Se cumplen tres décadas de La gente de la Universal, la ópera prima del director bogotano Felipe Aljure y un referente del cine colombiano de principios de los años noventa.
A lo largo de dos horas y con cierto énfasis en la técnica, el director articula la complejidad de la vida urbana en una Bogotá que despuntaba hacia los senderos de la modernidad, logrando construir una sátira social que en su tiempo generó polémica, discusión y hasta censura.
Se comenta que Gabriel García Márquez solo resistió pocos minutos de metraje, ya que a cinco minutos de iniciada la función salió despavorido de la sala de cine. Al parecer, a Gabo -en su rol de crítico cinematográfico- no le gustó ni poquito la escena inicial. Aquella en la que Aljure introduce al espectador en un estático momento de tedio, indiferencia y sexo casual.
Al rechazo de Gabo se sumó una crítica demoledora (las reseñas en su tiempo fueron mixtas) y la errónea consideración de interpretar su sencillo argumento como una oda a la pornografía.
Lo cierto es que, con La gente de la Universal, el cine colombiano se adentró en los contornos subterráneos de la vida urbana. De ahí que Bogotá se erija como un sombrío telón de fondo y sus protagonistas habiten la ciudad desde la intensa voracidad de sus pasiones -especialmente de la mentira, el chantaje, la extorción, la lujuria, la corrupción y la traición-, esbozando un retrato crudo y realista de la naturaleza conflictiva del hombre citadino.
Sin propiciar un contraste moral o reivindicar los tradicionales valores cristianos -de Dios nunca se habla en la película- Aljure representa al hombre urbano en su estado de naturaleza y retoma como leitmotiv de sus personajes el clásico razonamiento hobbesiano del homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre).
Y lo logra confinándolos en una ciudad convertida en selva de cemento, pero también recluyéndolos en espacios cerrados tales como la cárcel, la sede de La Universal, un cine pornográfico o varias habitaciones de mala muerte -literal, de mala muerte-.
Pero en La Gente de la Universal nadie es completamente malo, o completamente bueno. Solo son seres humanos reducidos al azar de sus pasiones. Es un realismo que tiene poco de mágico porque resulta siendo bastante real, crudo y familiar.
Tal vez por eso no fue del agrado de García Márquez, porque retrata el estado de naturaleza desde un realismo urbano que va más allá del exuberante pene de José Arcadio o de las experiencias sexuales de la prostituta que seduce a un jovencísimo coronel Aureliano Buendía.
Para Aljure la experiencia en la dirección de La gente de la Universal fue tan intensa -desde el plano artístico, técnico y económico- que pasarían 15 años para que se volviera a poner detrás de las cámaras. Así lo hizo en 2005 cuando sorprendió con El colombian dream.
Con su opera prima el director bogotano (actualmente es el director artístico del Festival de Cine de Cartagena) patentó un estilo de dirección muy innovador para la época. El mismo que sorteando la incomprensión, el menosprecio de la crítica y la doble moral de la censura, convocó a cerca de 400 mil personas en las salas de cine de las principales ciudades del país.
En mayor medida, atraídas por una sátira que a tres décadas de su estreno no pierde vigencia.
*Este texto es un producto del Semillero de cine, derecho y política de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
