Adiós a Las Vegas (1995): matarse bebiendo como único deseo

Adiós a Las Vegas (1995): matarse bebiendo como único deseo

El ciclo 'Cine y alcohol' del cine club Al Filo del Tiempo continúa con una película del cineasta inglés Mike Figgis. Un análisis

Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento
febrero 24, 2022
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Adiós a Las Vegas (1995): matarse bebiendo como único deseo
Foto: Hipertextual

Sólo morir permanece / como la más inmutable razón / vivir es un accidente / un ejercicio de gozo y dolor. LEÓN GIECO en De paso, de LUIS EDUARDO AUTE

El Ciclo Cine y alcohol del Cine-Club Al Filo del Tiempo continúa con Leaving Las Vegas (1995) o Adiós a Las Vegas, del cineasta inglés Mike Figgis. Desde mi columna La Fábrica de Sueños se hablará de este filme que, desde el primer plano, introduce al espectador en el mundo del hiperconsumismo. A partir del Delikatessen (1), del hipermercado, o sea, del capitalismo… Made in Hollywood. Es la historia de un dipsómano, ser que bebe de manera compulsiva e inverosímil, en el filme, como cuando mientras maneja ‘baja’ una botella de vodka.

Figgis comienza así a regar los distintos tópicos que arrastra su obra y que desnudan al American Dream, que solo es una Nightmare Yankee, hasta hoy: hiperconsumo, representado por el alcohol que, en cantidades industriales, consume Ben Sanderson; sexo, encarnado en la figura femenina de Sera, una prostituta o, si se prefiere, trabajadora sexual, como ella se define; como no hay puta sin proxeneta/chulo o cafishio, surge el inmigrante, de ‘Latvia’ o Letonia, entre Estonia y Lituania, en suelo ruso, llamado Yuri Butsov; por último, misoginia o la violencia y el desprecio por el ‘coño’. La historia transcurre, al inicio, en L. A., y, la mayor parte, en Las Vegas, Nevada, símbolo del capitalismo por antonomasia: juego, alcohol, drogas, sexo, especulación, trampa y, por sobre todo, explotación del hombre.

La segunda secuencia avizora que Ben está separado, próximo a perder su empleo, con unos dólares encima, eso sí, para poder pagar su prurito mórbido. Es evidente su decadencia por el alcohol, la espiral autodestructiva por la que se desliza como por un tobogán mental hacia la miseria personal y la muerte voluntaria: todo, porque su esposa lo abandonó. Al perder su trabajo en L. A. va a Las Vegas, donde al cabo de cuatro semanas, gastando 300 dólares diarios, piensa dejar sus huesos. Allí conocerá, en una calle donde no parece haber más personas, solo carros, a la prostituta de nombre bello, por sonoro, con lo que irrumpe, primero, el sentido del oído: Sera.

Luego vendrá el del olfato, con respecto al alcohol, factor esencial en su caída. Sera, así sea con ‘las mejores intenciones’ (2) que tenga, como lo deja claro Figgis desde el inicio, a su vez entraña varios problemas a los ojos de la sociedad patriarcal/machista y, por encima de todo, capitalista y explotadora: es mujer, pero, antes que nada, puta, con lo cual deja de ser mujer para pasar a ser, sencillamente, puta. Idea subrayada al filo del tiempo por el lugar donde vive, los sitios en que trabaja, el maltrato recibido de sus clientes, hasta que la echan a patadas de las fiestas, del Casino, del hotel en el desierto, del sitio de vivienda.

Entonces, lejos del idilio que pretenda verse entre ellos, subyace la crítica social, el rechazo de vecinos y oportunistas, las cicatrices en el cuerpo de Sera. Primero, por su chulo, no un gringo, eso nunca, sino un inmigrante ‘ruso’, que le deja espalda y piernas marcadas con su navaja; luego, los moretones en el rostro del trío de canallas, porque sí, entre ellos Miser, es decir, el director del filme en el magro papel de golpeador gratuito, como quien es capaz de asumir el rol de quien se confiesa por su crimen.

Ben y Sera se encuentran, se enamoran, en apariencia, y contra viento y marea sostienen su relación durante las últimas ‘cuatro semanas’ de vida del borracho. Beodo sin más motivaciones que el abandono conyugal. Esto es, sin importar cuánto de artificial haya de por medio. El propósito de Figgis es echarle toda la gasolina posible al fuego del melodrama y para ello escribe y dirige el filme, así como compone/selecciona la música y hace un prólogo de 15 minutos para explicar la vida de Ben.

Luego intentará mantener tensión durante otros 90 min., agarrándose de aquí y de allá, para demostrar que su intento por describir la relación alcohólico/puta, ha valido la pena, más allá del fracaso constante que deriva de dos historias a caballo entre su banalidad y la más áspera del mundo que les rodea.

