Tras la muerte del casi adolescente estudiante de bachillerato, Dilan Cruz, como lúgubre consecuencia de la emboscada de la que fueron víctimas los estudiantes en una manifestación pacífica en el centro de la ciudad de Bogotá, el pasado sábado 23 de noviembre, por parte del Escuadrón Móvil Antidisturbios, por fin, al menos en Colombia, se ha puesto sobre el tapete de la opinión pública la cuestión de acabar o no con el tristemente célebre Esmad.
Vale la pena anotar que en los veinte años de funcionamiento de esta fuerza especial de la Policía colombiana le han recaído un importante número de acusaciones e investigaciones sobre abusos o sobre la autoría por parte de algunos de sus integrantes de homicidios y/o graves violaciones de derechos humanos, sin que hasta la fecha se hayan esclarecido satisfactoriamente tales acusaciones. Tan solo para el año 2016, según el excongresista Alirio Uribe, citando datos del Cinep, se habían registrado 680 casos de violaciones de derechos humanos y seis asesinatos atribuibles al Esmad
Al observar someramente, el triste historial de esta fuerza de choque, la opinión pública parece constatar cómo esta fuerza policial se convirtió en la punta de lanza, al menos en las ciudades y municipios colombianos, de la también triste y aterradora doctrina militar colombiana, impuesta por muchos años y según la cual para salvaguardar el imperio del orden es necesario disuadir o eliminar el enemigo interno. Lo malo del asunto es que tanto la guerra fría como las dictaduras, al menos en apariencia, en Colombia no existen.
Sin embargo, desde su creación, el Esmad se ha convertido en un brutal instrumento de represión del disenso y la protesta social de la sociedad civil colombiana. Los gobiernos de turno, al no poder darle un tratamiento militar, al descontento social, tal como se hacía por allá por los años ochenta y noventa, optó por inventarse este cuerpo especial, para cumplir con la función de tratamiento de guerra a la civilidad, al amparo de una policía, que en apariencia es civil, pero que hace parte de un corpus militar, por lo que funciona dentro de las fuerzas armadas colombianas, bajo un estricto esquema de jerarquía y de obediencia, con los resultados arriba mencionados.
Hoy, tras una larga lista de víctimas, (2002-Jaime Alfonso Acosta, 2005-Nicolas Neira, 2005-Johny Silva, 2005-Belisario Camayo Guetoto, 2006- Oscar Leonardo Salas, 2015-Guillermo Pavi Ramos, 2016-Gersain Cerón, Wellington Quiberacama, Marco Aurelio Díaz, Miguel Ángel Barbosa, Brayan Mancilla, Naimen Lara, Luis Orlando Saiz, 2019-Dilan Cruz), la sociedad colombiana y no el gobierno de turno, para este caso el del señor Duque ¿? Tiene que decidir el futuro inmediato del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad).
El debate planteado es si el accionar de esta fuerza letal de la Policía le conviene a una sociedad que pretende la reconciliación y la paz, o por el contrario, si se decide, como se decidió en el pasado plebiscito por la paz, que la senda de la fuerza como lenguaje es la que se requiere, este cuerpo allanará el arribo del fascismo y la dictadura.
En todo caso, sea cual sea el resultado del debate, lo único cierto es que bajo ningún esquema de jerarquías es posible justificar el exterminio de uno o unos civiles desarmados, so pretexto de la defensa de la vida, honra y bienes del pueblo. Eso es una oscura demagogia de la obediencia ciega e irracional hacia los violentos.