A sacudir el pesebre

A sacudir el pesebre

Por esta época los colombianos comenzamos a pensar en la navidad. Este año, sin embargo, existen muchas cuestiones políticas y sociales para considerar

Por: Cristian Jimenez Orozco
noviembre 14, 2019
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A sacudir el pesebre
Foto: Pixabay

Dado que los colombianos comenzamos a pensar en la próxima navidad poco después de haber finalizado la anterior, me veo tentado a referirme a cuestiones políticas y sociales, utilizando como ejemplo una arraigada tradición navideña.

Antes de continuar debo aclarar que, por razones de respeto, no voy a hacer una comparación entre nuestro distinguido mandatario y aquel rechoncho cuadrúpedo cuyo consumo se pone tan de moda en las festividades navideñas, pese al innegable parecido.

Lo que sí quiero decir es que no puedo evitar pensar a Colombia como un pesebre grandísimo que pertenece a un puñado de respetables y devotas familias; y que desde hace un par de décadas pretende ser administrado como si fuera el mismísimo Ubérrimo.

Y que para el último periodo presidencial, los gerentes de este gigante pesebre —con su profundo complejo de capataces mandones— decidieron colocar un niño dios risueño, socarrón y mofletudo, que terminó siendo —para desconcierto de muchos— esa oveja incorregible que nunca logra mantenerse en pie.

Contrario a lo que piensan los apasionados contradictores de este sagrado muchachito, que le endilgan una gran cantidad de falencias, mi opinión es que esta ingenua criatura no da para tanto; de hecho sólo le encuentro dos defectos: que casi nunca gobierna; y que cuando lo hace, gobierna muy mal.

Las reacciones dentro de este maltrecho pesebre ante el desastroso desempeño del infante bonachón son variadas. Mientras que algunos no estamos sorprendidos en lo más mínimo, hay quienes se han llevado un gran desconcierto e incluso indignación. Un grupo del pesebre que impresiona por su tozudez, es una parte de los aproximadamente diez millones que estuvieron de acuerdo con su ascenso y que están conformes con las torpes travesuras del tontito crío: incluso están dispuestos a esperar a que aprenda a valerse por sí mismo, a caminar, a hablar, a hacer pipí en el baño y así sucesivamente, hasta que aprenda a gobernar.

Quienes no están sorprendidos con la pequeña (pequeñísima) capacidad de este angelito para gobernar, son sus dueños. Ni sorprendidos ni insatisfechos. Su gigantesca pequeñez y su infinita incapacidad es precisamente lo que necesitaban: la excusa perfecta para que un grupo de tutores, de adultos responsables, se hagan cargo de sus tareas.

Con lo que no contaron los patrocinadores de este lerdo querubín, en especial ese rey mago de mano firme y corazón de plástico, era con que las ensuciadas fétidas y continuas del presi y su corte sobre el pesebre entero, generaran tanta indignación. Y esto, sumado al continuo y creciente estallido de protesta popular por toda la comarca, ha despertado la preocupación del abominable expresidente y su séquito de odiosos aduladores.

Ante la posibilidad de que una mayoría de la ciudadanía colombiana se despierte y comience una campaña de reclamo tan contundente como las de Ecuador o Chile, el gobierno y sus más fieles simpatizantes echan mano de las dos cartas que les han resultado siempre tan confiables: la cruzada propagandística de desinformación y miedo (ya en marcha), y la campaña de violencia y represión, siempre en marcha pero con momentos de recrudecimiento como el que probablemente veremos el próximo 21 de Noviembre.

Ya el mito del castrochavismo ha sido tan desgastado y desvirtuado, que ahora se habla del Foro de Sao Paulo, de anarquistas internacionales y hasta de satanismo (¿reír o llorar?). Cualquier excusa parece válida a la hora de tapar el sol con un dedo y negar que hay un mal gobierno que ha generado un descontento bien fundamentado, una justa indignación.

Y la campaña de desinformación al mejor estilo de Goebbels (el efectivísimo jefe de propaganda de Hitler) incluye otras perlas, pues todo vale a la hora de manipular conciencias. Utilizan todos los medios a disposición para repetir hasta la saciedad: que las personas de bien no marchan ni protestan, que la única manera de hacer algo por el país es trabajar (mejor si es con el pico cerrado), que sólo protestan los comunistas, socialistas y anarquistas, que las protestas anunciadas son sólo una excusa para desestabilizar al gobierno…como si no se tratara de un gobierno con tanta suficiencia para desestabilizarse a sí mismo.

El miedo por la posibilidad de que el descontento ciudadano “desestabilice” su gobierno de juguete, su autoridad de fantasía, ha hecho incluso que esta pobre criatura tenga que abandonar la cómoda cuna y cambiar el tibio tetero por un micrófono frío, para intentar negar sus terribles travesuras: que no hay una reforma laboral en curso, que no existen planes de una reforma pensional. Como si no hubieran tratado de disfrazar una reforma tributaria, con la insípida artimaña de llamarla ley de financiamiento; como si no hubiéramos escuchado a su mentor defender con escuetos argumentos la necesidad de aumentar la edad de jubilación; como si su bancada no se la pasara cantando villancicos sobre la conveniencia de flexibilizar (precarizar) el empleo. Como si tuviéramos que esperar —como siempre— a que todas sus medidas antinosotros estén consumadas para que “nos concedan” el derecho a reclamar.

Pero además, cuando la campaña de deslegitimación precoz de la protesta se sustenta en la falacia de que las razones para marchar no han ocurrido y no van a ocurrir, desconocen que tenemos motivos de sobra para la indignación: la política guerrerista que esparce soldaditos de plomo por todo el pesebre, a costa incluso de la vida de niños y niñas; la desfinanciación de la salud y la educación públicas; el saqueo de los recursos naturales; la violencia (por acción y omisión) contra líderes sociales, indígenas y ambientales, entre muchos otros.

Es evidente entonces que nos encontramos ante un gobierno débil y en crisis, y que la protesta —sean cuales sean sus dimensiones y sus consecuencias— se va a dar. Patos y gallinas, ovejas y pastores, cerdos y vacas y bueyes, vírgenes y no tan vírgenes, miembros de este saqueado pesebre de todos los tipos, colores y estratos vamos a protestar este próximo 21 de noviembre. Y el gobierno con su bancada tendrán que medir muy bien cada uno de sus movimientos, pues se trata de uno de los gobiernos más frágiles de nuestra historia reciente, en el marco de una gran agitación social que recorre el continente.

Y como la manifestación puede llegar a ser tan fuerte como para mover la base del pesebre a tal punto que el rollizo y torpe crío caiga de su cuna, debemos estar atentos, pues los verdaderos administradores de este desangrado pedazo del mapa no tendrían ningún inconveniente en sacrificar al muchachito, y sacar provecho de la situación, instalando un nuevo protagonista y poniendo —a cualquier precio— las cosas en orden (su orden).

Ojalá nos encontremos en el preámbulo de un momento histórico para el país, de un resurgir de la conciencia política en las personas del común, en un punto de quiebre donde comprendamos —nosotros, el pueblo— que estamos ejerciendo democracia y que tenemos el poder de generar los cambios necesarios para dignificar nuestra existencia.

Esto es, en últimas, una invitación a darle una lección a este raquítico gobierno y a esta vulgar dirigencia. Expresemos nuestro descontento, que es democrático, dignificante y hasta terapéutico. Porque en Latinoamérica, la democracia y la política se hacen en buena medida desde las calles. Vamos entonces a tomarnos la calle.

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