Un país que arde con sus propias llamas aclama hoy un ápice de tranquilidad. Miles de intentos fallidos, intentos con balas, amenazas, asesinatos y represiones hoy pueden llegar a su fin. Por fin hoy dejaremos de intentar. En esta guerra no hay bueno hallado. Un estado fulminante ha desangrado un país tanto social como económicamente; una guerrilla tergiversada ha corrompido la voz de protesta para convertirse en guerrera de sus propios intereses.
Por años hemos sido la escoria del continente, reconocidos por nuestra violencia y forma de responder ante cualquier oposición. Somos reconocidos por la mal llamada ‘malicia indígena’ que bien podría llamarse malicia colombiana, donde el más violento o corrupto es el que tiene el control. Somos reconocidos por rendir pleitesía a quienes nos han robado y asesinado y hoy ocupan puestos en el Senado y nos representan internacionalmente. Somos reconocidos por ser uno de los países con más diversidad natural, pero que menos se puede recorrer por el peligro a ser aniquilados, o mejor dicho, dados de baja por sospecha.
Pero hoy, hoy aumentamos nuestro anhelo, rogamos, imploramos y suplicamos que esto llegue a su fin. Somos humanos, no inmortales, y por tanto, tenemos un límite. Si esto no acaba ya, Colombia se desgarrará empezando desde su corazón y terminado con su alma.
A una firma, a una maldita firma estamos de terminar con años de conflicto, enfrentamientos y genocidios. Estamos a punto de llegar a una estancia que ningún colombiano conoce, al cese bilateral de ‘bala’ entre el gobierno y la guerrilla. Aunque no conozcamos este estado, es el deseo más incrustado con el que venimos concebidos los colombianos.
Esto es el principio: tenemos que esperar, primero, un par de meses para que se firme el acuerdo definitivo. Segundo, tendremos que esperar un par de años a que nos acoplemos a vivir ‘fuera del estado de guerra’. No obstante, este es el inicio para soñar con un nuevo despertar, con el despertar de un pueblo dormido. Este será el inicio para poder reconocer nuestras laderas sin el temor de ser amenazados, de atravesar nuestras montañas sin ser amordazados y de visitar a nuestros antepasados sin morir como ellos.
Todos esperamos que esta sea la pauta para salir del subdesarrollo y que años de inversión en guerra a partir de ahora se vean reflejadas en educación, infraestructura y cultura. Soñamos con renovar nuestra visión ante el mundo, y que este nos pueda conocer y recorrer como soñamos nosotros poder hacerlo con él. Soñamos con que la cultura afrodescendiente sea conocida, no por su pobreza, sino por sus cantos a la vida. Soñamos con que los niños e indígenas de la Guajira puedan disfrutar de su cultura sin las penumbras de la desnutrición y olvido de su cultura. Soñamos con que en Colombia realmente podamos vivir en democracia y libertad.