Ahora cuando la pauperización de la cultura popular mundial llega a sus más altos índices, cuando los vendedores de mentiras artísticas y de la contracultura traqueta han logrado el éxito (la imbecilización de un gran número de humanos), se nos fue el último de los no vampiros de la miseria, Luis Ospina, quien se dio sus mañas para sobrevivir algunos años más, a los otros dos mosqueteros de Caliwood, ese invento irreverente, como todo lo de ellos, nacido por allá por los años setenta del siglo pasado.
Primero se fue, y bien temprano, Andrés Caicedo, quien junto con Ospina y Mayolo, ya lo sabían todo y lo demás de los demás. Punto. Les importaba un absoluto y caído culo lo que de ahí en adelante pensaran los otros. Así lo afirmó Andrés alguna vez en su breve, pero asombrosa vida: “…pero es que ya no puedo más con la vejez de mi adolescencia, ya no puedo más con las exigencias que me hacen los malditos intelectuales ni las que me hace mi alma educada según el cumplimiento del deber y del arrepentimiento”*. Basta con recordar su postura (la de Caicedo): “Vivir después de los veinticinco años es deshonesto, es un repetirse: ya que se ha superado la capacidad de asombro”, para entender que cuando se tiene algo definido a tan corta edad, la de Caicedo en ese entonces, por extraño que sea; esa es una postura ética, así la mayoría no la compartamos y mucho menos la sigamos, incluidos Mayolo y Ospina.
Luego, muchos años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento de la fama y de los abusos de su envidiable y prolífica vida loca, partió Carlos Mayolo, el socio eterno de las aventuras cinesifílicas de Ospina, sin haber agotado esa eterna fuente de juventud creadora del cine colombiano, así éste fuera pensado y hecho por calentanos, acá en la provincia del Valle del Cauca.
Ospina, a pesar de las advertencias de Caicedo y las locuras de Mayolo, supo superar el riesgo de aventurarse a ser osado y original en la industria criolla del entretenimiento, persistiendo en hacer cine bien pensado, lleno de humor negro y con una alta carga ideológica de crítica a esta sociedad que, aunque artificialmente ubicada en eso que llaman modernidad, aún hoy en pleno siglo XXI, no deja de ser una sociedad excesivamente bucólica y conservadora, a pesar de comunicarse a través de las tecnologías de la 4G.
Influenciado, junto con Mayolo, por la afición de Caicedo por la literatura de horror de Poe y Lovecraft, Ospina le supo dar un tinte irónico a la muerte y a lo sobrenatural en sus películas, se paseó por los vericuetos de la pobreza y la delincuencia, sin caer en la trampa del mercantilismo de nuestra tragedia o nuestras taras sociales, en lo que él llamó Pornomiseria**. Ospina, que no tanto Mayolo, supo seguir alinderado en el cine bien hecho y de avanzada, aunque a esta hora suene y se lea cliché, siempre supo estar adelantado y por encima de la babosería del facilismo del cine hecho en serie, por los mismos productores de los y las protagonistas de realities con muchas tetas y nalgas pero con cero talento.
Luis Ospina, en una de sus vueltas a su terruño, afirmó que le encantaba regresar a ese lugar especial, aterrador pero entrañable, porque en cada calle, en cada esquina, en cada parque, siempre había alguien con tiempo de sobra para hablar, para narrar, para dejarse retratar y retratar esa cotidianidad fantástica de ese, su mundo adolescente de Cali de los sesentas y los setentas, el mismo Cali de nuestra adolescencia ochentera; con la misma brisa levanta faldas de las tardes, con los mismos hippies vende cosas de la Sexta, con los mismos árboles, con las mismas avenidas y esquinas que deambularan Andrés, Carlos y él, ahora convertida en un ente distinto; no en los ladrillos o en el cemento, que a pesar del paso del tiempo y de sus intentos de modernidad, siguen siendo casi que los mismos, ni siquiera en las personas, venidas ahora desde las recónditas montañas de la vieja gran Antioquia y de las costas deslumbrantes del pacífico y del atlántico; sino en esa ciudad vuelta diferente, en la nostalgia de quien presiente el fin.
Ospina genial y profético nos dio su último regalo, nos brindó el documental que hacía falta para entender a cabalidad el fenómeno Caliwood, Todo comenzó por el fin, en sus palabras: “Una película casi hecha por mí en la tumba”. Se nos fue a sus setenta años, en plena rebeldía con Caicedo y en plena complicidad de años con Mayolo, su otro yo, el otro no vampiro de la miseria colombiana.
* Caicedo, Andrés. Cartas cinéfilas.
** Ver: Carlos Mayolo y Luis Ospina: Manifiesto de la pornomiseria.