Entonces dicen que el Nuevo Liberalismo resucitó. Eso pareció por un rato esta semana: se desempolvaron las fotos de Galán, algunas frases de sus discursos, carnets de afiliación. Es un hecho inusual porque casi nadie se había interesado en la historia de Colombia por los derechos legales de un movimiento político. En este país, y en casi todas las democracias modernas, la mayoría de los políticos son despreciados por amplios sectores de la población y casi nadie quiere hacer parte de un partido político. Eso es curioso porque, aunque también casi todo el mundo valora la “democracia” -un concepto relativamente abstracto y difícil de definir-, hay una inmensa rabia contra los actores políticos y, en el mejor de los casos, indiferencia total frente a cualquier actividad política organizada. Hay buenas razones para eso, por supuesto, la política no ha logrado responder a los retos más importantes del país y muchas personas del sistema político han liderado empresas mafiosas, al servicio de la corrupción y el crimen. Pero la paradoja existe: sin políticos y sin organizaciones políticas, no puede haber una democracia funcional.
La razón principal para eso tan inusual, que los derechos legales de un movimiento generen alguna emoción, es la figura de Luis Carlos Galán. No se trata de un interés por un programa de gobierno, ni por un conjunto de principios. Se trata del recuerdo de la valentía y la integridad de un hombre. El legado de Galán se puede condensar en su enfrentamiento firme al narcotráfico y su decencia en un mundo podrido -la política colombiana, más en los ochentas, aún más en el Partido Liberal-. Como prueba queda, nada más y nada menos, su muerte. Que él mismo intuía. La política y las emociones suelen girar alrededor de imágenes y de Galán hay unas muy buenas, con el brazo elevado, el pelo crespo al viento, el bigote amplio, el grito ante el micrófono, la camisa desabotonada. No hace falta decir mucho más, es la síntesis perfecta, un hombre con su voz, mirando de frente al que sea, a sus seguidores, pero también a sus enemigos. El va desarmado, su mano limpia solo coge el micrófono; ellos son mafiosos, políticos narcotraficantes con armas.
No es cierto, sin embargo, que el Nuevo Liberalismo fuera solo Luis Carlos Galán. El carisma arrollador de Galán, y de todos los políticos carismáticos, da siempre la sensación de que son caudillos. Es una simplificación útil para el fanático, que crea su héroe mítico, y para el detractor, que encuentra una sola figura en donde depositar su odio que en Colombia suelen ser sus balas. Pero la simplificación es errada, en este caso: además de Galán, el Nuevo Liberalismo tenía líderes políticos de peso y militantes de base en muchos lugares del país. No conozco documentos académicos -tesis o libros- sobre el Nuevo Liberalismo, voy a buscarlos, lo que cuento lo digo por haber conocido bien a Iván Marulanda, senador del Partido Verde que era parte de Compromiso Ciudadano. Iván fue uno de esos líderes y, recorriendo con él Antioquia y algunas partes de Colombia, pude ver cómo veinte años después del fin del Nuevo Liberalismo aún tenía contactos de personas que lo apreciaban y recordaban bien sus campañas.
Es entonces injusta la crítica que dice que el Nuevo Liberalismo era Galán. Dicen que la muestra de eso es que el movimiento no lo sobrevivió. La razón es elemental: cómo lo va a haber sobrevivido si no solo lo mataron a él, sino a Rodrigo Lara Bonilla y a tantos otros militantes menos visibles. Decía Iván Marulanda que mataron a los mejores de su generación y, en su caso personal, no solo a sus compañeros políticos sino a sus amigos. Imagínense la vida de quien ve caer uno a uno a los amigos, que sabe que sigue en la lista. No, no pueden, no puede imaginar el peso en el alma quien no lo haya cargado. Con lo que escucho estoy convencido de que el Nuevo Liberalismo era mucho más que Galán pero que en sus miembros había mucha lealtad hacia él, seguramente por el talento excepcional que tenía, y la dignidad que siempre demostró. Una cosa es que haya lealtad, hoy tan escasa, otra cosa es que haya servilismo ciego a un caudillo.
Devolver la personería jurídica al Nuevo Liberalismo es un acto de justicia. Que el movimiento haya entrado al Partido Liberal antes de la muerte de Galán es un detalle, ya sabemos que el Partido Liberal hizo lo que sabe hacer, trampa. Y también sabemos que la figura de Galán habría conducido un movimiento con una impronta única, merecedor de un espacio en la política colombiana. Lo que es evidente es que una personería jurídica no representa ese espacio. A lo mejor, es un paso importante. Pero la política, menos la que lideraba Luis Carlos Galán, no era asunto de avales.
