Tal parece ser la consigna de medio Colombia, los que callan y los que opinan. Parece que la paz nos quedó grande y extrañamos las noticias que nos informaban sobre soldados mutilados, muertos, descuartizados, emboscados o secuestrados. Lo mismo que las imágenes de guerrilleros expuestos en bolsas plásticas como trofeo de guerra. No nos queda alternativa, volvamos a la guerra para vivir en paz.
Hemos vivido en guerra desde siempre y como tal debemos vivir y morir. Quizá nos equivocamos cuando el trapo blanco de la paz ondeaba en nuestros hogares tras un acto de guerra, pues la forma de combatir los actos guerreristas y terroristas no era implorando la paz sino perpetuando la guerra. Salir a la calle con pancartas, camisetas, palomas, bombas, globos y consignas se convirtió en un espectáculo rentable que no podemos acabar de la noche a la mañana y mucho menos con un acuerdo de paz que nos obliga a resolver nuestros conflictos de una manera culta y civilizada. Todo acto de paz era un llamado a la guerra y jamás anidó en nuestros pechos el verdadero anhelo de paz.
Que sigan muriendo nuestros muchachos, que se sigan llenando los hospitales de muertos y heridos, que las morgues rebosen de jóvenes caídos en combate, que nuestros hogares se sigan enlutando con la ausencia de esos cuasi adolescentes que después de culminar su bachillerato su única alternativa posible era tomar un fusil y defender su patria en actos de guerra.
Hasta hace poco la guerra se hacía lejos de nosotros. Hoy esa guerra se ha trasladado a nuestros hogares, hijos contra padres, esposo contra esposa, vecinos contra vecinos. Los unos propugnan por la paz, los otros por la guerra. Y la caricia o la mirada tierna se sustituyó por la sospecha de si estamos durmiendo con el enemigo, si ese ser que amamos es también cómplice de esa otra forma de ver el mundo en que los fusiles deben callar y la ternura debe aflorar. Volvamos a la guerra para que únicamente se maten y destrocen en los campos, en las veredas lejanas, en Bojayá y en otros lejanos parajes de la patria. Ya es duro el sentir que nuestros compañeros de vida nos tuercen los ojos cuando mencionamos la palabra paz o evocamos la reconciliación.
Volvamos de una vez trizas los acuerdos de paz, rechacemos sistemáticamente la JEP, desconozcamos la entrega de armas, objetemos el carácter civil de los combatientes, dejemos que se mueran de hambre y tedio esos colombianos que una vez se levantaron en armas y que mueran de hambre, tedio o hastío en la soledad de sus zonas veredales. Para qué la paz si nos ha traído tanta guerra y odio entre colombianos, para qué si no ha sido motivo de abrazos y reconciliación.
En la tranquilidad de nuestros hogares queremos continuar viendo las atrocidades de la guerra. La muerte repetida y repetitiva de cientos y miles de campesinos cubiertos de sangre y balas; la pérdida definitiva de nuestros amigos y conocidos que salían de sus hogares entre dudas e incertidumbres y regresaban como cadáveres o en el mejor de los casos en sillas de ruedas y con su mente extraviada y perdida.
Acabemos de una vez con esta paz que nos está matando. Sigamos eligiendo a los mismos bandoleros que a cambio de muerte y hambre nos ofrecen contratos y falsas esperanzas laborales de tres o cuatro meses. Esto es mejor que pensar en la posibilidad de una nueva Colombia, sigamos excluyendo, discriminando, llorando a las víctimas y repudiando a sus familiares, negándoles la posibilidad de llevar su voz al congreso o a los recintos de la democracia. No perdonemos, no olvidemos, no practiquemos los preceptos cristianos y humanísticos de paz y perdón, no olvidemos, ensañémonos contra el que fue nuestro enemigo, echemos más sal sobre la llaga, lloremos a nuestros muertos enviando más desposeídos para que mueran.
Ignoremos de una vez por todas y definitivamente los actos de concordia de las Farc, no creamos en su bondad, en su entrega de armas, en sus palabras de civilidad, en sus deseos de parar esta guerra fratricida. Y, si es del caso, hagamos lo que siempre hacemos los colombianos de bien, convoquemos a un plebiscito o a un referendo sobre el cual decidamos sobre la necesidad de continuar la guerra o rechazar definitivamente la paz, pero eso sí, una vez hayamos matado a cientos y miles de exguerrilleros y enviado a podrirse en las mazmorras a sus jefes y dirigentes; que no haya cabida para el perdón, para la reconciliación, para la paz.
Volvamos a la guerra, que nuevamente suenen los estertores de la guerra, que retornemos a esa patria que añoramos y anhelamos. Al fin y al cabo el odio que anida en nuestros corazones es el símbolo de la paz que somos y llevamos, de esa paz que requiere y exige muerte y venganza para proclamarse satisfecha y victoriosa.Volvamos a la guerra en nombre de la paz.