Sin que importe la recurrencia a famosos para mantener la ‘caña’ de la importancia: a nombre de personajes secundarios como Vincent Ward, Danny Huston, Bob Rafelson, Mark Coppola (cineastas); Valeria Golino (Terri), Carey Lowell, Laurie Metcall (actrices); Julian Lennon, Lou Rawls, Mike Figgis (músicos). Interior de un bar. En segundos, las ojeras y su dueño.

Un par de actrices hablan de la ventaja de trabajar en un filme en el que ‘pudimos usar pistolas’. Hoy, eso mismo lo dice con tristeza Alec Baldwin, victimario de la camarógrafa Halyna Hutchins (otra inmigrante, de la óblast o provincia de Zhytómyr, Ucrania) y quien de paso hirió en el hombro al director del filme Rust, Joel Souza.

La actriz de la derecha, con camisa como de geisha; la de la izquierda, con los senos al aire, como quien prueba adónde va a mirar el espectador. Ben saluda a su amigo Peter. Éste le presenta a Marc Nussbaum, a Sheila y a aquélla otra que no se identifica. La bahía de Cochinos (con su sesgo implícito), ‘me pareció estupendo’, le dice Marc a Ben sobre el gusto por sus libros. Pero, como siempre puede haber una farsa tras bambalinas, Ben sostiene que eso dijeron por ahí, pero ‘me echaron’ y asegura que él no lo escribió.

E insta a Peter a hablar aparte, pero éste le suelta que no lo busque más, luego de llamarlo ‘enfermo’ y dar por sobreentendido que ya no es un sujeto productivo. Ha pasado a ser casi no-persona, como hoy se le dice en el argot aporofóbico a quien ya no tributará. A quien, por ende, ya no sirve a su familia, a la sociedad ni, menos, a ese ‘genocida’ víctima de la gula llamado capitalismo.

Ben estira un brazo, como quien grita, ¡gol! E intenta seducir (como si así fuera) a una mujer que bebe un coctel en el bar. Se llama Terri. ‘Voy a comprarte un trago’, la conmina el macho alfa cual seductor de carisma irresistible. Y pondera su sensualidad, sus ojos. Pero ella sigue ahí solo porque el guion lo exige. Y Ben sigue su acoso.

La amenaza con su apartamento en la playa. Hasta el barman interviene y le pide guardar distancia, como si la variante Ómicron u otra cualquiera estuviera por ahí. La orden, le hace pedir otro trago. Ben pide uno más, dice ser ‘muy bueno en la cama’ (la historia lo desmentirá) y le dice a Terri algo que saca a colación los sentidos, en especial el olfato: ‘Hueles delicioso’.

Pero ella sale por la tangente: tiene que madrugar al otro día. Agradece y se va: ‘No deberías tomar tanto’. Y lo palmotea como a un niño díscolo. ‘No deberías respirar tanto’, dice Ben y suelta su risa forzada entre ridícula y filosófica, si se tiene en cuenta que, si uno deja de respirar, sucumbe, muere.

El único sentido que no puede fallar del todo es el del olfato, porque deja uno de ser. Como se verá al final de Leaving… El olfato permite respirar: “Nos cubrimos los ojos y dejamos de ver, nos tapamos las orejas y dejamos de oír, pero si nos tapamos la nariz y tratamos de dejar de oler, nos morimos”: Diane Ackerman en su Historia natural de los sentidos. (3) Luego de su grito, el dueño le anuncia que cierra.

Ya en su carro, Ben consume vodka, un policía en moto lo sigue. Esconde la botella hasta que el vigía se hace su cómplice y se va. Ben ve streap-tease: un saxo tenor alborota el eros y una rubia exhibe sus calzones negros y sus pezones blancos. Ofrece whisky al vecino y acaba solo un ‘fondoblanco’, oscuro, remarcado por un ralentí con los rostros de la chica semidesnuda y del beodo más desnudo que ese emperador que simula ir con su traje. Ben va en su carro. Una mujer le hace señas: se detiene y ella lo llama Mr. Erection. Lo que no es ni corresponde a la realidad, como se verá al final.

“No recuerdo si empecé a tomar porque mi esposa me abandonó o si me abandonó porque empecé a tomar”, dice Ben a la mujer de la calle. ‘De cualquier manera, ¡a la puta mierda!’, agrega. En una felatio simulada, la mujer introduce la boca en uno de los dedos de Ben. Luego, se sabrá que se llevó su anillo de oro. Ben, al piso; la puerta de la nevera, abierta. En medio de su temblor corporal, por abuso del alcohol, no puede firmar un cheque para tener ‘cash’. Suda a mares, por la dura resaca, el infernal guayabo, el casi delirium tremens. Y miente, diciendo ‘hace poco salí de neurocirugía’. Va a comer algo, para volver y solucionar todo. Llega al bar y pide un gin-tonic. Es hora de desayunar, le dice el barman y le recuerda ser aún joven. Y que si él viera lo que el otro está viendo no se permitiría eso: beber sin parar.

