El 24 de febrero pasará a la historia como el día en el que el presidente Joe Biden puso fin a la globalización. O sea al modelo económico y político definido por el Consenso de Washington suscrito 1989 por el FMI, el Banco Mundial y el departamento del Tesoro que, aunque pensado inicialmente para su aplicación en los países en vías de desarrollo, terminó por remodelar profundamente la economía y la política del planeta, incluida la de los Estados Unidos América. Que fue el principal beneficiario de las políticas propuestas por el Consenso de liberalización del comercio exterior y del sistema financiero y la apertura a las inversiones extranjeras en la mayoría de los países del mundo, gracias tanto al tamaño y la eficacia de su economía como al hecho de que el dólar era y aún es la moneda de reserva mundial en la que, además, se realiza el comercio internacional de materias primas y especialmente de la más estratégica de todas: el petróleo.
Pero como advierte la dialéctica: en la victoria anida la semilla de la derrota. Porque si el presidente George Bush consideró un triunfo la culminación exitosa en 2001 de las negociaciones, iniciadas por Ronald Reagan, que permitieron el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, es muy difícil que hoy lo siga creyendo. La suma de Consenso de Washington + China en la OMC generó el siguiente esquema de relación económica entre los Estados Unidos y China. Los capitalistas americanos trasladaron sus fábricas al gigante asiático para beneficiarse de su disciplina laboral y sus bajos salarios y gracias esas inversiones y las de capitales europeos, así como a sus propias inversiones, China se industrializó aceleradamente, sus exportaciones crecieron exponencialmente y la política de compras masivas de bonos del Tesoro norteamericano le permitió mantener baja la cotización de su divisa al tiempo que le permitía a Washington financiar las muy costosas guerras que emprendió en el Oriente Medio a partir del ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, exactamente dos meses antes del ingreso oficial de China a la OMC. Y no solo eso. La compra china de bonos del Tesoro le permitió a Washington financiar así mismo los sucesivos recortes de impuestos a las grandes fortunas que tanto han beneficiado al 1 % de la población del país, la escandalosamente rica.
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Trump fue el primero en llamar la atención sobre dos de los efectos negativos del modelo de intercambio económico: la desindustrialización del país y el deterioro del consenso social
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Trump fue el primero en llamar la atención sobre dos de los efectos negativos del modelo de intercambio económico: la desindustrialización del país y el deterioro del consenso social debido tanto a esa desindustrialización como al extraordinario crecimiento de la desigualdad social generado por el desmantelamiento del Estado de bienestar promovido por el Consenso. Al primero respondió con la ruptura o la renegociación de los acuerdos de libre comercio inspirados en el Consenso de Washington y con la escalada de impuestos de importación a los productos chinos y al segundo con una incendiaria apelación al patriotismo tout court bajo el lema de Made America Great Again. Los defensores políticos y mediáticos del Consenso le propinaron la derrota política que ya sabemos. Pero al final no han tenido más remedio que reconocer la existencia de los problemas denunciados por el exuberante empresario. Uno de los cuales se mostró el mes pasado en todo su dramatismo: la Ford y la General Motor se vieron obligados reducir al mínimo su producción por la falta de microchips producidos en China y en Taiwán.
E intentar dar respuesta al mismo bajo la consigna Made in América, agitada por Biden durante la pasada campaña electoral, que no es más que la versión light del lema trumpiano. Y bajo cuya inspiración Biden firmó la orden ejecutiva que obliga a la administración pública de su país a comprar solo productos nacionales, así como la orden ejecutiva del 24 de febrero, mencionada arriba, que encarga a una comisión la evaluación en 100 días de la cadena de suministros de semiconductores, principios activos de medicamentos, baterías de vehículos eléctricos y minerales extraídos de tierras raras, productos en los que es muy grande la dependencia de China, con el fin de diseñar planes para emprender su producción localmente.
En cuanto a la reconstrucción del consenso social en el interior del país y de la confianza internacional en el liderazgo de los Estados Unidos, Biden parece confiar en la conversión de la campaña de cerco y sometimiento de China en una vehemente cruzada por la libertad y los derechos humanos.