Voceros del Sí y del No buscan en conversaciones salvar el proceso que se encuentra en entredicho.
En el plebiscito la abstención representó el doble de la votación total y cuatro veces tanto la del Sí como la del No.
Sin embargo en las evoluciones posteriores parece haberse asumido que no hay razón para tenerla en cuenta.
Al respecto varias consideraciones:
No todos los que renunciaron a ejercer ese derecho fue por indiferencia. Aunque no en esas proporciones, es verdad que el abstencionismo es habitual y característico de nuestros comicios. También, que, por no estar de por medio un resultado personal, no movilizaron al electorado quienes tienen la capacidad y la organización para hacerlo, y que solo la decisión individual inducía a las urnas. Pero al mismo tiempo el tema mismo —por lo menos como fue presentado de: ‘la paz o la guerra’; ‘Uribe o Santos’— , así como la polarización consecuente, deberían haber producido una mayor votación.
Sin embargo también en algunos casos, esto último pudo inducir a una abstención deliberada y justificada.
Muchos que hubieran deseado votar por el Sí, pudieron haber decidido no hacerlo por considerar que esto contribuía a respaldar un gobierno al cual cuestionaban. Otro tanto pudieron dejar de votar por el No pensando que al hacerlo fortalecían a Uribe y a sus expectativas futuras. En ambos casos forman parte de la inmensa mayoría que nunca se preocuparon por el contenido del Acuerdo y en el fondo nunca supieron por lo que votaban, los unos solo pensando en su deseo de paz, los otros porque por principio no aceptan una negociación con criminales y lo que esperan es una rendición. No les interesó ni conocieron el texto sobre el cual debían pronunciarse, pero no fue por indiferencia que optaron por la abstención sino por una decisión basada en razones concretas.
Buena parte de los que votaron por el No manifestaron
que su voto era en realidad por el ‘así no’,
esa misma consideración fue asumida por muchos abstencionistas
Pero al igual que muy buena parte de los que votaron por el No manifestaron que su voto era en realidad por el ‘así no’, esa misma consideración fue asumida por muchos abstencionistas.
Unos que compartirían lo que dijo el Dr. Juan Carlos Esguerra de estar ciento por ciento a favor de la paz pero no a ese costo; es decir no tragando entero los trámites que se inventaron para montar el plebiscito (expedir una ley para una sola ocasión; cambiar el umbral; las facultades habilitantes para sustituir el Congreso; el fast track para saltarse los rigores que exige la Constitución; etc.). Otros porque ven en esos mismos procedimientos la puerta que se abre para que cualquier gobierno posterior haga de verdad ‘como se le dé la gana’.
También la abstención pareció mejor alternativa a buena parte (probablemente la mayoría) de quienes sí profundizaron en la lectura y análisis del Acuerdo. Independientemente del propósito o interpretación que se le diera —ya fuera para un lado o para el otro—, lo que quedó plasmado fue absurdo e inviable, por lo confuso, inconcluso y contradictorio. El Dr. De la Calle explicó que esto se debía a que los puntos del Acuerdo se tramitaron en salas y tiempos diferentes, y que el intentar montarlos en un texto coherente hubiera implicado algo como reiniciar las conversaciones. Pero el hecho es que resultarían más conflictos que soluciones alrededor de puntos como el incluir en la Constitución todo el texto del Acuerdo (no solo por lo sobrante en cuanto a retórica sino por consecuencias como asignarle categoría y funciones constitucionales a los más de 140 organismos que se crean —Comités, Comisiones, Fondos, Planes, y toda la retahíla de siglas—); o la de crear una Justicia Transicional sin definir reglas para resolver las posibles superposiciones con las ya existentes (Justicia y Paz de los paramilitares, o el ‘Marco Jurídico para la Paz’); el enumerar cargos y responsabilidades sin disponer como se proveerán —como el comité de escogencia que seleccionaría los magistrados para la Comisión de Seguimiento y Verificación—; o el adquirir compromisos sin que exista ni información ni recursos para suponer su cumplimiento —como la repartición de las supuestas 10 millones de hectáreas—. La sensatez optaría por votar por que se hicieran esas correcciones (que debería ser parte de lo que ahora se mejora) pero sin oponerse al sentido del acuerdo (sea cual fuere la posición ante él), pero como no existió la alternativa del voto en blanco para expresarse así, la abstención lo remplazó.
En conjunto con que uno de cada cuatro abstencionistas haya sido por decisión fundamentada le da a ese grupo un peso igual o superior a los del SÍ o los del No.
Indiferencia o decisión de no votar, la no participación de la mayor parte de los electores no debe tomarse como una razón para omitir su vinculación a lo que queda del proceso. Por el contrario, atraerlos debería ser una prioridad, buscando escoger quienes los representen y entender sus razones, de tal manera que lo que se logre en estas nuevas conversaciones sea en verdad incluyente (como se pretende).