Ben va a trabajar. Cientos de guiones arrumados. Mr. Simpson quiere verlo. Un fondo de jazz activa su sentido del oído. La compañía puede ganar ahora dos millones de dólares, piensa Ben. Y se topa con Bill, quien lo despide de la oficina como guionista. Piensa mudarse a Las Vegas, la Sin City o Ciudad del Pecado.

(4) El más (im)puro capitalismo, Made in Hollywood, deviene el filme. Toma aérea de la urbe, plena de hoteles, casinos, bares, drogas y putas, como corresponde a las ciudades que se fundan bajo el sello de la gentrificación, es decir, bajo la consigna del turismo sexual y de drogas. Como hoy ocurre en varias ciudades de Fosa Común, principalmente en Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga.

El inmigrante Yuri Butsov, ve aparecer a su amiga y, más allá, esclava sexual, Sera, mientras otra chica mete ‘perico’. Cada vez se hace más notorio el nexo que va de hoteles a putas. Yuri debe atender sus negocios y deja a su ‘mina’, como en lunfardo, en manos de los chacales, de las hienas, de los machotes del patriarcado y del andro/falo/centrismo capitalista.

Sera sintetiza su actuar: motiva a los hombres que la ‘cogen’. Ella es muy buena, aunque no sea fácil. Pasa tiempo sin trabajar, pero cuando quiere, consigue dinero. Es la persona que ‘ellos’ desean. Ella les aterriza su fantasía. Hace su servicio de maravilla: ‘Soy una ecuación: cobro 300 dólares por 30 minutos de mi cuerpo’. Lo que no dice es que el ‘cafishio’ se queda con casi todo su dinero. Esa es su cédula como prostituta. Hasta ahora no se ha visto nada de ella como mujer, persona, ser humano.

Yuri remata: ‘Después de todo, el mundo que te enseñé es seductor’. Y seducir, según Platón, es sucedáneo de mentir. Yuri le dice a Sera que son pareja. Enseguida, fornican: lo que desmiente, de por sí, que son ‘pareja’. Ben, de nuevo, en el hipermercado. Luego en casa, bolsas negras, trasteo, basura y más alcohol. Quema, no de libros, pero sí de guiones: o, como dice Guillermo Arriaga, de ‘libros cinematográficos’, lo que en realidad son. Porque en cine, la voz ‘guion’ debe ser ‘libro’, lo mismo que en literatura ensayista debe ser ‘escritor’ y no ‘ensayista’, como ya lo decía el gran J. R. Ribeyro.

Y va a Las Vegas en su BMW. Suelta el timón y tira su mano hacia adelante, como quien indica ‘hay que soltarse’, dejarse ir, no apegarse a nada, cual embrión de taoísta. Otro engaño. Ben se miente a toda hora, una deriva de su dipsomanía: del griego, ‘dípsa’, sed, y ‘manía’, locura. Como a quien posee un espíritu maligno, no demoniaco. El dipsómano es aquel que bebe alcohol en exceso y/o con mucha frecuencia. En medicina es sinónimo de ‘alcoholismo’ o ‘abuso de bebidas…’.

Y puede llevar a la locura o estar conectado con ella. En inglés, recuerda Ackerman, existe la frase ‘To Be Out of His Senses’ o ‘estar afuera de los sentidos’, por locura. La imagen de alguien arrancado de su cuerpo, vagando por ahí como espíritu sin carne, parece imposible: salvo en el caso de fantasmas y ángeles.

O de ‘aliens’, v. gr., Rantés y ‘La Santa’ en Hombre mirando al sudeste, de Subiela: si hay pasión una baba azul brota de su boca. Mr. Jones, de M. Figgis, copia a Subiela cuando el maníaco/depresivo toma la batuta del director, lo que para el protagonista R. Gere es un tributo ‘a […] Hombre mirando…’. Ser mentales/sensibles es a la vez nuestro pánico/privilegio. Vivimos atados a la traílla de los sentidos. Aunque ellos permitan expandirnos, recuérdese Las puertas de la percepción y Cielo e infierno, de Aldous Huxley, también nos limitan y restringen, pero ‘debe reconocerse que lo hacen hermosamente. El amor es también una hermosa restricción’. (1993: 16)

A alta velocidad Ben bebe sin parar y en simultánea recuerda momentos con su exesposa y su hijo. Vuelven a su cabeza las ‘quemas de archivos’, en este caso no las de una dictadura, pero para él no muy diferentes: son duelos que le taladran/carcomen el cerebro. Una gasolinera. Ahora está a 50 km del destino. Por fin, llega, de noche. Avisos de neón por doquier: LAS VEGAS, STARDUST, MC'DONALDS, CIRCUS CIRCUS, ALGIERS HOTEL: como el de la guerra en Detroit, de Bigelow.

De pronto, chirrido del freno sobre el asfalto y al frente la ‘mensajera del amor’, otra mentira, en modo puta. La mismísima Sera, la experta en placeres ‘sensuales’, que no ‘sensoriales’ pues estos tienen que ver con los sentidos, mientras aquellos con lo erótico/sexual. Ben llega a ‘La Posada de Todo el Año’: 29 dólares la noche; servicio de limpieza, opcional. Lo que no es opcional: las palizas que describe Sera con respecto a su actividad prostitucional, a su labor como trabajadora sexual.

