Ad portas de la cárcel, Juan Carlos Ortiz y Tomás Jaramillo vivieron 10 horas de tensión

Ad portas de la cárcel, Juan Carlos Ortiz y Tomás Jaramillo vivieron 10 horas de tensión

En el primer día de audiencia del caso Premium-Interbolsa, Ortiz buscaba tranquilidad con almendras y maní mientras Jaramillo se enterraba en su asiento.

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febrero 25, 2015
Ad portas de la cárcel, Juan Carlos Ortiz y Tomás Jaramillo vivieron 10 horas de tensión
Foto: Revista Dinero / Revista Semana

En el juzgado 68 del cuarto piso de la Fiscalía tan sólo estaba un hombre, vestido con un saco gris oscuro, una tosca camisa de cuadros y una corbata roja que le colgaba como una baba debajo del cuello. Juan Carlos Ortiz esperaba una vez más por su suerte.

A pesar de que unas cincuenta personas atestaron la salita en donde se celebrarían la audiencia contra los responsables del desfalco del fondo Premium de Interbolsa, Ortiz permaneció impasible  hasta que sus abogados Francisco Bernate Ochoa y José Ignacio Lombana, lo buscaron, lo sentaron en una banca y, como si fuera un boxeador sentado en su esquina, fue recibiendo los consejos que le daban sus defensores para intentar salir de la grave situación que lo había puesto contra las cuerdas. Con sus ojos vidriosos y hundidos uno podría darse cuenta que Juan Carlos Ortiz no entendía muy bien de que le estaban hablando.

No parecía el mismo hombre que hace seis años se paseaba como un príncipe en su jardín por el parque de la 93 cada vez que el sol se ponía. En esa época su oficina, ubicada en el cuarto piso del imponente edificio de ladrillo a la vista en donde funcionaba la mayor comisionista de bolsa de la que era accionista, en plena zona comercial de la avenida 82, frente al Centro Andino, tenía en las amplias paredes de su antesala valiosos cuadros entre los que se destacaban obras de artistas como Miguel Ángel Rojas y Óscar Muñoz.

A finales de la década pasada, su presencia irradiaba poder. No en vano él y su socio Tomás Jaramillo en la aventura del Fondo Premium, administraban 174 millones de dólares que 1.260 inversionistas le habían confiado.  Su éxito con la sociedad comisionista le había hecho olvidar su expulsión de la Bolsa de Bogotá en 1997. No se amilanó, más que un inversionista era un jugador y sabía que el riesgo que asumía en cada movimiento lo podría llevar al infierno pero en una sola tarde de suerte podría regresar al paraíso. Los hechos así lo confirmaban: diez años después de ese descalabro Juan Ortíz Zárrate era nuevamente millonario.

El juez ha ocupado su puesto y acusados, víctimas y acusador –la fiscalía- se asientan en sus lugares. Ortíz ha abandonado la parte de atrás del salón y sus abogados lo acompañan al banquillo donde está también una buena parte de la junta directiva de Interbolsa. En ningún momento Ortiz voltea a mirar a quien está a su ladao: Rachid Maluf, el joven de ascendencia libanesa quien gerenció el Fondo Premium en Colombia y había llegado a la empresa de la mano de Víctor Maldonado.

Justamente este hombre que hizo una gran fortuna a partir de Cream Helado, que lo llevó a controlar Meals, fundar Fotojapón,  y crear de la cadena Archie’s, además de hacerse al hotel Santa Clara de Cartagena asi como a innumerables predios como inversiones de propiedad raíz,  fue el gran ausente de la audiencia. Su abogado, Iván Cancino, con una naturalidad pasmosa advirtió la ausencia en el extranjero de su cliente y se adelantó a solicitarle al juez la disposición logística para que por vía Skype su cliente pudiera participar desde Miami a donde además Maldonado tiene una ampulosa propiedad. Ante la negativa del juez, Cancino logró aplazar la audiencia de Maldonado.

Además de Maluf, acompañaban a Ortiz en ese banco, Natalia Zuñiga, una mujer rubia y delgada de treinta años,  quien fue directora de Valores Incorporados, firma creada por el propio Ortiz y filial del fondo Premium, Claudia Patricia Aristizábal una paisa administradora de empresas de 48 años y Tomás Jaramillo, co-creador del Fondo Premium.

