Una vez terminado el conteo oficial de tarjetones y fotocopias, el país político amanece tratando de encajar el golpe de realidad que se dio en las urnas; y aunque todos sin excepción se declaran triunfadores, emitiendo comunicados delirantes acerca de lo mucho que el pueblo los ama, a los perdedores les toca ahora dedicarse al ejercer sus habilidades de malabaristas para no quedarse por fuera del juego de la administración de los destinos del Estado.
Y es que sencillamente no es posible que todos ganen, a menos que su triunfo se considere como un triunfo de la democracia.
Mientras salen unos y entran otros, el país sigue aplazando la tarea de hallar el camino que nos saque del atolladero en el que nos tienen décadas de administraciones personalistas, fanáticas o llanamente desvergonzadas como la presente, que han sido capaces de sacrificar lo poco de institucionalidad que habíamos podido construir en más de dos siglos de vida republicana, con tal de obtener un dudoso y risible reconocimiento personal para un gobernante enajenado, hipotecado a los intereses del más grande cartel de la droga. Y todo en nombre de sus particulares ideas de democracia y de paz.
El pulso electoral del pasado domingo deja en evidencia un hecho simple: los colombianos le han vuelto a dar un voto de censura inequívoco, sin más vueltas, a un esquema de gobierno basado en la egolatría, el soborno y la negación de todos los principios que hacen de una democracia la mejor de las formas de gobierno, con todo y sus debilidades e injusticias.
Los seis millones de votos de la consulta interpartidista no son una expresión de disciplina para perros, o el resultado de llevar a los electores a votar como una manada de mansos animales. No. Esos votos vuelven a expresar el rechazo a la política de paz del actual gobierno, de manera más contundente y blindada que la que se desarrolló el pasado mes de octubre con el plebiscito, cínicamente ignorado por el mismo gobierno que hoy ve como sus más firmes aliados se arrojan como ratas por la borda del barco del Estado, para no hundirse sin remedio con su gangoso capitán. (Junto con las pollas para el Mundial de fútbol se han abierto apuestas para tratar de adivinar la fecha de los anuncios de Roy Barreras y Armando Benedetti de su adhesión a la campaña de Iván Duque).
Los seis millones de votos de la consulta interpartidista
vuelven a expresar el rechazo a la política de paz del actual gobierno,
de manera más contundente que el pasado mes de octubre con el plebiscito
La votación del domingo puso de manifiesto que son muchos los jóvenes que por primera vez se interesan en la participación política más allá de la crítica y el escepticismo. También se les notificó a los jefes del cartel de las Farc que por delirantes que puedan ser sus deseos de tomarse el poder, primero hay que aceptar las reglas del sistema que pretenden destruir ahora parcialmente desde adentro; y que cuando el verdadero pueblo decide atajarlos no bastan las balas y el dinero del narcotráfico para lograr su objetivo.
Es la prueba que se necesita para entender que si se habla con claridad y se encara con respeto la tarea de hacer país, las personas apáticas o indecisas encontrarán razones valederas para involucrarse en la dirección de su propio destino, sin dejarlo en manos de los mismos sinvergüenzas de siempre.
La alta votación obtenida por Gustavo Petro, aún con la izquierda dividida, indica que un creciente número de personas de ambos lados del espectro ideológico están dispuestas a medir sus fuerzas en las urnas, no en el terreno de la violencia. Buena noticia que indica que nuestra Nación tiene esperanzas de superar su ya larga adolescencia republicana, para entrar en un proceso de maduración que le permita eliminar las causas de nuestro atraso, como son el narcotráfico y sus empresarios, la corrupción y la falta de representatividad de un sistema que se elige siempre por parte de unas minorías militantes o fletadas, que nunca le ganan a la abstención.
Vendrá una campaña compleja para la presidencia. Acusaciones, calumnias, asesores extranjeros que entienden de mercadeo pero no de realidades. Veremos a Petro irse a llorar a Washington, al centro del imperio que tanto detesta en las plazas públicas pero al que acude cuando cree que ello le puede producir réditos publicitarios. Es más o menos como si Iván Duque viajara a pedir la protección de Maduro ante los ataques de la izquierda. Veremos un extraño despliegue de caravanas de buses llenos de personas del Cauca acompañando a Petro en manifestaciones veintejulieras en pueblos tan alejados del Cauca que nadie sabe qué es la tal guardia indígena, como ocurrió en Medellín; y también veremos manifestaciones en las cuales se pida a los asistentes ir con zapatos tipo crocs, para identificarse con el jefe del partido.
Lo que no queremos ver es más compra de votos. No más jurados de votación filmados extrayendo tarjetones de las urnas sin que ello tenga consecuencias. La invitación es a que resolvamos esto en la primera vuelta, para ahorrarle a nuestra Nación plata que no tenemos, dolores de cabeza que no necesitamos e incertidumbre que nos impide tomar de una vez y por todas el rumbo de progreso que tanta falta nos hace.
Más allá de nuestras fronteras existe un mundo que nos va dejando atrás y que no tiene ningún interés en esperar a que crezcamos y nos integremos.