La ‘cita prevista’ es encuentro casual. Baja del carro, la detiene, vuelve, saca una lata, le ofrece y ella le recuerda sobre ‘beber y conducir’. ‘Muy gracioso’, dice él, sin gracia. Solo quiere seducir, o sea, mentir. Sin reparos, le ofrece 250 dólares por irse a fornicar pues ‘hacer el amor’ es un despropósito. Se presentan. Ben le dice si Sera se escribe con ‘h’ y ella deletrea su nombre. En la 207 sobra el licor. A Ben no le importa el pago, solo que lo acompañe. Sera averigua si vino por una ‘convención’.

Cobró su dinero, pagó su tarjeta, venderá su auto. ¿Cuánto durará para morir por beber? ‘Unas cuatro semanas’. A Sera le gusta estar a su lado. Al alba, le rinde cuentas a su chulo. Yuri ve ‘lo poco de toda una noche’: los bofetones brotan. ¿Se cree una niña de 16 que no tiene que trabajar? Otra mentira, pedofilia dixit: en Brasil/14, v. gr., hubo 33.000 niñas abusadas sexualmente. Pese a la campaña Don’t Look Away, (5) que resulta copiada por el filme Don’t Look Up, pues ‘no mire a otro lado’, en el contexto capitalista, es como ‘no mire arriba’: señal de orden, más que de cuidado. A Benedicto XVI la fiscalía alemana le abrió proceso: hoy admite haber mentido en casos de abuso sexual. (6)

Sera le da un cuchillo a Yuri. Insertos en b/n con sus malos recuerdos, las cicatrices en el cuerpo, producto de la violencia de aquél: un corte en la pierna parece atravesar el ojo del espectador, como en El perro andaluz, de Buñuel. Solo que aquí no es surrealismo sino puro realismo, es decir, realismo impuro, que repele. Que no seduce y que, en fin, no miente. Yuri amenaza con matarla, si no trabaja esa noche ni le trae el dinero faltante, en su parecer. Sera llora y asiente.

De nuevo, el diálogo no se sabe si con amigo o psicoanalista, hecho recurrente a lo largo del filme. Sera aparece en un bar con otro cliente potencial. La pregunta de siempre en los guiones de siempre Made in Hollywood: ‘¿Vino por la convención?’, le pregunta a Paul, adivinando. Él pide ‘vodka con Seven-Up’ y le ofrece un trago a Sera. Al insinuársele esta, aquél esgrime ‘TFP’ y la echa: ‘¿Una compañera? ¿Es una puta? ¿por qué me pregunta? Tengo a mi esposa esperándome en casa’. Mientras, otra ‘guapa’ está al acecho de Sera/Paul.

A Sera le gusta Ben. Nunca sintió nada por quienes le pagan. Esto la confunde. Aunque solo una vez pasó la noche con él. ‘Pero, parecía haberse formado una relación’ Lo que le dio miedo. Tal vez no debe volver a verlo. Pero, lo busca. Se ven otra vez. Ella no va a cenar. Ya Ben vendió su auto: ahora, solo taxis. Sera llega a la Hab. de Yuri. Éste, cree que hablan de él y lo buscan para matarlo. Echa a Sera y le pide no verlo más. Tres tipos por el pasillo: uno, monta su pistola.

Sera se detiene. Ya afuera, divisa el panorama. Busca a Ben por si aún va a comer. ‘¿Por qué eres un borracho?’: esa debe ser ‘nuestra primera o última cita’. ‘¿Por qué te estás matando?’ No recuerda, solo sabe que… Cuando Sera advierte si tomar es su manera de matarse, hace un juego (tonto) de palabras. Cuando lo invita a irse con ella, se retracta: ‘No soy bueno en la cama’. Sera: ‘El sexo no me interesa’. Lo que borra su laburo sexual; o también ‘A Love is Born’ o ‘Un amor nace’, lo cual es sincero o parece. Pero, no es real. Su medio es alérgico al ‘quinto elemento’ del que habló Luc Besson en su filme homónimo.

Finalmente, Ben acepta ir a comer con Sera. Ya en su sitio, tequila José Cuervo al detal. Y Ben se inclina sobre las orquídeas a inhalar su aroma. Su sentido del olfato se desplaza de lo ‘sensorial’, el licor, a lo ‘sensual’, las flores, y por ahí derecho a Sera, mujer, sujeto sensual por excelencia. ‘Este es el lugar de un ángel’, dice enseguida. Sera invita a Ben a que traiga sus cosas y viva con ella. ‘Puedes aburrirte con un borracho’. Justo lo que ella quiere: aburrirse con un borracho.