Juan Carlos Ortiz nunca los miró. Cuando Alexandra Ladino, la delegada de la fiscalía empezó a leer la imputación de cargos, el otrora llamado Zar de la bolsa, centraba su mirada en el cuero de sus mocasines terminados en punta. De su maletín Cartier, sacaba en todo momento una bolsa llena de almendras y maníes, la abría, tomaba un puñado y se los echaba a la boca. Al masticar cesaba un poco esa fuerza telúrica que lo obligaba a mover la pierna en un tic nervioso, casi epiléptico. Cuando lograba ponerse quieto se pasaba las manos por la cara, tomaba aire profundamente y suspiraba.

Una de las virtudes que la modelo Viena Ruiz siempre admiró de su esposo, Juan Carlos Ortiz,  fue el optimismo. Incluso después del extravagante viaje que los llevó a Qatar, Indonesia y la India en donde cumplió el sueño de conocer el Taj Mahal y que costó 585.000 dólares pagados con una tarjeta American express respaldada con recursos del fondo Premium, Ortiz ni se inmutó con el escándalo que lo recibió en Colombia: el  castillo de naipes de Interbolsa en donde él había hecho su última fortuna se había desplomado.

Cuando las cámaras lo sorprendían siempre lo veían sonriente, como esa foto en donde luce imponente como un torero en su finca de Tenjo. Las acusaciones de que le había dado la vuelta a Asia en compañía de su esposa Viena, entonces directora de la revista Nueva, simple y llanamente le resbalaban. El consuelo lo encontraba galopando la sabana  encima de Tormento, el pura sangre que quería y cuidaba como si fuera un miembro más de su familia.

Hoy, cuando la funcionaria de la fiscalía iba develando los oscuros manejos que le daban a los recursos los fondos Premium de Interbolsa, Ortiz voltea su cuello para atrás, buscando alguna cara conocida distinta a las víctimas de su desmesura que lo juzgaban en silencio. Sin dejar de mover sus piernas, Ortiz  saca de su Cartier un cargador y su Smartphone y le pide a José Ignacio Lombana, su abogado suplente , que le busque un conector para cargarlo. Después de dos horas de cifras y acusaciones está cansado. Los abogados están en otra cosa. Con una complicidad inolcultable Bernate Ochoa y Lombana se entretienen con mensajes de wsps y con comentarios al oído que los hacen reir. El juez los reconviene con la mirada, mientras la delegada de la Fiscalía sigue leyendo el farragoso informe en donde se explica, al detalle, el desastre del fondo Premium de Interbolsa.

Tomás Jaramillo también luce agotado. Ocasionalmente su frente despejada se tiñe de parches rojos, como si la situación en la que estuviera lo avergonzara. Atrás dejaba una vida de lujos y consentimientos que duraron hasta el último momento en que tuvo alguna validez su reputación.  En julio del 2013, cuando el escándalo llegaba a su punto álgido, el Gaia, su lujoso yate fue visto en los muelles de la Calzada de Amador  listo para zarpar hacia alguna de las playas vecinas de Santa Marta a retozar entre amigos con buen trago y buena música. El hijo de Rodrigo Jaramillo, fundador y presidente de Interbolsa, ese año, vislumbrando la tormenta, sólo quería disfrutar con su familia del último verano que podían pasar juntos antes de que su esposa Mariluz Ruano decidiera buscar protección en España, lugar de origen de su familia paterna.

Ahora luce nervioso, a veces, cuando la imputación de la fiscalía se hace densa, cierra por varios minutos los ojos y aprieta una y otra vez sus manos. Los dos socios, separados por unos cuantos metros, apenas se miran. La audiencia continúa y a pesar de la risa constante de Bernate Ochoa, Juan Carlos Ortiz sigue sin recuperar su optimismo, un optimismo que su esposa Viena pensó que nada lo mellaría. Las bolsas que están debajo de sus ojos constatan sus noches de insomnio. Ya para él la lujuria y la tranquilidad forman parte del pasado.

Fugazmente vuelve a mirar para atrás para después sembrar su mirada en sus mocasines puntudos, después se mira las manos y, por un segundo, observa a Tomás Jaramillo. La mirada de los dos se cruzan, ambos tienen los ojos vidriosos y se hacen una señal triste, desoladora, silenciosa. Con esa mirada acaso constatan lo que los dos ya saben: los buenos tiempos nunca volverán. En diez días sabrán el precio que pagarán por su ambición.

 

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