Actividad paranormal en el caso Petro
Opinión

Actividad paranormal en el caso Petro

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febrero 11, 2014
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Hace dos meses la Procuraduría General destituyó al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, por el manejo irregular que le dio al tema de la recolección de basuras en la capital en diciembre de 2012. Aunque parezca increíble, el inquilino del Palacio de Liévano sigue en su cargo, no solo atornillado sino desafiante. Impresionante su poder para confundir, para hacer ver que estamos de día aunque en realidad sea de noche, para conseguir unas herramientas legales que a ningún otro colombiano se le concederían ni en esta vida ni en la otra.

Por cuenta de una extraña tutela, su destitución está suspendida temporalmente. Se trata de una decisión del magistrado José María Armenta, del Tribunal Administrativo de Cundinamarca. Su esposa, Cecilia Calderón, trabaja en la Empresa de Acueducto de Bogotá, y aún así participó en la decisión. Armenta, además, fue compañero de promoción en la Universidad Externado de Colombia del exfiscal Mario Iguarán, uno de los abogados de Petro, y de Diego Bravo, exgerente de la Empresa de Acueducto de la capital, y aun así participó en la decisión. En cualquier otra parte del mundo semejantes “coincidencias” hubieran tenido un desenlace disciplinario (aunque no descarto que en el futuro el asunto pueda ser revisado).

De otro lado: ¿a quién en Colombia se le permite, por interpuestas personas, llenar los despachos judiciales de Colombia con varios centenares de tutelas para hacer que la destitución en su contra no cobre efecto? Temeridad no es la palabra suficientemente descriptiva…

Pero fíjese el lector también en este efecto de la tal tutela: el 2 de marzo nos va a llevar a un referéndum para que sean los bogotanos quienes decidan en las urnas si Petro debe o no seguir en el cargo. No sobra hacer hincapié en que la sanción del Ministerio Público nada tiene que ver con el referéndum. Pero Petro da por descontado que si sale avante —como en efecto lo conseguirá porque los votos que se necesitan para revocarlo son imposibles de conseguir bajo la burlesca Ley 134 de 1994— habrá una especie de expiación respecto de la destitución de la Procuraduría. Será una especie de borrón y cuenta nueva, según los cálculos del alcalde. Lástima por el doctor Miguel Gómez Martínez,  promotor del referéndum, porque sin querer queriendo —como dice El Chavo— pudo haberle entregado a Petro el arma para quedarse en el puesto. Estarán muertos de la risa en el Distrito. La tutela está directamente relacionada con este asunto.

Una pregunta se antoja: ¿Puede haber algo más grave que unas irregularidades en la recolección de unas basuras? Por supuesto que sí: el desafío a la decisión en su contra y, de contera, a la Constitución y a las instituciones del país. La izquierda está en todo su derecho de luchar por sus convicciones, sin duda; pero tiene un límite, igual que las demás ideologías: respetar la institucionalidad, igual que la han respetado los centenares de funcionarios elegidos popularmente y que han sido destituidos hasta ahora. A propósito, ¿alguien se habrá preguntado en qué están las investigaciones en curso de funcionarios elegidos popularmente? ¿Tendrían que estar todas congeladas, no? Qué cómodo resulta salirse del sistema legal apelando a una pretendida cobija democrática, sin que a nadie le importe dejar la semilla del totalitarismo...

Y una pregunta más: ¿De cuándo acá la Comisión Interamericana de Derechos Humanos es una especie instancia más para conocer procesos judiciales de otros países, en este caso Colombia? La presencia de la Comisión es sumamente respetable como parte de nuestro sistema legal, pero no para prestarse a manipulaciones: recuerden señores que el último alcalde fue elegido con el 32% de los votos de Bogotá por una coyuntura bien especial. ¿Qué tiene que ver con el futuro de la democracia del país el que Petro haya sido sancionado con destitución? Absolutamente nada. Alcaldes con mayores índices de votación han sido elegidos popularmente.

Pero bueno, estamos en Colombia y aquí puede pasar de todo. En otros tiempos la historia de Petro hubiera sido inmortalizada por García Márquez en una de sus obras por inverosímil, por increíble. De hecho, en sus tiempos de militante en el M-19, el alcalde de Bogotá escogió el de Aureliano como nombre de combate en honor al personaje de Cien años de soledad, de quien se decía —de Aureliano—  que en su niñez tenía el poder de mover objetos y suscitar situaciones similares a fenómenos paranormales. ¡Qué mote tan bien escogido!

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