Pese a que tumba todo y vomita por doquier, Ben ve en Sera un antídoto que, mezclado con el alcohol, lo tranquiliza. Al sentirse rechazada, piensa que su destino es un enjuague para quitarse el sabor a semen de su boca. Una triste verdad para quien se cansó de estar sola y ahora, sin que lo diga, hasta la relación con un beodo le resulta buena: quizás, porque nadie escoge en el amor, él escoge por y para todos. Pero, cree que ella no ha entendido algo: jamás le pida que deje de tomar. Sera baja del taxi y ve a Ben en el piso, durmiendo. Se para, dice estar bien y lamenta molestar a la Sra. Van Houten y a su Mickey.

Ben dice a Sera que le acepte pagar el arriendo del mes y que ‘está enamorado’. Sera hace una (cómica) salvedad: ‘El pago incluye sexo oral’. Ben supone que ya ‘deberemos coger’. Y le regala una camisa roja, el color del erotismo, como lo saben los seres ‘sensuales’, y una licorera, como quien conoce a un adicto. Ben cree estar con ‘la chica indicada’. ‘Entre tu aliento de trago y el babeo ocasional, algunas palabras interesantes salen de tu boca’, le dice Sera.

Eso, contra lo que parece, no es un piropo. Van al casino. Pide un Bloody Mary y enloquece. Un ‘María Sangrienta’, alias de Mary I, de Inglaterra, quien reinó en un período terrorífico del país (1553/58). Cuando interviene la policía, resulta ‘padre de Sera’. Ya en casa, toma un trago. Va por más a la nevera: toma vodka con jugo. Convulsiona. Unos fundidos evidencian su estado. Se acuesta con Sera. Recuerda algo, pero enfatiza sobre cómo y cuándo se ‘enlagunó’, lo que equivale a borrarse la memoria: amnesia parcial/momentánea, por exceso de alcohol. Sera prometió en el casino que nunca más volverían por allí. Aunque Ben la considera un ángel, Sera señala que está usando a Ben, sin duda porque lo necesita.

Ahora, Sera cree que la camisa que le regaló a Ben les trae mala suerte. Lo dice tras la pelea en que le rompen la nariz, por meterse de redentor. Su sangre le sabe bien a Sera. Aunque Paul West en su novela El lugar de las flores donde queda el polen, diga a propósito de lo dicho por Sera que ‘la sangre huele como el polvo’, cabría preguntar: y, acaso, ¿cómo huele el polvo? Y así, ad infinitum. Ya se sabe que es muy difícil saber a qué sabe algo, para el caso la sangre o el polvo. O los polvos, según sea la acepción.

Lo único que quizás quepa acá sea lo dicho por Rudyard Kipling: “Los olores son más seguros que las visiones y los sonidos para hacer sonar las cuerdas del corazón”. (1993: 28) Es decir, con ello pone al oler por encima del ver: cine y música: Eisenstein ‘veía’ la música; y del oír: música y cine, artes de percepción inmediata, y lo hace por vía de la sinestesia o el intercambio de los sentidos.

Ben y Sera llegan a una de esas nuevas (y falsas) catedrales: un centro comercial. Así lo ve Saramago en La caverna. (7) Ben se antoja de un trago. Y hace magia: de la oreja de Sera sale una cajita con aretes. Sitio salvaje en el desierto. De allí también los echan, como del casino. Su mundo loco riñe con el de la ‘buena moral’, aunque sea la ‘doble moral’. “Mañana temprano deberán irse”, le dice R. Harris a Sera. ‘Nunca más quiero verlos por aquí”, como les dicen en toda parte y el guion lo repite a menudo.

No deben molestarse en pagar: los lujos de la humillación en el cine gringo. Capitalismo Made in Hollywood. Hollywood Made in Capitalism. Una tonada triste acompaña su regreso. Al ver a Ben con dos botellas de vodka que toma mientras se baña, Sera le pide ver a un doctor. Se niega. Ella insiste, es la única cosa que puede hacer por ella. Pero, el disparador de la locura (alcohólica) ya está activado.

Aquí acude un ilustre alcohólico a definir el vínculo locura/amor, lo que va con ese ‘amour fou’ de Sera por Ben, más que al contrario. Edgar Allan Poe: “Yo siempre he relacionado el amor con la locura, con la vida y con la muerte; pero, nunca con la cordura. Y en lo de la cordura ni siquiera debiera meterme, la cordura no existe mientras se está enamorado, es una fuerza loca que te cambia la mirada y hasta la manera de caminar, pierden lógica tus acciones y de modo irremediable; solo piensas en ser complacido y en complacerla”.

Y esto es lo que en buena parte vive Ben, así su amor por Sera sea más una cuestión de ‘palabras interesantes’, de cumplidos, que de acciones. Prueba de ello, pese a tanto despliegue de pasión ‘oral’, muy poco pasan a hacerlo ‘por escrito’, como dice el grafiti: de hecho, solo lo harán una vez.

