Y que se fuera a su finca en Rionegro, lejos de las intrigas políticas y allí, mirando el verdor de la montaña, mate a caladas profundas, asmáticas, al más suculento y gordo de los porros.
Colombia sabe de su seriedad, del odio profundo al caos, al rock, al arte en general. Sabe de su devoción al Niño Jesús de Praga y al trabajo. Por eso anda en crocs, porque es la única manera de soportar las maratónicas jornadas en donde le da vuelta, como si de cabezas de ganado se tratara, a sus alfiles en el Centro Democrático. Ya alcanzó la gloria, fue alcalde, gobernador, senador, presidente, tiene más de cinco millones de seguidores en Twitter. Si no fuera una fuerza de la naturaleza Álvaro Uribe pensaría en descansar, en retirarse con su escritor fantasma y redactar, en un año, sus espesas memorias. Entre la escritura de los capítulos, debería alejarse al zaguán de la vieja casona de Rionegro, encender y relajarse, quedarse alelado viendo el humo diluirse en el aire y recordar sus años de poeta comunistoide en la Universidad de Antioquia, y enterrar de una buena vez por todos los fantasmas que lo persiguen desde que quiso acaparar todo el poder.
Alguna vez un hippie cantó, junto a su esposa japonesa, que había que darle un chance a la paz. Evidentemente estaba en uno de esos estados mentales que nunca le aceptaría a Tomás o a Jerónimo. Las gotas que le recomienda su homeópata y que lo mantienen despierto y activo durante días enteros, son la antítesis de los sicotrópicos: no hay contemplación, es pura alteración. Puro choque, puro conflicto. Su médico, si es sabio, debería darle la oportunidad de cambiar las gotas por el humo denso que aspiraba Barba-Jacob, la neblina onírica que se tragaba todos los días León de Greiff, esos paisanos suyos que nunca leyó, esos paisas traidores que nunca supieron lo que era trabajar.
Fumar la planta sagrada de los dioses
es menos nocivo que anegarse en guaro
como hacen sus amigos caballistas
Una de las primeras medidas que tomó al llegar a la presidencia fue penalizar la dosis mínima. Ignoró que fumar la planta sagrada de los dioses es menos nocivo que anegarse en guaro como hacen sus amigos caballistas, que un bareto al día no solo puede curar el glaucoma o el asma sino que expande los sentidos y lo podría predispone a la creatividad y a la tranquilidad. Quién quita que la musa lo sorprenda y haga un nuevo volumen de poemas.
Una Colombia envuelta en una nube de cannabis es mejor que la Colombia violenta de la década pasada, llena de artistas militantes y “sanos” como Fonseca, Silvestre, Juanes y Shakira. Ahora, cuando los raperos de Ciudad Bolívar empiezan a tener notoriedad, cuando el hip hop en barranca tiene el poder de curar las heridas aún sangrantes, cuando los muchachos prefieren mil veces fumarse un porro que cuesta mil pesos a matarse en una tienda a guaro y pagar una cuenta de 200.000 pesos, con las horrendas secuelas evidenciadas en un guayabo, ahora que la policía no nos va a extorsionar porque solo salimos al parque a sentarnos en una banca y fumarnos un porrito, ahora estamos mejor que cuando estábamos con Álvaro Uribe Vélez.
Así lo extrañen, así lo anhelen, así digan que fue el mejor presidente de la historia de Colombia, este país es mucho mejor que el que él entregó. La cacería de gais y de marihuaneros, en la que lo acompaña su amigo Ordoñez, está por acabarse. Acostumbrado a ganar siempre le aconsejamos, ahora que está quedando obsoleto en la nueva Colombia, aferrarse al credo del bareto. Los altos niveles de ansiedad que maneja, exacerbada por las goticas homeopáticas, se bajarían a su mínima expresión si un día, en la tranquilidad de su finca, decide pegarle un par de caladas a un porro grueso de Corinto.