Mientras el país se polariza en torno a dos posiciones; una que sustenta la necesidad de concretar las reformas sociales y otra que opta por la oposición a las mismas, asunto que ojalá encuentre un adecuado marco democrático que nos aleje del fantasma de las violencias, se observa otra tensión un poco menos bulliciosa pero igualmente difícil de manejar. Es la asociada con la preparación frente a la segunda temporada de lluvias que vendrá el próximo semestre; este primer periodo humedo avanza con relativa rutina, pero los pronósticos indican que el cierre del año en curso será de mucho mayor nivel de pluviosidad.
Todavía, contando con las nuevas condiciones de la variabilidad climática, viendo cómo salimos de los efectos de El Niño con sus impactos de sequía, incendios forestales, escasez de agua potable, se observa una preocupante paquidermia frente a las vulnerabilidades previsibles en el contexto de cambio climático. Ya se sabe que hay una alta probabilidad de que el fenómeno de La Niña radicalice la temporada de lluvias hacia septiembre-octubre del año 2024 y que es prioridad hacer prevención, restauración de estructuras de contención en mal estado, mitigación de riesgos en general, para que los anuncios no nos cojan desprovistos de soluciones.
Ya tendríamos que tener balances de situaciones críticas, campañas ciudadanas y acciones institucionales de prevención y mitigación, pero no se observa mucho ejercicio responsable al respecto
El asunto es que ante el riesgo de eventos extremos y ante los llamados de las autoridades nacionales que van subiendo el volumen, para que nos ocupemos en regiones, distritos y municipios de avanzar en mitigar, los entes territoriales que comienzan mandato, escasamente han puesto líneas sin mucho relieve adaptativo en sus planes de desarrollo que cursan trámite de debate para aprobación en los respectivos concejos y asambleas; el tiempo en este caso es una adversario grande, ya tendríamos que tener balances de situaciones críticas, campañas ciudadanas y acciones institucionales de prevención y mitigación, pero no se observa mucho ejercicio responsable al respecto. Se necesita hacer memoria en este momento de los eventos de las décadas anteriores en las cuales las crecientes de ríos, los deslizamientos, los vendavales, las tormentas eléctricas han generado graves emergencias y causado pérdidas de vidas humanas y de recursos productivos en diversas regiones del país.
En una sociedad que se ha acostumbrado a manejar desastres, antes que a mitigarlos y afrontarlos adaptativamente, pareciera que a las autoridades y a las ciudadanías no nos cabe aún cambiar de mentalidad frente al nuevo panorama planetario y a las diversas formas de afectación, lo cual nos pone ante evidentes adversidades colectivas en el horizonte que serian evitables o por lo menos disminuidas a menores expresiones. El llamado es a que en primer lugar avancemos en la capacidad de predecir y prevenir en el corto plazo y a que en los aspectos estratégicos involucremos necesariamente una perspectiva de adaptación climática y rectificación ambiental en la gestión de los planes de desarrollo; si no reconocemos ese nuevo relieve de riesgos, cuando se conocen los síntomas y señales actuales, estaremos afrontando delicadas consecuencias a finales de año. Insisto, es cuestión de reconocer vulnerabilidades y avanzar en la planificación de corto, mediano y largo plazo hacia respuestas integrales. Ojalá no nos dejemos coger más la tarde.
Del mismo autor: Ahora vendrá La Niña