‘Te he dado una inmensidad de libre voluntad aquí’, dice Sera a Ben. Pero, se equivoca: nadie le da libertad a nadie. La libertad se toma, por mano propia, lo que no implica libertinaje o tiranía de por sí. Para eso está la responsabilidad común: por la otra, por el otro. La libertad no consiste tanto en ‘ser’ libres como en ‘sentirse’ libres. Y por eso se recuerda el filme que ven en el motel, El tercer hombre, (8) con Joseph Cotten. Cuando Holly le dice a Anna (Alida Valli): ‘No durarías con él’, tales palabras caen en Sera como un rayo. Ella lo sabe: la aventura con Ben es efímera. Por eso, hacen tanto en tan poco tiempo. Ben tiene los días contados. Va al casino. Algo de memoria le queda.

Una mujer lo aborda y repite la fórmula: ‘¿Está aquí por la…?’ Sera regresa de trabajar. Sorpresa: Ben está con la mujer del casino. El plano, una suerte de meloso réquiem. Camus: ‘Inocente es quien no necesita explicarse’; Ben se explica: ‘Quizás podría dormir en el sofá y luego…” exhala, como quien muere, aún vivo. Sera sin alardes lo echa. Llora y cae al piso. Del despecho a la tragedia con esos tres hinchas del fútbol gringo que la sacudirán: reflejo de su violencia, desde la Industria Cultural, el entretenimiento, la TV, el cine, hasta las guerras, en su mayoría hechas por Estados Unidos.

‘¿Quién va primero?’ Llaman a Miser. Todo lo filman: el dinero, cada polvo, hasta la golpiza del puritanismo protestante, contra el que hay que protestar: por tufo a machismo y misoginia: la agresión/desprecio por el ‘coño’. (9) Miser amenaza con coito anal. Sera: ‘Hágalo con sus amigos’. ‘Me voy’ y la tiran al piso. El resto es cuita ajena. La violencia trae el sexo sin freno. Sera vuelve a casa: ojo morado, labio partido, cara en sangre. Como Ben por la fulanita y su novio.

Sube a un taxi. Como no puede faltar el morbo en el cine Made in Hollywood, el chofer refiere su lío al sentarse: ‘¿alguna entrega inesperada por atrás? ¿Podrás pagar? Te pregunté: ¿tienes dinero?’ ‘Sí, puedo pagar’. Amenaza con dejarla por ahí. Cuando regresa, la mirada de la casera no da respiro. Sera se baña. Recuerda, como Ben, sus episodios tristes. También, a los tres gañanes: con Miser (Mike Figgis) a la cabeza. Su postura en la ducha sentada entre la sangre es suficiente marca de desolación, de tristeza por la (innoble) condición humana.

Mrs. Van Houten toca la puerta de Sera: ‘… tiene que irse al acabar la semana’. Su ratoncito, agacha la cerviz por pena. Y asiente, aunque no quisiera. Ya afuera, Sera en un andén, ve pasar autos. Ben, en ralentí, con la licorera. A contraluz, como su vida. En paralelo, Sera va al antiguo hotel de Ben, pero no lo halla. Vuelve al casino. La echan, como ya se preveía. Antes de irse, le escupe al abusivo que la toca. Sube a un taxi.

El chofer, simpático, parecido a John Lee Hooker, le dice que con esa belleza puede tener al hombre que quiera, por si no lo sabe. Ella no solo lo sabe, sino que cree tenerlo, aunque en su fuero interno crea que él es como la vida: sueño, soplo, polvo de estrellas. Entra al cuarto y le dice ‘mi amor’. Pero, él está en las últimas, por fuertes sacudones corporales. Deja entrar luz, porque todo ‘está muy oscuro’, como quien improvisa existencialismo. Le ofrece ayuda, Ben dice ‘no’. ‘Eres mi ángel’, reitera. Sera: ‘Estoy aquí’, como si fuera desmentida por la realidad, por lo sufrido.

‘¿Ves lo duro que me pongo contigo, ángel?’, se ufana Ben, así sea la primera y última vez que ‘coge’ con Sera. ‘¿Sabes que te quiero?’ ‘Sí, lo sé’, contesta ella. Antes de fundir a negro, se ve que ni se quitó los zapatos: sabía que el tiempo de y con Ben fenecía. Ben gira su cara, la ve, voltea a la izquierda, mira a la cámara y exhala su postrer suspiro. Su mano izquierda se encalambra y al volver la imagen se nota rígido su pie derecho. Sera ve por la ventana, con la mirada perdida, no hacia el horizonte.

Sera cree que les quedaba poco tiempo y lo aceptó tal cual era, sin esperar un cambio y todo fue recíproco. ‘Me gustó su drama. Él me necesitó. Yo lo amé’. Leaving Las Vegas se basa en la única/autobiográfica novela de John O’Brien, quien poco antes del rodaje se suicidó, cual Hemingway, el 10.abr.1994, a sus 33 años, luego de descubrir que su novela iba a ser usada como base para un filme. (10) La dedicó a Lisa Kirkwood, con quien se casó en 1979 y se fue de Oxford, Ohio, a L. Á, CA, en 1982.

