Ahmadreza Djalali es un médico iraní y un experto en atención de desastres. Él estudió en Italia y Suecia, tiene una esposa y dos hijos pequeños. Y yo, Diego Sarasti, médico colombiano, doctor en salud pública, tuve la oportunidad de conocerlo hace unos años en Estocolmo (Suecia) en un curso de formación en una prestigiosa universidad.
En su viaje a Irán, en abril del 2016, Ahmadreza Djalali fue detenido acusado de espiar para “un país extranjero hostil”. Él sufrió torturas físicas y psicológicas, así como aislamiento. También durante siete meses se le impidió tener acceso a un abogado que lo defendiera.
Un año y medio más tarde, en octubre del 2017, fue condenado a la pena muerte y en diciembre del 2017 la Corte Suprema de Justicia de Irán confirmó su sentencia en un proceso que Amnistía Internacional denunció por “secreto y apresurado y no permitir que la defensa presentara cualquier documentación”.
Sus abogados han reportado que la Corte se basó en gran medida en evidencia obtenida mediante coacción.
En una carta escrita por Ahmadreza en agosto del 2017, él dice que fue sometido a tortura física y psicológica para “confesar su culpa” y afirmó que solo es culpable de no aceptar espiar para la Agencia Iraní de Inteligencia en los países europeos; él se rehusó a traicionar la confianza de las universidades en donde él trabajaba y la de sus colegas.
Yo conocí a Ahmadreza en un curso internacional en el Instituto Karolinska, Estocolomo-Suecia, en el 2008. Fue mi compañero de clases cotidiano durante casi dos meses. En ese curso éramos de muy diferentes países: Irán, Bangladesh, China, Pakistán, Estados Unidos, Corea del Sur, Marruecos, Colombia. Compartiendo con ellos ese tiempo me di cuenta de la diversidad, pero también de lo común de la humanidad. Todos nosotros, con nuestro propio bagaje cultural, nos dimos cuenta de la riqueza de las diversas culturas y, al mismo tiempo, de las nuestras.
También, estando en contacto con ese grupo, lentamente empecé a conocer sus comportamientos individuales; me di cuenta que Ahmadreza era una persona muy respetuosa y amistosa, con un corazón generoso.
Durante largas conversaciones él me contó de su país, su cultura y sus creencias religiosas; él estaba orgulloso de ellos. Por eso es que digo que en su corazón no hay espacio para la traición y, menos, para su país.
Además, lo están juzgando como si estuviera en condiciones normales. Toda persona cambia bajo presión emocional. Como médico en el servicio de urgencias y en consulta externa me he dado cuenta que los pacientes que consultan no son la persona más su enfermedad, sino que, más bien son una persona totalmente cambiada, sufriendo, asustada y angustiada.
Ahmadreza está en una posición similar; las personas bajo tortura psicológica y física durante largos períodos se vuelven dúctiles a los propósitos de sus torturadores.
Una cosa más, viendo el video en donde él “confiesa su culpa” es fácil darse cuenta que él está bajo los efectos de medicación siquiátrica: tiene menos frecuencia de parpadeo y sus movimientos corporales son mínimos.
El manejo del caso de Ahmadreza Djalali por las autoridades iraníes muestra falta de respeto por los Derechos Humanos, como el comité de expertos en Derechos de las Naciones Unidas lo afirmó el 20 de diciembre del 2017.
También, está afectando la imagen de Irán ante la comunidad internacional y podría afectar el programa nuclear iraní al disminuir los intercambios académicos internacionales y a las nuevas generaciones de científicos iraníes quienes se dan cuenta cuán riesgoso es en su propio país ser un científico bien preparado.
Este es el pedido de un médico colombiano: ¡ayudemos a salvar a Ahmadreza!