El poeta Rubén Darío en su poema Motivos del lobo muestra cómo el benévolo francisco de Asís logra estar junto a esa temerosa bestia que unida al mal ha causado desolación y muerte sin que pudiese ser vencida siquiera por los osados cazadores armados poderosamente, quienes al atacar a la fiera fueron destruidos sin piedad.
A pesar de la violencia del malévolo animal, Francisco valientemente sale a buscarlo y en ese provocado encuentro sale a flote la feroz actitud del animal y tras un intento de ataque a su integridad, él le ofrece paz y tranquilidad logrando su atención. Le advirtió así si era necesario que continuase viviendo de la sangre y la muerte causada a menudo con su devorador ataque acompañado de aquella diabólica figura con la que inspiraba pánico, dolor, espanto y lágrimas a toda criatura de Dios que tuviese el infortunio de encontrarlo en su camino.
La fiera bestia se despoja entonces de su vileza y procede a contarle a Francisco su visión del hombre y cómo este ser producto de la Creación Divina ataca constantemente y sin dolor mancha su vida de sangre sin escuchar el clamor de las víctimas que le ruegan piedad ante el cruel ataque. Ante la sincera confesión, Francisco reconoce la semilla de maldad que nace en el hombre.
Fortalecido en la conversación el buen hombre convence al feroz animal y lo convierte en un fiel compañero, casi transformado en cordero bajo la incrédula mirada de las gentes que habitaban el lugar. Transfiguró al devorador y cruento animal en un amigo de todos. Durante un buen tiempo se comportó con absoluta tranquilidad, jugaba y vivía como mansa compañía con los lugareños, quienes le brindaban comida y atención.
Sin embargo, en una ausencia obligada de Francisco, el lobo decidió partir de nuevo al bosque para continuar con su devoradora vida traicionando la misión emprendida por su protector. A su regreso y recibidas las quejas de las gentes el buen Francisco salió de nuevo hacia la madriguera del animal y recriminándole fuertemente le cuestiona su traición y su insólito cambio. El animal con ira cuenta al apóstol cómo descubrió en la vida de los hombres envidia, ira, saña, odio, lujuria, infamia y mentira. Pudo vivenciar la guerra entre hermanos y la destrucción del hombre que se convierte en depredador de su propia especie. Este descubrimiento le valió el odio del hombre que ensimismado en su deseo de dominación se unió para apalearlo y echarlo fuera burlándose de su desgracia, convirtiéndolo así en un nuevo agente de la maldad.
Nos trae el poema una fiel similitud de lo que ocurre en Colombia. El lobo feroz que quiso transformar definitivamente su vida fue sometido al castigo puesto que no le perdonaron sus acciones y apaleándolo lo alejaron para que seguramente no pudiera evidenciar las maldades provocadas por el hombre.
La semejanza que nos da el poema de Rubén Darío muestra sin mentira las rencillas creadas por los poderosos, quienes basados en la mentira y la injuria condenan a sus diferentes en pensamiento, para con ello generar odios que justifiquen su continuidad en el poder, logrando así que ciudadanos incautos se dejen orientar por las acciones de quienes cargan graves culpas a causa de sus bien conocidos pecados, pero que ante los hombres se hacen ver como los impolutos seres que merecen seguir gobernando a su antojo.
Así entonces, tenemos que acecha el lobo de la mentira y el engaño, mientras los súbditos obnubilados abren paso a la falsa divinidad de aquellos que promulgan convivencia y con voces de ángeles enardecidos convocan a disfrutar del odio que los hace grandes para que sin conciencia sigan adorando su falsedad.
Adenda: “La mentira convertida en verdad para justificar acciones que sostienen la dominación, deberá tener igual condena que el ataque fiero de un lobo feroz a la indefensa humanidad".
