La Universidad del Atlántico tomó el rumbo hacia su desintegración desde el inicio de la década de 1970, cuando el rector de apellido Consuegra consintió el cogobierno con los jóvenes gritones de entonces, pertenecientes a las distintas corrientes del marxismo político-popular.
Fue el inicio del uso de la universidad para propósitos políticos locales y se extendió hasta hoy a todas las de la Costa, haciéndose proveedoras de votos para consejos y alcaldías desde Riohacha hasta Montería. Pero la aniquilación como universidades se hizo expedita al reemplazar la nómina de profesores por iletrados adscritos a las diversas clientelas.
Después de medio siglo se ha hecho evidente que de Universidad sólo conservan el nombre, porque las universidades se caracterizan por agrupar a los intelectuales de la sociedad que frecuentan las bibliotecas, gustan del silencio y proveen teorías y demás productos del intelecto; no es propio de ellas amontonar mochileros y parlanchines de los eventos electorales.
Quien crea que la antaño denominada Universidad del Atlántico es la misma de hoy no puede entender los sucesos absurdos y dolorosos como suicidios, enloquecimientos y muertes prematuras de estudiantes y profesores; todas las universidades son lugares en donde el espíritu se oxigena y se encuentra a sus anchas, nunca lo son de mortificación.
Si eventualmente, mediante los obligados concursos docentes, se cuela e ingresa a la Universidad del Atlántico un verdadero profesor, se verá hostigado, perseguido, marginado y, en una palabra, atormentado. Igualmente, los jóvenes que ingresan pensando que han llegado al paraíso y se encuentran en el infierno.
No debe perderse de vista que esta transformación hacia la desintegración de la Universidad ha sido liderada, como no podía ser de otra manera, desde el dominio disciplinar que más fácilmente puede ser objeto de impostura: las ciencias humanas, y muy particularmente la filosofía, que por ser ciencia madre tolera y no reprende con severidad.
Hace diez años me inscribí en la convocatoria para nombrar rector proponiendo como programa de acción lo que más me pareció requerirse: un cambio cultural en la Universidad. Sólo obtuve 10 de 400 votos posibles entre los profesores y me convencí de lo irreversible del sendero ya tomado.
La Universidad del Atlántico no se mejora con programas de salud mental, más almuerzos para los estudiantes, aumento del recreo y disminución de las horas de clases que ya están severamente disminuidas, ni con ninguna de estas aparentes buenas propuestas.
Afortunado sería que la buena intención manifiesta del presidente Petro, conocedor de la tierra del oro, dirija su mirada hacia esta puerta de cobre, que finge ser de oro.