Atrapados por la pesadilla gringa

En conclusión, el problema no es que Ben sea alcohólico, cuántos presidentes lo son…, sino improductivo, que haya hecho imperar el placer (personal) sobre la realidad (colectiva), que lo echen por sus vicios, así a tantos millones se les permita trabajar bajo el régimen, no confeso, de alcohol, droga, etc. Ben, no es ‘sensualista’, el que fuera de alcohol y comida, disfruta del sexo.

Lo que lleva al obseso Huysmans con alucinaciones nasales, olor de los licores, sudor de las féminas, que subyace en su obra hedonista À revours (1884) (11) rebosante de lascivia y decadencia: esta, como la de Ben y su decisión de matarse en un mes con vodka/tequila/whisky. Es más bien un ‘sensorialista’: obedece al imperio del olfato y la vista, menos que al oído. Este y la vista son propios del cine, aunque alguna vez le sumaron el olfato, al desarrollar el sistema de proyección ‘Aromarama’: pero, no se dejó ni oler. (12)

El problema de Sera, por su parte, no es que sea puta, cuántas no son usadas por presidentes y ex… hasta el punto de tener hijos con ellas, sino que decida usar su cuerpo como fuente de ingresos, que no se deje maltratar por atarvanes, que se rebele contra los peleles y les escupa a la cara.

Quizás no sea esa persona que se conforma con cualquiera a fin de no estar sola, lo que de suyo entraña/explica la idea de infelicidad; en todo caso, es alguien que sin saber cómo se ha enamorado por el camino (quizás porque ella y Ben son ‘libres’, aun con todo lo que hay en contra) y que considera al que está a su lado la mayor riqueza, por eso es dichosa, así no sea ni se sienta dueña del mundo. Epicuro: “El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo”.

Pero detrás de esa dicha hay una historia cuya tristeza/derrota y daño para las mujeres ha sido, malamente, proverbial: tiene que ver con origen y etimología del término prostitución, tan desvirtuado como ha sido.

Sandor Ferenczy, discípulo de Freud, en Thalassa: una teoría de la genitalidad: los hombres aman a las mujeres porque su vientre huele a arenque en salmuera y ellos buscan volver al océano esencial; eso sí, no da pistas sobre el ánimo de las mujeres a relacionarse con hombres. Para un investigador, dice Diane Ackerman, el olor a pescado no se debe a nada propio de la vagina, sino a falta de higiene tras el coito, a vaginitis o a semen viejo: ‘Si uno deposita semen en la vagina y lo deja allí olerá a pescado’.

La etimología coincide con ello: en lenguas europeas el argot sobre putas viene de la raíz indoeuropea ‘pu’, echarse a perder, pudrirse: ‘putain’, francés; ‘old put’, irlandés; ‘putta’, italiano; ‘puta’, portugués y español. Voces derivadas de pus, pútrido, supurar y putativo, este, por ‘dudoso’: dicha parentela es ‘Skunk Family’ y ‘Skunk’ deriva del algonquino para ‘mofeta’. En Inglaterra, siglos XVI y XVII, ‘Skunk’ era el peyorativo para putas. Ackerman: “No solo le debemos nuestros sentidos del olfato y del gusto al mar, sino que todavía olemos y tenemos sabor a mar”. (1993: 39)

Los asomos/raptos de libertad de los personajes no son obra del cineasta, sino resultado de la forma como aquéllos escapan a su control y producen la sensación de no estar en el mundo que están, sino en uno mejor. Pero también a ellos, la cosa les salió al revés: si creyeron que se hallaban dentro del sueño yanqui, todo el tiempo estuvieron atrapados por la pesadilla gringa. Los únicos que quizás escapan al dominio sensorial son los astronautas: la ingravidez hace que en el espacio pierdan el gusto y el olfato, igual que en el virus/negocio.

Al final, se ven los restos de seres humanos que deja, en ese ejercicio de dolor, no de gozo, el capitalismo Made in Hollywood, en el filme de Mike Figgis; Ben Sanderson, liquidado por su prurito dipsómano y la desidia general; Sera, sin apellido, cansada/consumida por el segundo oficio más antiguo del mundo, porque antes está el más ancestral y podrido oficio de la política.

En aquel cuarto oscuro, al que Sera dota de luz cuando llega a buscar a su enamorado, entre los efectos de su único acto sexual queda plasmada la unión temporal de una sensualista, cuyo afán exacerbado de fornicar tal vez sea otra forma de virginidad, como respecto a la ninfomanía propone Lawrence Durrell en Justine, (13) y por ello Ben la llama no en vano ‘mi ángel’; y de un sensorialista, cuyo prurito imparable de beber hasta matarse, eso es la dipsomanía, es quizás la metáfora del sueño forjado por un hombre que, incapaz de hallar la felicidad dentro de sí, jamás supo que es imposible hallarla en cualquier otro lugar: todo lo humano y lo divino parte de adentro hacia afuera, no al revés.

