó Carl Sagan, y luego fue administrado por The National Science Foundation.
Visité Arecibo por primera vez en febrero de 1995 cuando empezaba mis estudios de Máster en Física en la Universidad de Puerto Rico, posteriormente lo hice muchas veces cuando presentaba al Dr. José Alonso Costa (científico en esa época de Arecibo y director de mi tesis) los informes del desarrollo de mi trabajo. Mi última visita al radiotelescopio fue en el año 2009 cuando se celebró en la Isla del Encanto un Congreso Mundial de Astronomía organizado por la American Astronomical Society. En esa oportunidad la Misión LCROSS de Nasa impactó en el polo sur de la Luna el 9 de octubre en horas de la mañana, y pude observar en tiempo real ese evento fantástico que fue transmitido en el Congreso Científico. En dicha Misión participó el científico colombiano Dr. César Ocampo (Universidad de Texas), en el cálculo de la órbita de las sondas.
La gigantesca antena de 305 metros de diámetro resistió muchos sismos y huracanes con mínimos daños, pero los años pasan carcomiendo los materiales y la fatiga de los mismos inició el colapso. En agosto de este año, se rompió uno de los cables auxiliares y se destruyó una sección del disco principal. Se pensó que el problema no se agrandaría, pero este 6 de noviembre, una rotura del cable principal causó problemas graves en la integridad de la estructura. En las últimas horas, ingenieros señalan en su informe la gran probabilidad que el sistema colapse y ponga en riesgo la vida de técnicos y científicos, razón por la cual han tomado la decisión de suspender definitivamente las operaciones del radiotelescopio, que durante más de medio siglo fue el mayor del mundo. La decisión es desafortunadamente irreversible.
A veces, extraños pensamientos afloran en mi mente y me sugieren sutilmente que disfrute al máximo lo experimentado en determinado tiempo y espacio como un presagio. Sin embargo, no sentí el anuncio en mi último encuentro, nunca pensé que después de 11 años, el gigantesco radiotelescopio pasaría de la realidad a la memoria de la humanidad. Escribiendo esto, las aguas puras del río brotan en los jardines de la nostalgia y juegan con la tristeza de mis ojos al recordar al Arecibo de la memorable película Contacto, un homenaje póstumo a Carl Sagan por su bella obra de ciencia ficción.
Mi primera visita al gran radiotelescopio
Febrero de 1995 – Puerto Rico
Hace mucho tiempo atrás, en mi infancia feliz, tuve la gran oportunidad de encontrar en la amplia biblioteca de mi padre Alberto Quijano Guerrero un libro apergaminado que hablaba de las maravillas del Cosmos. Y tan solo con la brillante imaginación del autor se planteaban en el texto los posibles paisajes de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno y de otros astros. En esa época la ciencia no tenía tecnología para llegar a la Luna y menos aún para poseer información detallada de la superficie de los planetas como la que se tiene en la actualidad consignada en las hermosas fotografías tomadas por las naves espaciales. En ese libro titulado Cosmología de la editorial F.T.D de los Hermanos Maristas, vi las figuras de los dioses trasladándose caprichosamente por el cielo y jugando a la vida, al amor y a la muerte. Vi a las Parcas tejer los sutiles hilos del tiempo y jugar con los destinos de los hombres. Vi también a Perseo, a Andrómeda, a Capricornio y a Centauro, a Sagitario y a Pegaso, tomando forma con el esqueleto de las estrellas. Ese libro lo leí muchas veces y en mis sueños infantiles armaba telescopios y esbozaba métodos para poder algún día estar más cerca de las estrellas. Desde esa época tuvo cálido nido en mi imaginación la astronomía y la ilusión de estar algún día en un observatorio astronómico, siempre me acompañó.
Y un día el sueño se cumplió y pude visitar al mayor radiotelescopio de la tierra que opera en Arecibo, a hora y media de la ciudad de Mayagüez en Puerto Rico. La carretera que une a Mayagüez y Arecibo es una vía muy amplia que bordea en muchos sitios al mar, es un espectáculo maravilloso. A veces se tiene la impresión que el mar está a un nivel superior de la carretera y se estrecha en un gran abrazo con el azul infinito del cielo. Se pasa por poblaciones pintorescas que transpiran historia y llevan nombres sugestivos como la ciudad pirata. Después de llegar a la ciudad de Arecibo, es necesario continuar por una derivación que se adentra en una zona montañosa (montañas de pequeña elevación comparadas con las existentes en Colombia). Después de treinta minutos de viaje por una carretera angosta y que posee muchas ondulaciones se llega al imponente Observatorio de Arecibo.
Desde la entrada es posible apreciar la majestuosidad del radiotelescopio pues se divisan los soportes gigantescos. No se puede apreciar aún el espejo reflector. Luego de caminar y pasar por varios edificios y estructuras civiles se llega hasta una especie de balcón; y mirando hacia abajo se aprecia el gigantesco disco reflector de 305 metros de diámetro que recibe constantemente los sutiles murmullos de las estrellas, los flujos extraordinariamente energéticos de los pulsares y los quejidos de los enigmáticos agujeros negros que devoran materia y la trasladan a otros tiempos y a otros espacios. O quizá están llegando desde hace mucho tiempo al radiotelescopio de Arecibo las señales codificadas de civilizaciones estelares que tratan de comunicarse con nosotros a través de un lenguaje que todavía no comprendemos.
Cuando contemplé el gigantesco disco y el gran sistema electromagnético ubicado en el foco del espejo reflector que tiene a los sensores, y también se empleó como transmisor de pulsos en una ocasión para enviar un mensaje hacia las estrellas, quedé extasiado por mucho tiempo… Tal vez, en alguna ocasión, un humano afortunado captará las señales inteligentes de otras galaxias y empleando métodos matemáticos y la imaginación creadora, descifrará los jeroglíficos cósmicos como si en él estuvieran encarnadas las mentes eternas de Champollion y Fourier.
Me costó creer que estaba allí, ante el mayor radiotelescopio del mundo. Me costó creer que estaba ante el elaborado dispositivo mediante el cual se han realizado grandes descubrimientos y se ha comprobado la validez de las teorías de Einstein relacionadas con la deformación del espacio-tiempo. Ante mí, rápidamente volvieron los recuerdos de la infancia; las imágenes de Hércules, del Dragón, de Andrómeda, de las Pleiades, de Pegaso y Orión. Todas las figuras tomaron vitalidad y mágicamente me transporté con ellas a otros mundos, a otras vivencias, para contarles a mis fantasmas tímidamente mis sueños.
Es hora de regresar, de confundirse con el rojizo resplandor del sol que bosteza perezosamente al hacer contacto con el mar. Es la hora en que el dominio del infinito mar se confunde con el dominio de la luz. Es el tiempo de renovar los sueños y dejar que las ilusiones despierten al golpe de las olas con los acantilados para que luego asciendan al dominio de los dioses.