Año jodido este que se fue. Sin embargo, en mi humilde opinión fuimos afortunados de vivirlo y sobrevivirlo. Advertimos como pocos pueden, un cambio de era.
Este año a todas luces supone un punto de inflexión. A partir de este momento cambiará la forma en la que nuestras generaciones ven y viven la vida; quienes fuimos consientes de lo que sucedía, de la invitación que el planeta como la vida no hizo, no seremos ajenos a la invitación y algo cambiaremos.
Y es que fue obvio, el aislamiento obligatorio y la sistemática propaganda en torno al virus nos confrontó. Nos expuso a nuestros miedos, sacó lo peor y lo mejor que podemos ser como actores sociales. Nos obligó a convivir, incluso con quien más deberíamos convivir, pero el día a día no lo permitía, nosotros mismos.
Y es que creo que por eso fue tan importante el 2020, nos dio la oportunidad, al menos por unos días, de parar y apagar la máquina, esa máquina que alguien nos dijo no podía cesar su marcha. Suspendió momentáneamente “la carrera de la rata”, esa que sin éxito luchábamos todos los días para ganar.
Vea usted, andábamos como loquitos por todos lados, para arriba y para abajo; o estábamos en el teléfono, o estábamos en un carro, taxi o bus, tarde para alguna cita siempre. Todo el tiempo en función del tiempo, y el tiempo riendo.
Cargábamos un afán peligroso, tan peligroso que no nos dimos cuenta de los años que pasaron y ni los vimos, las oportunidades que tocaron la puerta, pero estábamos al teléfono. Es que la trampa que nosotros mismos nos construimos quedó tan bien hecha que incluso después de esto algunos siguen en ella.
Esto que llamamos sistema social no es otra cosa que un constructo falaz susceptible de cambiar, si y solo si no ponemos de acuerdo. Pero ahí yace el problema, no somos capaces de oírnos a nosotros mismos, menos seremos capaces de oír a otros. Esa fue la invitación que este año nos hizo.
Nos permitió quitarnos el ruido diario que no nos permitía oír. Un ruido blanco, que ya no parecía blanco, parecía más bien un sesgo que nos llevaba por una tendencia peligrosa. Sin embargo, surge la pregunta. ¿Nos dimos cuenta de lo que pasó?
Este año que pasó fue particular. Por un breve momento creímos que eso del COVID no era con nosotros, que eso era por allá en la China y que aquí solo iba a pasar como una gripa más, pero los amigos y conocidos empezaron a caer, y nosotros a entender.
Entendimos que el miedo supone uno de los mayores incentivos para movilizar al ser humano y mantener el orden, lo seguimos viviendo, pero también aprendimos que la irreverencia humana no tiene límites. Somos tan estúpidos como inteligentes, una ambivalencia que compone una mezcla peligrosa.
Fuimos tan inteligentes que logramos controlar a la humanidad completa a partir el temor que supone un virus que en efecto es letal, pero también fuimos tan estúpidos de pasar por alto la invitación que la vida nos hizo.
Yo espero que el 2021 traiga consigo lo prometido, el inicio de una nueva era, una en la que prime el respeto por el otro, una era en la que antepongamos el interés general antes que el particular, donde finalmente entendamos que la solución no está en leyes, decretos o próceres políticos.
La solución está en cada uno, pues cada uno somos parte del problema.
Adiós al 2020, bienvenido el 2021.
Feliz año.
