El único espacio que habían compartido Natalia Ponce de León y Jonathan Vega, fue una vez, cuando tenían 20 años. Afuera de un bar, mientras era estudiante de cine del Gran Colombiano, fumaba un cigarrillo. Jhonatan Vega, un muchacho que estaba obsesionado por ella, esperaba paciente en una mesa hasta que la vio salir. La persiguió y le preguntó si le podía regalar una calada. Natalia, con una mueca de desprecio, se lo negó. Ella sabía perfectamente quién era.
Años atrás ella tenía un Labrador. Lo sacó a pastar y sintió detrás la presencia de Vega. Él tenía un Pitbull. Sin mediar palabra se abalanzó sobre ella. El acoso era constante. Una vez su hermano tuvo que buscar a Jhonatan para que no se metiera más con ella. En ese momento Vega ya era adicto a la heroína y años después la combinaría con el bazuco. Cuando Natalia se fue a estudiar a Londres Vega no paraba de hablar de ella. Se inventaba romances, salidas que nunca habían tenido.
En Londres Natalia fue feliz. Conoció los bares cochambrosos de Richmond en donde sus ídolos, los Rolling Stones, tocaron por primera vez en 1962. Vio todo el cine que pudo en una época en donde aún no se desarrollaban con potencia las plataformas, fue bartender y hasta jefe de meseros de un restaurante brasilero en Chelsea. De Colombia extrañaba a su novio, las bebetas en la tienda de Don José, cerca a la universidad. Regresó en febrero del 2014 y uno de los más felices era Vega.
Natalia no sabía que su vida cambiaría el 27 de marzo del 2014. Ese día Johnatan llegó a su edificio Esperó en el lobby mientras el portero la llamó para que bajara Entonces, sin mediar palabra, el joven le echó un litro de ácido en su cara dos veces. Uno de los recuerdos más horrorosos que tiene Ponce de León es el de las tiras de su cara cayendo al suelo. Los médicos la dieron por muerta y en el Hospital Simón Bolívar la revivieron. Allí se encontró con uno de sus ángeles guardianes, el doctor Jorge Luis Gaviria.
Él estuvo a cargo de las cuatro primeras cirugías de Natalia, las más importantes ya que ella en ese momento todavía corría peligro de perder la vida. Ella se fue para su casa no sin antes pedirle el número del celular al doctor Gaviria y todo el tiempo lo llamaba para saber qué podía hacer. Natalia empezó a tomar antidepresivos para quedarse dormida antes de que la sobrecogiera el llanto. La primera borrachera se la pegó con su mamá y luego con Natalia Reyes y su esposo, otras de las profesionales que la ayudó a sobrellevar su nueva condición.
Ocho años después de lo peor, Natalia se ha convertido en un símbolo mundial. Ha tenido que soportar 37 cirugías y ver como su agresor debe pagar una pena de 21 años, muy poco teniendo en cuenta la gravedad de lo que hizo. Por eso, en el 2016, ayudó a crear la ley Natalia Ponce de León, en donde se dejó como pena mínima para agresores 30 años de cárcel y multas de hasta 3.000 millones de pesos.
Natalia, aunque no olvida, ha vuelto a sonreír. Su empoderamiento es absoluto. En 2016, Ponce de León recibió el premio "Outlook Inspirations" otorgado por el programa de radio Outlook de la BBC, como figura "inspiradora y de gran coraje". Ese mismo año estuvo entre las 100 mujeres más importantes del mundo según la BBC. Melania Trump, entonces primera dama de los Estados Unidos, le dio el premio Mujeres con Coraje.
Después de la pandemia Natalia Ponce de León es una de las conferencistas más cotizadas del país y del exterior. Sus conferencias inspiran a todas aquellas que han sufrido uno de los crímenes más atroces que puedan realizarse. Gracias a ella se conmemora, cada 2 de julio, el Día Distrital contra los Ataques Químicos. Su lucha inspiró el premiado documental del cineasta Simón Hernández Estrada llamado ‘Debajo de su piel’, además de la serie de ficción emitida en Canal 13. El legado de Natalia Ponce de León está más que asegurado.