¿A quién le interesa un partido Farc destruido?
Opinión

¿A quién le interesa un partido Farc destruido?

Somos conscientes de quienes son los verdaderos adversarios, los peligrosos, los que aplauden y estimulan la división

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enero 22, 2021
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Un partido se define por una ideología y una línea política, lo cual resulta aborrecible para algunos que se reclaman del partido Farc. Con el argumento de que ya no somos una organización militar, en la que las órdenes se cumplían sin objeción alguna, sostienen la tesis de que cada quien tiene derecho a asumir y difundir las posiciones que se le antoje, sin consideración alguna con la dirección o las mayorías.

No creo que exista un partido en el que se admita que sus miembros despotriquen de sus jefaturas y políticas. Las minorías tienen sus derechos, claro, pueden defender sus posiciones en los espacios partidarios establecidos para ello, y aun siendo derrotadas pueden volver a plantear en un escenario futuro sus tesis. Pero dentro del partido, no por fuera de él, difamando del mismo, de sus dirigentes, de sus políticas.

Quien no quiera aceptarlo tiene la libertad de organizarse en el partido que le parezca. De seguir insistiendo en su labor corrosiva interna, es apenas elemental que sea objeto de sanciones disciplinarias, que pueda ser expulsado tras los procedimientos estatutarios establecidos. La dificultad en el partido Farc con sus acérrimos contradictores internos, es que tampoco acatan las sanciones y continúan reclamándose miembros activos.

El requisito básico para hacer parte de una organización guerrillera es creer que la lucha armada es el camino. Que la violencia reaccionaria solo puede ser enfrentada y vencida con la violencia revolucionaria. Bajo esa premisa llegaban a las Farc personas con las más diversas ideas.  Anarquistas que consideraban que la única solución era la destrucción de todo lo establecido. Trotskistas enamorados de la revolución mundial inmediata.

Radicales de pensamiento extremo. Alababan que las Farc eran el ejército rebelde más grande y antiguo del mundo. Una fuerza invencible. Que sí, sostenía una ideología y una política en cierta forma extravagantes, como eso de plantear una solución política al conflicto, de levantar la bandera de la paz. Ideas que podían asimilarse como tácticas distractoras. Lo que realmente importaba era que hacían la guerra y la hacían bien.

Firmada la solución política, dejadas las armas, reincorporados y transformados en un partido político legal, el empleo de las armas, que nos vinculó por encima de las diferencias de concepción, dejó de ser el lazo que nos unía. Algunos pensaron que el Acuerdo era una apariencia, una maniobra para hacer política abierta mientras clandestinamente se continuaba con la guerra. Querían un partido así y conspiraron para dirigirlo. Mala noticia que se les dijera no.

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Reincorporados y transformados en un partido político legal, el empleo de las armas, que nos vinculó por encima de las diferencias de concepción, dejó de ser el lazo que nos unía

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La dejación de armas era real, se iba a trabajar por el cumplimiento integral de los Acuerdos de Paz. Tras patalear con los más variados pretextos, aquellos terminaron retomando en video las armas con el discurso del incumplimiento. Como si se tratara de noviazgo de adolescentes, que se pelean y reconcilian a cada rato. Sin comprender la dimensión política estratégica que implicaba un Acuerdo de Paz. Su nostalgia los condujo a atacar con saña al partido creado.

Otros reclamaron un partido sin disciplina, horizontal, sin dirigentes, sin decisiones por mayoría ni orientaciones políticas. En su parecer, un partido democrático implica que todo pueda discutirse y en todo momento, el pueblo es sabio y espontáneamente se pondrá de acuerdo, sostienen, sin jefes, todos somos iguales. Defensores del caos y el desorden, no pueden entender que exista una organización, una estructura, unos procedimientos.

Otros más no comprendieron nunca la diferencia entre ideología y política. Una cosa son los principios y otra la larga práctica a su concreción. La única solución a los problemas nacionales y mundiales es la revolución, el derrocamiento del imperialismo y la oligarquía. Y eso implica ser radical en todo, sobre todo con el lenguaje. No se conciben etapas, ni se examina la realidad que nos rodea, la correlación de fuerzas, la ausencia del elemento subjetivo.

Sobrevaloran lo que se llama condiciones objetivas. Juzgan que ya están dadas, que lo que falta  es decisión. Critican a los tibios, que insisten en hacer política en lugar de la revolución. Y lanzan dardos contra todo lo que les parece lento. No hay un análisis concreto de la situación concreta. Domina el dogma, la frase repetida, la sentencia de Marx o Marulanda. No están de acuerdo con nada y atacan todo, la revolución no da espera.

Con esas y otras variantes ideológicas, rayanas en el fanatismo, nos ha tocado lidiar en el paso a la vida legal. Solo puede tratarse al enemigo, como lo califican siempre, con lenguaje bastante soez, con desfachatada arrogancia. Quien no lo haga es un conciliador, un entregado, un vendido. Por consiguiente todo lo que haga es condenable, repudiable, destila traición. La gente está clamando por revolución y nosotros la estamos frenando.

Todo esto pasará. No nos distraerán, somos conscientes de quienes son los verdaderos adversarios, los peligrosos, los que aplauden y estimulan esto.

 

 

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