Y dele que dele con el desgastado, demonizado, retórico estribillo del ¡ACUERDO NACIONAL!, mentirosa, trillada muletilla que como sofisma de distracción utiliza el presidente Petro, desde su posesión; cantaleta que tiene hartos, impacientados, mamados a los colombianos que después de más de 200 años de vida republicana, padecemos un Gobierno, abiertamente de izquierda, evanescente, hipócrita, incompetente, montaraz que, junto a sus alzafuelles, importuna a mañana, tarde y noche, en los dos años de corrido del frenético, inédito, inmoderado período, lleva en las 19 carteras, tres remezones que suman 40 ministros y 54 viceministerios que han puesto a tambalear su gobernabilidad.
“Acuerdo sobre lo fundamental” fue la original frase forjada por el inmolado líder, Álvaro Gómez Hurtado, que salió a relucir en la década del 90 en sus diálogos con indistintos sectores políticos, distantes sideralmente de la orilla ideológica que lo caracterizó, como el Partido Liberal y los recién desmovilizados excombatientes del M-19.
El presidente Petro, en su primer discurso de posesión en la Plaza de Bolívar anunció -adornado de la Espada de Bolívar que mandó traer de Palacio, contrariando al saliente Iván Duque- un “gran acuerdo nacional” en torno a su Gobierno; símbolo nacional deshonrado anteriormente por el M 19 al robárselo de la Quinta de Bolívar, el 17 de enero de 1974, so pretexto de reivindicar la victoria birlada a Rojas Pinilla en las elecciones de 1970 en favor de Pastrana Borrero -gobierno de Carlos Lleras Restrepo-.
Acuerdo -del que habla Petro- que busca debilitar a la oposición, ganar en el Congreso gobernabilidad, a efecto de sacar adelante su ambiciosa agenda legislativa; aclimatar la paz; mitigar el crispado, insoportable ambiente de inseguridad, polarización que se acrecienta cada vez más, lo que estimuló entonces, indujo, instó cerrado, inmediato aplauso de la gente, simpatía, igual que la paz total, el cambio climático, las energías limpias, la igualdad, equidad, trabajo, la lucha contra las drogas, la corrupción, etcétera. Al poco andar, empezó a agitar el ambiente con el enguande de la Constituyente, encomendada expresamente al ministro del Interior de turno, que han ocupado sin pena ni gloria la cartera: Alfonso Prada (nueve meses), Luis Fernando Velasco (13 meses), Juan Fernando Cristo -el tercero-, actualmente en cuarentena, instruido para “concretar el poder constituyente”, luego de tragarse la indignidad de omitir su propia, reciente, pública, tajante exhortación:
“Repitan conmigo: La constituyente es inviable. La reelección es imposible. Lo que sí resulta patético es ver la indignación de quienes hace 20 años aplaudieron y celebraron que Uribe se pasara por la faja la Constitución para reelegirse. Antes fue un desastre saltarse la Constitución. Ahora también lo es”.
Tras casi tres meses radicó -martes 24 de septiembre- en el Congreso, antecedido del preámbulo: buscaré: “consensos para sacar adelante las reformas sociales”, adicionando los ejes del improvisado, mediático, politizado, pomposo, rimbombante, ‘Acuerdo Nacional’: la institucionalidad, menos confrontación, transformación territorial, sin referirse a la anhelada ‘Constituyente’.
Desgastado propósito -flor de un día- sin credibilidad, convertido en exasperante instrumento de propaganda política, arruinado, torpedeado por el mismísimo endiosado, mesiánico proponente, Petro, cuya inconsecuente conducta deja mucho que desear, comporta un manto de duda sobre la imperativa reelección o prórroga del período- alternativas -movidas bajo cuerda por lacayos a sueldo- con las que mantiene incuestionable idilio, a pesar de la reiteración -de dientes para afuera- del ministro Cristo, de que “no es del interés de Petro de perpetuarse en el poder”.
En coro gritan ¡mamola! los “ninis” que “ni trabajan ni estudian”, alternado con el picante, ruidoso ¡fuera Petro! de la escéptica ciudadanía que interpreta el constante llamado a los adeptos a la revuelta callejera, como una más de sus felonías, que conlleva el inocultable, irrenunciable objetivo -no declarado-, la reelección que, alegre, inevitablemente se dará más pronto que tarde, como sin empacho lo anticipa el tramposo proyecto que a espaldas de la ciudadanía, manipula la fletada marioneta, Isabel Zuleta (senadora), contagiada por la antañona “encrucijada en el alma” que en 2005 padeció el expresidente Uribe, que llevó a sus intérpretes a proponer la reforma del “articulito”.
El precitado sexagenario exministro santista (2014-2017) no tendrá fácil procurar los puentes sociales y políticos para promover el tantas veces desvirtuado Acuerdo Nacional que busca, asegura -a través de la transparente vía institucional, constitucional-, apoyado en el poder constituyente, cambios normativos orientados a la articulación, implementación, cumplimiento del Acuerdo de Paz con las FARC, a acelerar -en medio de la incertidumbre económica- mediante el fast-track, las empantanadas reformas a la salud, servicios públicos, laboral, política.
La aparente, inicial voluntad de Petro de saldar las discrepancias con el expresidente Uribe Vélez, lo llevó -calculada, estratégicamente- al elogiado, refrescante encuentro, mudado en inocuo saludo a la bandera, nuevamente socializado con grandilocuente blablablá:
“Creo fundamental que Colombia retome el camino del diálogo institucional, que hablemos entre todos, busquemos mínimos consensos; ejes que serán -sencilla, simplemente- una propuesta del Gobierno a todos estos sectores para consolidar, enriquecer el acuerdo contra los violentos, en defensa de la democracia, la estabilidad institucional, de respeto a las reglas de juego”.
Apocalíptico, descarrilado, menospreciado presidente que dice una cosa y hace otra, ejemplificada por la incumplida meritocracia, suplida con impresentables, anodinos, grises camaradas y excompañeros de secta, sin pergaminos: codiciosos ganapanes movidos por el botín; “lucha” -entre comillas- contra la enseñoreada megacorrupción ilustrada por el emblemático caso de la exprimida Unidad para la Gestión del Riesgo, empoderada por los títeres Olmedo López y Sneyder Pinilla, confesos saqueadores que salpicaron al cómplice, complaciente entorno presidencial: Carlos Ramón González, Luis Fernando Velazco, Sandra Ortiz, Ricardo Bonilla, quien transfirió -a sabiendas- $92.000 millones para ‘cuadrar’ a seis congresistas a cambio de la ampliación del cupo de endeudamiento.
Repudiable escándalo con cargo al aletargado, caótico, descocado, diabólico, malhadado Gobierno que ha traicionado al país, generado un inconmensurable daño a la institucionalidad, intentado desviar -vanamente, según leal, personal hipótesis de este escriba- con esta incoherente, postiza cortina de humo:
“Lo que tienen aquí es un gobierno dispuesto a luchar contra la corrupción, a construir acuerdos y consensos mediante el diálogo”. Como dice la canción de Silvana Di Lorenzo: Palabras, palabras, palabras. Insostenible falacia que por insostenible me abstengo de debatir.