Muchos funcionarios de entidades oficiales carecen de idoneidad para atender al público. Hay servidores públicos que además de ser desatentos, no entienden que su función es orientar e informar al ciudadano que requiere de los servicios de una dependencia del Estado. Ellos se deben a la gente y no al revés. Les pongo un caso: va uno a un juzgado civil para preguntar sobre un proceso, para informarse cómo va el asunto, con preguntas normales, típicas de un ciudadano de a pie, y el funcionario, eso sí con mucha rapidez, ubica en el sistema el caso del cual uno es demandado o demandante. Le pone sobre el mostrador el mamotreto del expediente, al tiempo que le informa que el proceso está parado desde hace algún tiempo.
La pregunta lógica en este sentido es, ahora qué se debe hacer para ponerlo en marcha. ¿Tengo que hacer un derecho de petición para que continúe?, pregunta uno de manera inocente. Al parecer es una pregunta estúpida, porque el funcionario se acerca con mirada burlona y cierta actitud de menosprecio. En lugar de ofrecer alguna orientación útil, el funcionario pregunta: “¿Usted no es abogado?”. "No, le respondo", casi con vergüenza. “Claro, se nota, dice y sonríe maliciosamente”. Enseguida lanza un comentario sarcástico, del que seguro se sentirá orgulloso a lo largo de la mañana y que tal vez llegue a compartir en la noche, en medio de unas cervezas con sus amigos: “¿Y a quién va a dirigir el derecho de petición? En todo caso hágaselo a su abogado, si es que lo tiene, para que haga algo”. Y se retira triunfante, soberbio, muy satisfecho de sí mismo.
La actitud del funcionario enerva, pero tengo un día tranquilo y quiero que así siga; no quiero discutir por culpa de un personaje como estos. Pero claro me quedo en las mismas, con las ganas reprimidas de coger a alguien del cuello pero con la certeza de que no servirá de nada. Habrá que venir acompañado de un ‘doctor’ para que se pueda entender con el genio del sarcasmo. La falta de respeto de los funcionarios por el ciudadano tradicional en este país se da porque sientan a cualquiera detrás de un escritorio, sin importar la idoneidad ni el don de gentes. No se trata aquí de que la gente encargada de atender público posea la cortesía de un marqués, sino que tenga una actitud de servicio, y sea eficiente, pues el ciudadano está pagando el sueldo que se ganan y no van a rogar favores; es su obligación atender bien. Al final no me fui de vacío, al despedirme le espeté: “Gracias, para la próxima ya sé que tengo que venir acompañado con el presidente de la Corte Suprema de Justicia para que usted pueda atenderme”.