De ahí que su dipsomanía no pase de ser una dura pesadilla y no el American Dream que él hubiera podido lucubrar. Ben es como un (mal) niño, para quien la vida es para vivirla ya, en el instante, en el presente (dice el Tao, pero él no lo sabe) pues no olvidar que después puede ser, simplemente, jamás.

A Santiago y Valentina, quienes algún día me alentaron a no beber demasiado: lo que de inmediato agradecí/acaté y así el mundo se privó de un dipsómano más. Jejeje

***

Notas, enlaces y Bibliografía

(1) A propósito, Delikatessen, de John Deane, poema en la Memoria Sonora del FIPM (1991-1999): “En el extremo derecho del hipermercado /está el jardín de carnes – discretas luces, / alucinantes cascadas; // sólo demócratas progresistas compran aquí, / alimentando vidas / aplastadas bajo el vientre de la historia; // pulcras hileras de perdices, limpias y delicadas / como los pechos de las jovencitas; / conejos, liebres, atrapados al vuelo y desollados, // extendidos desnudos, como bebés, violáceos; / aquí visten las chuletas como calcetines con volantes; / en bandejas, como si hubiera pasado Salomé, // hay hígados, riñones, corazones y lenguas. / Entre lechos de carne de clásicos paisajes - / ramas de perejil en arbustos pequeños, // berros, bultos esculpidos con tomates - / encontrarás los nombres ausentes de la historia. / ¡Oh, treparse a una caja de bananas Chiquita / y exhortar teologías de la liberación! / Mas todos los que vienen / se inclinan ante los funcionarios con sus blancos abrigos, / con machetes, serruchos en las pistoleras, / y sangre – como mapas de Uruguay, Guatemala y Perú /estropeando su elegante esmoquin.

(2) Libro (1992) de Ingmar Bergman llevado al cine por el danés Bille August ese mismo año.

https://www.youtube.com/watch?v=tfBWeAUoZJQ

(3) ACKERMAN, Diane. Historia natural de los sentidos, Anagrama, Barcelona, 1993, pdf, 369 pp.: 22. Con traducción del escritor argentino César Aira.

(4) Sin City (2005), filme de Frank Miller que adapta varias historias del cómic La chica vestía de rojo.

(5) https://www.bebesymas.com/otros/no-mires-a-otro-lado-contra-la-explotacion-sexual-de-menores-durante-el-mundial-de-futbol-de-brasil

(6) https://www.telesurtv.net/news/papa-benedicto-reconoce-mentira-informe-pederastia-20220124-0011.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_content=13

(7) SARAMAGO, José. La caverna. Alfaguara, Bogotá, 2001, 454 pp.

(8) The Third Man (1949) o El tercer hombre, de Carol Reed, es un filme clásico del cine negro.

(9) HOLLAND, Jack. Una breve historia de la misoginia. Océano, México, 2010, PDF, 265 pp.: 20.

(10) Wikipedia: entrada sobre Leaving Las Vegas.

(11) HUYSMANS, Jean-Karl. À revours o A contrapelo o Contra Natura. En: Ackerman, 1993: 33.

(12) SANTOVENIA, Rodolfo. Diccionario de Cine. Editorial Arte y Literatura, La Habana, Cuba. Impreso en Colombia por Gráficas de la Sabana. 282 pp.: 20-21. Sistema de cine oloroso patentado en 1858 por Charles Weiss. Único filme realizado: Detrás de la Gran Muralla, el cual introducía 72 olores diferentes y se estrenó en el Mayfair Theatre, de Nueva York, el 2.dic.1959.

(13) DURREL, L. El cuarteto de Alejandría, Justine, Tomo 1 (de 4). Edhasa, Barcelona, 1985, 249 pp.: 82.

FICHA TÉCNICA: Título original: Leaving Las Vegas. Español: Adiós a Las Vegas. País: EEUU. Año: 1995. Formato: 16 mm; color /b/n; 108 min. Dir. / Guion: Mike Figgis, basado en Leaving Las Vegas, de John O’Brien. Fot.: Declan Quinn. Mon.: John Smith. Mús.: M. F. Esc.: Barry Kingston. Vest.: Laura Goldsmith. Int.: Ben Sanderson (Nicholas Cage): Sera (Elisabeth Shue); Yuri Butsov (Julian Sands); Peter (Richard Lewis); Marc Nussbaum (Steven Weber); Debbie (Emily Procter); Terri (Valeria Golino); Mr. Simpson (Thomas Kopache); Landlady (Laurie Metcalf). Prod.: Lila Cazés para Lumière Pictures. Prod.: Initial Productions. Premios: Oscar y Globo de Oro a Mejor Actor: N. C. Independent Spirit Award a Mejor Filme y Mejor Director para M. F.; Mejor Actriz: E. Shue; Mejor Fotografía: D. Q. Festival Int. de Cine de San Sebastián (1995): Concha de Plata al Mejor Director.

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por la UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]

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