A Santiago Leyva Durán nunca le picó la política a pesar de que en su casa su padre ultraconservador soñaba que sus cuatro hijos le siguieran los pasos. Tuvo que hacerlo cuando el Ministro de obras y de guerra de la presidencia de Laureano Gómez buscó asilo en Nueva York. Santiago tenía escasos diez años. Al corto tiempo quedó huérfano. Mientras sus hermanas recorrían el mundo descrestando por su genialidad en el piano, Santiago, como sus hermanos, terminó Derecho en la Universidad Javeriana. Pero su pasión era el fútbol. A sus escasos veinte años fue miembro de la Junta del Santa Fé, donde conoció a quien sería su gran amigo y compañero mamagallista hasta sus últimos días en Madrid, Daniel Samper Pizano.
En los negocios se le midió a todo, con aciertos y desaciertos. Inició en la producción de televisión con Provideo, trajo Radio Shack a Colombia, y fue fundamental en la llegada de American Airlines al país. De la mano con American abrió la agencia de viajes Julio Verne en donde innovó con ferias masivas de turismo y excursiones.
Hace más de veinte años trajo Low Jack (El Cazador) al país, una firma de monitoreo satelital de vehículos que se convirtió en el dolor de cabeza de las mafias enquistadas en las principales ciudades y en el mejor aliado de las aseguradoras en el país. El carácter transfronterizo del robo de vehículos lo llevó a abrir operaciones en todo Suramérica, con presencia especial en Venezuela y Brasil. A Centro América también llegó. A Europa intentó pero no le alcanzó el tiempo. En todo el proceso de representar a la firma americana identificó las debilidades y oportunidades de mejora de los dispositivos y de la tecnología de Low Jack y llegó a desarrollar sus propios equipos de monitoreo, tanto de vehículos como de carga. Identificó los potenciales del monitoreo satelital no sólo para el negocio asegurador sino también para optimizar procesos logísticos y mejorar la competitividad.
Todo lo que tenía era de los demás, siempre encontraba cupo en sus negocios para darle trabajo a quien se lo pedía. Más de una vez invitó a sus hermanos, sobrinos y nietos a viajes en los que la única premisa era que “a nadie le gusta que lo jodan”.
Santiago se gozaba la vida e intentó todo para quedarse en este mundo desde que en Frankfurt fue diagnosticado con dos cánceres. Se sometió con mucha fe a un tratamiento experimental en París pero sus células no lograron regenerarse con prontitud. Después de más de un año de lucha, el 23 de enero cerró a sus escasos 62 años, los ojos en Madrid, España, un país que acogió a su familia, especialmente a su hijo Juan Felipe, y donde residió en la última década. Con él se fue un ser cuyo corazón era aún más grande que su característica corpulencia, un innovador en todo el sentido de la palabra; un emprendedor que abrió puertas por su calidez humana y su buen humor que siempre quiso abrirle puertas a quienes se lo pidieron. Este 19 de Febrero su familia y amigos despedirán sus cenizas en la iglesia de La Inmaculada Concepción del Chicó, en Bogotà, a las 12:30 pm.