“Los demagogos sociales emplean las promesas del Estado Benefactor y de la política inflacionaria para seducir a las masas y cuesta advertir a la gente de modo convincente acerca del precio que todos habrán de pagar al final”: Wilhelm Röpke
Y se vino el “cambio”, con tributaria incluida. El año pasado se vieron en las calles de muchas ciudades de Colombia un brote de violencia comandada por los que hoy representan el cambio y su primera línea porque les parecía excesiva la tributación propuesta por “El Señor de los Huevos”, el exministro de hacienda Alberto Carrasquilla (reforma que tildaban con el inevitable mote de “neoliberal”); esto propició que el Sr. Petro (no me consta su doctorado, incluso no me consta su maestría) llegará en olor de multitudes a posar su glorioso pompis en la silla presidencial. Cuando el flamante presidente que se paseó con la espada de Bolívar por las calles cercanas al palacio de Nariño era congresista se oponía con tesón a las reformas tributarias, pero, ahora que se desayuna “sabroso” en la Casa de Nariño si le parece “bueno” clavar con impuestos a los “4000”, “40.000” o “4.000.000” más ricos de Colombia.
Pero nuestro “padrecito” Petro, según sus lacayos políticos, no nos va a clavar una reforma tributaria con el fin de mantener el paquidérmico aparato del Estado, tampoco para regar mermelada sobre la tostada o para seguir dando a muchos congresistas del “cambio” sus groseros privilegios (incluido ese descanso tan merecido de 4 meses que les corresponde por dormitar en sus curules del congreso por ocho meses); no, para nada; el verdadero propósito de gravar con impuestos el salchichón, el arequipe de la oblea y el patacón salado es para protegernos de los delirios de la gula, de la comida rápida (ese fast food nacido de los capitalistas criminales) y para que todos gocemos de la dicha de la alimentación balanceada (que ya él disfruta en sus desayunos, almuerzos y cenas en Palacio); compuesta por frutas, vegetales, carnes magras y todo pasado por el gaznate con delicioso vino o agua envían. Este dechado de virtudes que se posesiono cual príncipe de cuento de hadas con jolgorio en plaza pública es el salvador de los obesos, el vengador de los diabéticos y el adalid de la buena figura (como la que lucen los ciudadanos de a pie de Cuba o Venezuela mientras escarban entre los desperdicios para conseguir su nutritivo plato de comida).
Pero, la verdad, sin “edulcorantes” (a esos también les va a poner impuesto) mentiras es que deben sacar plata de donde sea, deben mantener los nuevos ministerios (como el de la Marquesa Francesa), establecer los gastos para el cambio de nombre de imagen del Ministerio de Cultura (cada cambio de este tipo implica un despilfarro de millones); para seguir promoviendo “la paz” con amor (mientras se premia con impunidad a los criminales de cualquier tipo), para que los congresistas del cambio le pongan a sus sándwiches de mermelada un poco de mantequilla de maní, para seguir viviendo sabroso del Estado, para promover su agenda de integración latinoamericana y para mantener inflado el ego de ese liderucho que desea pasar a la historia como el que hizo llover mana del cielo en Colombia para sustituir el salchichón, las chocolatinas y la Pony malta.
Todos estos caudillos o mesías y sus conmilitones son expertos en el simbolismo, la manipulación y la propaganda (pero de sentido común, administración y economía poco, muy poco); llegan al poder montados en el unicornio de las mentiras y el populismo, se regodean en campaña en demagogia para mover votos; pero, cuando ya se toman el mando (democráticamente gracias a las estrategias combinadas de lucha) entonces llegan a promover su agenda política y a pagar los favores a sus huestes; no vienen a servir sino a que los sirvan, no asumen el mando para ser prudentes y austeros sino para ver cómo se lucran con las ventajas de tener el sartén por el mango.
Y así, empiezan a meterse en la libertad de los del “pueblo”, a decir que lo que hacen lo ejecutan por puro altruismo. Que hay que pagar más impuestos (tranquilos eso solo afecta a los ricos), que si esos impuestos te quitan la única forma de satisfacer el hambre con un almuerzo colombo francés (pan francés y gaseosa Colombiana) es porque el pan engorda y la gaseosa hace daño y ellos te quieren sano y fuerte en el gobierno del amor. Estos tipejos que se llaman “padres de la patria” deben sacar plata de donde puedan; que si no los dejan imprimir billetes (cual juego de Monopolio) entonces sacaran la plata desde una reforma tributaria; que si se tiran la economía (destruyendo las industrias primarias / extractivas) es porque van a cuidar el medio ambiente para que volvamos al paraíso terrenal donde sanos (sin dulces o embutidos) podremos correr desnudos mientras el padrecito celestial (desde su trono en el Palacio de Nariño) nos arroja las migajas de su mesa.
No esperemos que sean sinceros con su discurso, yo creo que el gravar el arequipe, las gaseosas o las papas fritas no es para proteger tu salud (tú decides si comes o no esos productos, es tu derecho a elegir); el colocar impuestos a esos alimentos es para seguir usufructuando sus groseros privilegios de gobierno, para que el Sr. Petro se coma su huevitos rancheros (con salchichas) en el desayuno, su churrasco en el almuerzo (con su vasito de Coca Cola o cervecita) y su hamburguesa (con papitas fritas) en la cena (pagado por todos nosotros); y vendrán más impuestos y medidas arbitrarias; y el Congreso, engordado con mermelada, seguirá apoyando esas medidas hasta que decidan voltearse o hasta que el líder los expulse de sus brazos porque ya no le sirven tan bien como él lo desea. En fin, vamos a vivir sabroso sin nada sabroso.