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Hasta ahora, los principales interesados en el Nuevo Liberalismo son algunos políticos que no militan en un partido y que piensan que ahí pueden tener un espacio para hacer política
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Ya con este contexto, podemos empezar a responder a la pregunta del título: hasta ahora, los principales interesados en el Nuevo Liberalismo son algunos políticos que no militan en un partido y que piensan que ahí pueden tener un espacio para hacer política. Los políticos en Colombia pueden ser independientes -en algunos casos, posar de independientes- y aspirar a un cargo por firmas o hacerlo en representación de un partido político. Había otra opción que era la de crear nuevos partidos políticos, pero esa es imposible en términos prácticos: los requisitos para alcanzar el umbral hacen que un movimiento realmente independiente jamás pueda sacar ese número de votos. En los acuerdos de paz de La Habana, había un espacio para una reforma política que permitiera nuevas condiciones para que algunos movimientos avanzaran a ser partido de manera gradual, pero la coalición santista, en cabeza del senador Rodrigo Lara, debilitada y entregada a la candidatura de Germán Vargas Lleras en ese momento, bloqueó la posibilidad de esa reforma. Ya Santos estaba tranquilo, sacó adelante el proceso en el papel, el problema de implementarlo ya no era el suyo. Dejó que sus propios alfiles se atravesaran a lo acordado, para no bloquear a Vargas Lleras. Ya sabemos en qué terminó eso en la elección del 2018.
Que los políticos estén interesados en el Nuevo Liberalismo, como medio para participar en política, es legítimo. Más allá de la indignación fácil, lo que necesitamos es políticos transparentes, que expliquen en qué movimientos están, bajo que principios, qué les interesa, qué incentivos tienen. Es que sin políticos haciendo política en organizaciones políticas, la democracia está herida de muerte. Por eso mismo, Petro ha tenido gran interés en la personería jurídica de la Colombia Humana. La figura legal del partido facilita la financiación, la organización de instancias locales y nacionales, permite dar avales en todas las instancias.
Y, los políticos más destacados con interés en el Nuevo Liberalismo son Carlos Fernando Galán y Juan Manuel Galán. Con razones sobradas: son las principales víctimas del asesinato de su papá que murió por defender una forma de hacer la política bajo la bandera del Nuevo Liberalismo. Quién puede decir que no tienen razón en reclamar al estado colombiano los derechos de ese movimiento. Lo han hecho, respetando las leyes, de manera insistente y argumentada. Una cosa es que a alguien le pueda disgustar algo de los hermanos Galán, otra cosa es negar es que su comportamiento en este caso ha sido correcto y digno. Y ganaron.
Ahora tienen un problema mucho más difícil y, creo, mucho más interesante: explicarle a la gente cómo es que después de haber estado tanto tiempo en dos de las organizaciones más corruptas en la historia reciente de Colombia, Cambio Radical y el Partido Liberal, ahora van a liderar la lucha contra la corrupción desde el Nuevo Liberalismo. Carlos Fernando y Juan Manuel Galán son inteligentes, sabían en qué organizaciones estaban, entendieron en qué mundo se metían y estuvieron ahí largos ratos. En algunos casos, dieron peleas duras internamente. Debo confesar a que mi siempre me sorprendió: admirando esa idea de Luis Carlos Galán, que conocí leyendo el libro “Profeta en el desierto” de Alonso Salazar, veía con inmensa frustración que sus hijos se sentaran al lado, en los mismos partidos, de los verdugos de las ideas de su papá. También debo confesar que, pese a esa sorpresa, siempre sentí que eran dos personas decentes. Eso es una sensación porque cómo hace uno para tener certeza de la decencia del otro. Quizás eso mismo, sentir que fueran decentes, hacía más grande la sorpresa, la decepción de alguna manera. Especialmente recuerdo lo frustrante que fue ver a Carlos Fernando Galán cargando las firmas para Vargas Lleras en la campaña del 2018. Todos sabíamos, él también, la farsa que representaban esas firmas.
En los últimos años, he escuchado parte de las reflexiones de los hermanos Galán sobre porqué participaron en esos partidos, qué fue un error y qué salió bien. Entiendo que saben que cargan un lastre con un sector de la opinión pública, especialmente Carlos Fernando. Por eso hace unas semanas, intentó avanzar en la idea de hacer mea culpas. Entiendo que intentaron cambiar los partidos desde adentro, intentando mantener unos principios en un mundo complejo. Entiendo que fueron pragmáticos, que encontraron un espacio para crecer, y que eso no es un crimen. Entiendo que algunas veces los engañaron. Y, debo decir, yo creo que la reflexión que hacen es honesta. Me inspira confianza esa reflexión. Eso no quita los desacuerdos pasados, la decepción, pero sí les da otra dimensión. El problema, por supuesto, es que su tarea es mucho más amplia que convencer a un individuo.
Su reto, más importante que cualquier campaña personal, es hacer que el Nuevo Liberalismo sea el movimiento político más moderno en Colombia, en el sentido de su capacidad para organizarse, para presentar ideas y para movilizar a la ciudadanía, respetando unos principios. En algún momento, parecía que el Partido Verde podía ser ese espacio, pero terminó ocupado en peleas entre facciones. Pequeños odios, no mucho más. Una lástima porque hay grandes políticos en ese partido. Si los hermanos Galán logran conducir al Nuevo Liberalismo para que sea ese espacio amplio y moderno, y no un espacio para reencauchar a Cambio Radical, harán que ese partido interese a la mayoría de la ciudadanía. No solo sería una buena siembra para la transformación futura de Colombia, sino, finalmente, para honrar por siempre el legado de su padre. Ahí sí, el Nuevo Liberalismo habría resucitado.
@afajardoa