Nunca sabremos con certeza si la ficción supera a la realidad o si la cosa es al revés. Si el país vecino tiene como mandatario ausente e histriónico a un pajarito que parece que ha fallecido pero que aún sigue vivo, o si aquí mismo el alcalde capitalino hace a veces las veces de líder de su propia oposición, pues la duda planteada toma fuerza. Mil veces ficción y realidad se acomodan a la perfección y caen como anillo al dedo y no sabemos ante las realidades políticas si asistimos a un acto demencial o simplemente somos testigos de la simple y llana realidad.
Como cada vez que hay elecciones en Colombia. Vemos al político candidato tocarse la barbilla con tranquilidad pasmosa mientras habla de educación y salud públicas, como si supiera y conociera de eso, como que su interés primordial se centra en las escuelas públicas del Chocó o en atender y solucionar el desfalco diario del sistema sanitario, y no queda fácil saber si asistimos a algo serio o, como siempre, a una payasada más producto de nuestro mundo macondiano.
Y por lo anterior, cada vez que hay que votar se me viene a la memoria aquella frase de Emma, protagonista y alma de Madame Bovary, cuando piensa con un optimismo desbordante, a la vez que ciego e insensato “y puesto que la porción vivida había sido mala, sin duda lo que quedaba por consumir sería mejor”. Comprensible: después de una vida de penurias, cualquier cambio da para pensar en que todo irá para bien, para mejor. Inocente, pero entendible.
Pero ese optimismo lo entendemos en la ficción novelada, o en la vida diaria donde, a pesar de los golpes, siempre se puede mirar el mañana con buenas y sanas esperanzas. Más vale tarde que nunca, reza aquel refrán.
Pero, ¿qué ocurre en las elecciones, qué hace que cada vez que hay comicios, los colombianos parecemos ausentes? Miramos y perdonamos, y nos comemos el cuento de mañana será mejor.
Colombia, y un poco de países más, se caracteriza por tener una clase política cuyas patas o píes huelen a cadena, una clase política que debiera pernoctar en La Modelo o en El Buen Pastor, condenada a tres cadenas perpetuas acumuladas e inapelables. Y no ocurre nada tal vez porque nadie se ha dado cuenta que para que vayan a la guandoca hay que reformar la justicia y los encargados de reformar la justicia son ellos mismos y cada vez que pretenden reformar la justicia es tal la cantidad de micos que hay que todo parece un circo.
Las cosas no pasan del llamativo titular de prensa que informa que ayer se robaron otros mil millones de millones y todo parece indicar que no hay culpables. Obviamente tampoco hay detenidos. Titular diario (sí, a diario!, día a día y sin tregua, como que los políticos corruptos fueran hormiguitas incansables en su afán de lucro) en donde somos testigos pasivos y acostumbrados y muy poco alarmados del desfalco del día, del robo maravilloso que hace el político de turno al venderle al Estado un famélico perro viejo haciéndolo pasar como el can capaz de hacer un túnel entre Medellín y Cali.
Y el Estado paga por el perro. Y el Estado paga por el túnel.
Y están en campaña y ya los reelegiremos. La gran mayoría de los aspirantes a seguir en la fiesta no dice cómo se financia la campaña (supuesta obligación), pero como dicen ante las situaciones incomodas: mejor dejemos así. Simplemente se tocan la barbilla y responden como magos cualquier pregunta incómoda.
¿Qué hacer ante la realidad? Unos dicen de votar en blanco, que si gana el blanco la maldad desaparece, cuando al parecer (nadie parece saber) si gana el blanco se refuerzan los partidos grandes y perpetuos. Otros que no, que hay por quién votar, que tal candidato es buenísimo, que ya lleva veinte años de senador y como que es buenísimo. Otro opina que aquel delfín promete mucho. Ninguno de ellos hará algo contra la corrupción, pero es buenísimo. Y se tocan la barbilla y todos pensamos que están pensando.
Hay otros que, en vez de ir a votar, preferimos ir al circo, y mientras sale el payaso de turno releo lo que dice Úrsula en Cien años de soledad: “Ya esto me lo sé de memoria. Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio”.