Rafael Núñez era cartagenero y compraba su ropa en Londres. No solo “era un tirano filósofo”, como decía Vargas Vila acaso con razón. También era poeta y otras cosas más.
Pocas personas recuerdan el estilo elegante suyo, la pulcritud de su vestimenta.
Núñez fue dos veces presidentes de República y compuso el himno de Colombia, aunque este canto primero fue una composición dedicada a la heroica Cartagena de Indias, la nuestra, ya que los ibéricos tienen la suya en España, una Cartagena diferente.
La mezcolanza entre ambición de poder, farándula criolla aldeanismo vanidoso dan como resultado a un abogado como Abelardo De La Espriella, El “Lawyer” (léase ‘lóyer’, con acento de Nueva York o Washington).
El “lawyer” De la Espriella quiere impresionar a la farándula nacional, pero sobre todo a la bogotana y a la caribeña.
Por eso prefiere comprar su ropa en las tiendas Giorgio Armani de Bogotá o Miami. Según su Twitter el vive viajando entre Miami, Bogotá y Barranquilla. Nada de Montería. Eso suena a pueblo.
Sus trajes caros de Giorgio Armani de 3.000 dólares, zapatos de 1.000 dólares, corbatín de 700 dólares, perfume de Christian Diör de 800 dólares.
¡La cosa más estrambótica del universo, déjame decirte!
Se viste muy exquisito para expresarse de la manera más sucia posible.
Pero a mi juicio lo que necesita el excelentísimo abogado es comprarse un tapaboca.
Sí, exacto, esas mascarillas quirúrgicas, que sirven para no contaminar a las demás personas con los virus de muy fácil transmisión, como la gripe aviar o la porcina.
La columna del pasado domingo de Abelardo De La Espriella en El Heraldo tiene visos de ser un clasificado.
Es querer generar ruido para vender humo y el libro que lleva el mismo título de aquel artículo ensangrentado.
Muchos periodistas, escritores, columnistas, abogados y la mayoría de las personas han condenado su texto y la encuesta que circula en Twitter de una supuesta cuenta del periodista Manuel Teodoro, en la que se hace eco a la propuesta de De La Espriella.
He leído las dos cartas: la del excolumnista y la del director del periódico barranquillero.
Y la verdad es que no necesito para nada saber la edad de Marco Schwartz, director de EL HERALDO (en letras grandes como a ellos les gusta), pero la carta que le envió a Abelardo De La Espriella tiene un tono didáctico para todos los columnistas de acá, allá y acullá.
Schwartz parece un consejero octogenario; sus palabras son muy heladas y sobrias. Puedo pensar que le habla a un niño malcriado.
“Mira, muchacho, ten calma, no te desesperes por la fama. Tienes mucha vida por delante. Todavía no has cumplido los cuarenta años. Las cosas no son así”, es lo que yo puedo entender de la misiva al leerla entre líneas.
En cuanto a la carta de Abelardo, pienso que me arrepiento de haberla leído. ¡Nah! Pura repetición de la misma repetidera de siempre.
Cree que tiene la verdad agarrada por el cuello.
Quizá pensará que él solo forma una raza aparte. Su único espécimen.
Abelardo tiene talento, sin duda, pero lo está administrando mal, porque acepta los consejos de su vanidad. No desoye su caprichoso orgullo.
Nunca hay que creerse más de lo que uno es. Nunca.
Ser modesto es lo mejor. Ser grande y ser humilde es ser doblemente gigante.
