No cabe duda de que el trastornado presidente Duque -en trance de figuración-, exprime al máximo -en forma oportunista- la inopinada coyuntura sanitaria, que lo llevó a promulgar ‘el Estado de Emergencia’ (decreto 417, 03/17/2020), que busca ‘atender los efectos económicos y sociales que puede causar la pandemia del coronavirus’, entre cuyas facultades comprende: ‘restringir los derechos ciudadanos hasta que el país vuelva a la normalidad’.
Normalidad difícil de alcanzar, tomada en cuenta las orgánicas, sistémicas, insalvables: incuria, inocuidad del Gobierno, comprobadas por la creciente desaprobación (71 %) de los defraudados ciudadanos que lo exaltamos, y que por lo visto, le saldremos a deber.
Emergencia justificada -en principio- íntegramente, por la imprevista, incuestionable contingencia -sin precedentes- que, interpretada de manera anchurosa, permite declarar, en todo o parte del territorio, el toque de queda; además, intervenir, requisar, limitar la movilidad; la actividad económica, contexto, históricamente, nunca antes visto en Colombia.
Comodín recurrentemente utilizado para decretar indistintos, confusos, farragosos planes de asistencia humanitaria; alivios tributarios; exenciones; préstamos; subsidios; donación de mercados -flor de un día-, como para el hegemónico, inmoderado, masivo uso y abuso de la TV, en tiempo triple A.
Programas sin cuantificar, ni sustentar de dónde emanarán los recursos -que no se tienen-, ni cuál será la fuente de financiación -en un contexto de recesión mundial- de los valores (reajustados) de ‘Familias en Acción’, ‘Jóvenes en Acción’, ‘Adulto Mayor’; ‘reconexión’ a los morosos del servicio de agua; ‘congelación de tarifas’; ‘acelerada devolución del IVA’ (prevista para enero/2021); ‘alivio financiero hipotecario’, que consiste (únicamente) en postergar el pago de créditos.
Irresponsable bomba de tiempo -por decir lo menos- que explotará -qué duda cabe- inexorablemente.
Migajas con innegable sabor populista; agrio propósito propagandístico, que debieron concretarse al inicio del mandato, pues fueron parte -la mayoría- del portafolio de campaña, establecidas, apurado por la crisis; reprobación; baja popularidad. Engañosas, alienantes limosnas orientadas a convertir -a conciencia-, en vasallos, a las pauperizadas masas; caldo de cultivo que empollará la inminente, tempestuosa convulsión popular, engendrada por el desgobierno.
Amanecerá y veremos dolorosamente una patria arruinada, inconforme, cuota inicial de las avizoradas, tumultuosas protestas de furiosas, desesperadas, incontenibles, desesperanzadas turbas de desocupados, familias acosadas por el hambre que, con el puño en alto, saldrán a saquear supermercados al grito: ¡Que se vaya Duque a la mierda!
Extravagante, acojonado, subordinado mandatario, sin brújula, grandeza, sentido de urgencia, visión, carencias encubiertas con insubstancial, superficial, baladí cháchara -sin sustento-; merecidamente condenado al impensado repudio, a los sótanos del desprecio.
Artífice del remordimiento que me golpea, producto del acrítico apoyo -que jamás me perdono- brindado al imbécil que juró acoger el ‘Acuerdo de paz’; amparar las víctimas; socorrer a los desposeídos, a quienes -tras el voto- les prometió el ‘oro y el moro’. Ungido, se dedicó a favorecer -so pretexto de la creación de empleo- a los parasitarios, voraces, insensibles aportantes de su campaña, con una reforma inequitativa, que les redujo los impuestos.
Desgobierno caracterizado por la exigua gobernabilidad; desconocimiento del plan de gobierno; superfluos, frívolos viajes; errores; confianzudo manejo individualista de lo público; el importaculismo respecto a los pestilentes escándalos -‘falsos positivos’, ‘Ñeñe-Caya’, etcétera-.
Culposos desatinos, que el insoportable nuevo ‘gurú’ de las comunicaciones de la ‘Casa Nari’, Hassan Nassar, intenta el imposible de desvanecer, con libreteadas, maquilladas, hipócritas, interminables, tediosas apariciones del ‘amo’ en la TV, relegando los autorizados diagnósticos, recomendaciones -sin fútiles discursos- de los heroicos epidemiólogos, médicos, salubristas, de cómo neutralizar, controlar al letal CODIVI-19.
Nadie discute la necesidad de centralizar el manejo de la contagiosa pandemia que tomó por sorpresa al país, en aras de privilegiar, maximizar, inmunizar la administración del potencial humano, logístico, presupuestal, palmariamente limitado, insuficiente. Pero… aflora, justamente, la duda, sobre la delicada, vidriosa senda autoritaria emprendida por el Presidente: concentrar en sus ineficientes, ineptas manos, la excepcionalidad legislativa, asumida alegremente en la creencia de poder hacer -literalmente- lo que le da la gana, como lo hizo al emascular al Congreso que, debió convocar en el mismo decreto, para el control político debido (artículo 215-Constitución).
Chilla -sin duda- la extralimitación de función, en que el arrogante Gobierno cayó, al imponer la draconiana orden -aparentando una anónima, desconocida, falsa firmeza-, a través de las fuerzas de seguridad, de intervenir, coartar, limitar libertades (fundamentales) de reunión, circulación, como el chocante -por discriminatorio- cautiverio, bajo arresto domiciliario, de los mayores de 70 años, eufemísticamente rebautizados por el baboso ‘sardino’ que mal gobierna, con el conmiserativo, tribal término “abuelitos”, inmemorialmente relegados, abandonados, despreciados, ignorados.