Muy de vez en cuando un apellido sirve para nutrir el léxico popular. Por regla general, el nuevo término es un verbo y se origina en un acontecimiento extremo tirado por las riendas del lado peyorativo. Veamos tres casos históricos.
Linchar puede provenir de uno de dos norteamericanos. Pudo ser por John Lynch, un juez que a finales del siglo XVII realizaba juicios sumarios con posible muenda y muerte a bordo. O por Charles Lynch, un campesino cuáquero revolucionario proindependencia americana, siglo XVIII, quien mandaba a apalear a los sospechosos de ser leales al Imperio inglés.
Fetecuar es un colombianismo que significa asesinar de forma alevosa y artera, del cual puedes encontrar una amplia explicación en el libro Gazaperas gramaticales, de Roberto Cadavid, Argos, puesto que en Google no veo mayores datos. Proviene de un tipo apellido Fetecua que, en efecto, fetecuaba a los enemigos que corrieron la mala suerte de caer en sus garras.
Guillotinar se originó en el apellido del médico francés Joseph Guillotin, que recomendó el uso de la máquina cortacabezas en épocas de la Revolución francesa. Debe anotarse que antes de este procedimiento para aplicar la pena de muerte, había otros realmente crueles en el país galo. Era costumbre ver reunida a gente entusiasmada, en una plaza pública para apreciar estos cruentos sucesos, como si fueran aficionados taurinos en una plaza de toros. De tal modo que se vio la guillotina como una nueva manera, digamos que más “humanitaria”, de acabar con la vida de los sentenciados. Cabe recordar que por la cuchilla rebanadora de cabezas pasaron el depuesto y último rey de Francia Luis XVI, María Antonieta, Robespierre y el científico Antoin Lavoisier.
En la actualidad y en el ámbito nacional, un tema de esta índole lo carga a cuestas la exministra TIC, Karen Abudinen, por el uso o abuso del término “abudinear”. La discusión cruzó el charco y hasta desde Europa la RAE reconoció el significado que se le está dando en Colombia, como sinónimo de robar.
Ella, Karen, argumenta que le hacen un grave perjuicio a ella, a sus familiares y quizás a quienes tienen tal apellido. Tiene razón en parte. En el caso de los chinos, pelaos o niños con tal apellido, ya tendrán suficiente con los apodos enarbolados por groseros compañeros en salones de clase cuando no hay profesor ni coordinador de disciplina presente. Por cierto, esto de los sobrenombres debe ser llevado a un control, en especial a niños que pueden acomplejarse. El tema es para psicólogos, así que mejor sigo adelante.
Los que siguen con el “abudinístico” término argumentan que la exministra cometió un gravísimo daño en contra de niños de escuelas rurales hoy sin acceso a internet, puesto que fue demasiado laxa, lela o quizás secuaz del hurto de los 70.000 millones de pesos en el caso Centros Poblados. ¿Habrá solución al problema?
Una primera posibilidad de zanjar la cuestión sería que apareciera la plata, como dice la representante opositora Katherine Miranda. Posibilidad súper remota porque esa plata debe estar relavada en mansiones, jets y Lamborghinis, o refundida en un paraíso fiscal de cualquier parte del mundo.
Otra posibilidad podría ser que la ministra cambie de apellido, cosa que puede lograr pagando 46.050 pesos a la Registraduría; pero el tiro le podría salir por la culata: el verbo derivado de su nuevo apellido también puede ser tomado de atrás para adelante.
Otro punto es que la exministra se aleje por un tiempo del mundanal ruido mediático, aunque esto no evitará que haya quienes sigan dando lata y lora con el sambenito mientras el caso siga abierto, y a lo mejor le convendría más desistir de la demanda ante la Corte Suprema.
Otra más, a largo plazo, es que el término quede en el olvido.
Para seguir, digamos que muchos intentos de peyorativos no han cuajado. Así que pasemos de largo a posibles derivados verbales con candidatos a la presidencia: “petrizar”, en caso que gane la izquierda. “Galanizar”, si triunfa el hijo del inmolado Luis Carlos. “Betancurizar”, suponiendo que sea Íngrid la primera presidenta en la historia del país. La connotación dependerá del buen o mal gobierno que haga.
Para finalizar, un caso personal. Mi abuelo paterno fue Juan Curvelo Abuchaibe, según me informó mi madre. A mi padre jamás le oí decir ni mu sobre él, a excepción que abandonó la familia cuando él, mi viejo, tenía 14 años, por lo que tuvo que salir a trabajar para sostener los gastos de la casa. Debo decir, claro que sin pena, que el segundo apellido de mi abuelo paterno es el mismo de la exMinTic Karen.
Ha entrado un vecino chismoso, quien lee esto y me comenta:
―Hey, Curve, vamos a tener que buscarte un verbo a ver si también te vuelves famoso. Eso sí, mi amigo, de forma eufemística, no peyorativa.
―¡Nada de eso, a mí déjame quieto mi curvilíneo apellido! ―se la voy cantando de una.
―Tranquilo ―me dice el amigo―. Con ese cuento tuyo de organizar los vecindarios podríamos hablar de “curvecinalizar” las manzanas. ¡Listo, Calixto! ¿Cómo te quedó el ojo?