El pasado sábado, en horas de la mañana, el señor Álvaro Uribe Vélez publicó en su cuenta de Twitter una frase lacónica y muy diciente: “Gracias a Dios”. Es decir, se dio gracias a sí mismo, porque en Colombia él es una especie de dios, un dios terrible que se victimiza, pero al fin y al cabo un dios para la enceguecida fanaticada que sin ningún escrúpulo lo venera. Sí, una especie de dios de la furia que polariza y que desata pasiones enfermas en uno y otro bando.
En todo caso, puede uno ir en contravía de este cuestionado personaje, pero hay que admitir una triste realidad: por sus manos pasa la posibilidad de la guerra o la paz, del cese de los odios o del recrudecimiento de la violencia. Para la muestra: durante su detención en la “prisión” más extensa y lujosa del mundo, los ríos de sangre no dejaron de fluir; por el contrario, aumentaron su caudal y de qué manera.
Y no sé si la controvertida y difícil decisión que tomó el pasado fin de semana la juez 30 de garantías calmará los ánimos o los aumentará. Tal vez calme la tormenta de esta esquina del odio, pero nada de raro tiene que insufle combustible en la otra esquina cada vez más indignada e histérica. Colombia es un país bipolar, por no decir psicótico, y con sobradas razones: varias décadas de conflicto interno, y el agregado de un conjunto desigualdades e injusticias insufribles.
Un escenario así no es soportable por mucho tiempo. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y el pueblo no aguanta más atropellos. Sin embargo, hay que esperar con escepticismo que la sensatez triunfe sobre nuestra antigua y reciente barbarie. Al menos yo conservo la remota esperanza de que en algún momento este falso dios, este oscuro mesías, en un atisbo de lucidez ayude a detener la hecatombe que se vislumbra y el genocidio que con angustia sobrellevamos.
Por otra parte, ningún colombiano debería considerar la más remota posibilidad de que Uribe sea juzgado por los supuestos delitos por los que es investigado en nuestro país. El expresidente siempre tendrá la posibilidad de sacar del sombrero mágico de las intrigas algún recurso. Uribe es muy inteligente, y en especial es astuto como pocos. Además, tiene de su lado todos los poderes del estado, y para acabar de ajustar la policía y el ejército lo apoyan.
La justicia en este contexto parece amarrada de patas y manos. Como decían nuestros abuelos: eso es pelea de toche con guayaba madura. La única alternativa viable es una cruzada variopinta y multipartidista que gestione una eventual intervención de la Corte Penal Internacional en el muy polémico y politizado caso Uribe. Porque créanme, podrán pasar mil años y en Colombia nadie resolverá este entuerto sin que se desate una violencia de nivel demencial, peor que la actual.
Posdata. Para que esta cruzada tome forma que todos los que administran la justicia en Colombia (empezando por la Corte Suprema de Justicia) se declaren incapaces, impedidos, amedrentados, desvalidos e incompetentes para asumir el kafkiano proceso de Uribe. Así le abren espacio a la mencionada cruzada para la intervención de una Corte Internacional.