De pequeña me preguntaba cual era el trabajo de mi padre, porque siempre lo veía en cotizas y con la ropa mojada, manejando su bicicleta, con una parrilla en la parte trasera que cargaba cauchos de camión, comprendí que como la mayoría de los jóvenes y niños de La Parada, son maleteros, hombres que transportan mercancía por el río Táchira, que separa a Colombia y Venezuela, un trabajo informal; ilegalidad para nuestro país, para ellos el sustento de vida.
Trochas que en medio de la oscuridad son el trayecto para un desfile de hombres que cargan sobre su cuerpo el peso del contrabando. Así es el camino que hoy emprenderé para conocer el modo de trabajo de los maleteros.
El Gobierno venezolano ordenó el pasado 9 de agosto el cierre nocturno de la frontera desde las 10:00pm hasta las 05.00am durante 30 días, como una medida para frenar el contrabando, lo cual ha dificultado el trabajo de los maleteros debido a la fuerte presencia de la Fuerza Armada venezolana en los trochas de la frontera, por lo que fue complicado conseguir una noche de trabajo con ellos.
El día había llegado, martes 21 de octubre, me encontraba en San Antonio del Táchira (Venezuela) el calor se hacía sentir en mi cuerpo, escuché que Pedro me llamaba para cargar el carro, él es el dueño de las dos camionetas en las que se transporta la mercancía, dos Mitsubishi, una de color rojo y la otra azul, empecé a alzar las cajas y bultos de víveres, se notaba el esfuerzo que hacía, porque nunca había sostenido tanto peso, cuando terminamos subí al auto, estaba preocupada, pensando en que nos encontraríamos a la Guardia(Fuerza militar venezolana) durante el camino, pero no fue así, Pedro ya había pagado la ¨ alineación¨ es decir, le había pagado a la P.T.J. (Policía Técnica Judicial), para que no nos quitaran la mercancía.
Desde enero a julio 20 de este año, la Dian ha retenido mercancía ilegal estimada en $17.635 millones, valor que significa 60% de su valor comercial, es un riesgo al que se enfrentan los maleteros, porque si les decomisan la mercancía van presos, además tienen que responderle a los dueños de ésta.
Al llegar al garaje donde se guarda el contrabando, se encontraba un grupo de ¨caleteros¨, ellos son los encargados de descargar las cabas , empezamos a bajar los bultos y cauchos, estaba en medio de hombres, no había ninguna otra mujer, sólo yo, ellos me miraron con duda y asombro, uno de ellos se me acercó y me dijo: ¨Esto no es trabajo para niñas, sino para berracos, usted no pertenece a este mundo¨, todos se reían , mientras que yo continuaba con mis cajas sobre el hombro.
Al llegar las 6 de la tarde escuché ¨ abrieron paso¨, pero a mí no me dejaron seguir, el teniente Quintero, de la Guardia, estaba en el garaje, al verme me preguntó: ¨ ¿Qué haces?, no puedes estar aquí¨, le expliqué que estaba trabajando y aunque le insistí, me pidió que me retirara del lugar, que él no iba a autorizar y no me permitía pasar por las trochas. Indignada y desilusionada me tuve que retirar del sitio, mi presencia podía ocasionar problemas, si continuaba allí haría perder una noche de trabajo a los maleteros, perderían la oportunidad de ganar dinero. Me desesperance, pero sobre todo me enojaba el hecho de que no se le permitiera a una mujer estar en un trabajo como ese, ¿será que me consideraron menos que ellos?, o ¿temió por algo?, pensé que ese obstáculo me impediría conocer el mundo de los maleteros, pero me enteré que una nueva comisión de guardias llegaría en tres días.
¡Al fin!, con el bulto sobre mi hombro
La espera era insoportable pero ese tiempo me sirvió para conseguir el permiso de mi presencia como maletero, no comprendía porque es extraño que una mujer quiera dedicarse a esta labor, si lo hacen niños, hombres con títulos profesionales que no consiguen empleo, si es la opción de subsistencia, la mujer también tiene derecho a trabajar.
El viernes que tanto esperaba llegó , era mi oportunidad para demostrar porque quería estar allí, era de noche, eran las 8 y media, es la hora en que dan el permiso para transitar las trochas, esta vez nadie me iba a detener, Carlos me colaboró montando el bulto de víveres sobre mi cabeza, lo sujetó con el pretal para que no se me resbalara, este es hecho con jean y pita de nailon, cuando volteé a mirar a aquellos hombres sin camisas y en pantalonetas, vi que unos cargaban de a 6 baldes de pintura ,de 20 litros cada uno, otros llevaban de a dos cauchos de camión sobre su cuerpo, también cargaban elementos de plástico, juguetería y víveres, estos hombres cargan entre 120 kilos al hombro y yo sólo 50 kilos, aunque intenté montar otro bulto mi cuerpo no lo soportó , y así transité la muralla, íbamos uno detrás de otro, sin hablar, a ellos no se les notaba el cansancio físico, son hombres que tienen años de hacer esto. Cuando llegamos a la quebrada La Capacho, el suelo estaba resbaloso porque el día anterior había llovido, intenté bajar con cuidado, pero hay que llevar el ritmo de todos, no podía dar pasos lentos, al apresurarme me caí, el bulto que llevaba me lanzó contra las piedras, mis rodillas se rasparon, me moje porque caí en el agua de la quebrada, el olor penetró mi nariz, era cloaca, uno de los maleteros me ayudó a levantarme, me dijo que continuara. Esta vez no se burlaron de mí, al contrario fueron solidarios, pero sentía asco, estaba empapada de esa suciedad.
Al llegar a la trocha lo único que alumbraba el camino era la luz de la luna, es prohibido encender linternas, y a pesar de esto se conoce el camino.
Tuve que caminar muy rápido porque sentí que podía perderme, además me aterra la oscuridad, los mosquitos me picaban, me dio miedo que salieran culebras, porque a esa hora es muy común que aparezcan. A medida que avanzaba me golpeaba con los chamizos, me aruñaban las piernas. Sólo escuchaba el croar de las ranas, y el sonido de los grillos, me preocupaba que apareciera el convoy de los guardias, porque mi padre me contaba que los guardias se camuflaban y atrapaban a los maleteros para quitarles la mercancía y detenerlos. ¨Mazamorro¨, uno de los maleteros que pasa cauchos de camión me comentaba que a su hijo de veinte años lo habían agarrado preso por la Guardia venezolana, preciso cuando estaba pasando la mercancía, tristemente me dijo: ¨ Mi muchacho está en la cárcel Santana en San Antonio, Venezuela, no sé cuando salga, no tengo dinero para el abogado, el trabajo esta duro, no sé que pasara con mi muchacho ¨, abrumada continúe, pensando en el riesgo al que se enfrenta mi padre y todos ellos.
Parecía que nunca fuera a terminar los diez kilómetros de recorrido en la trocha, después de veinte minutos en el monte vi unas casas, estaba en la invasión Mi Pequeña Barina, teníamos que pasar por allí, es parte del trayecto, sus casas son de tablas encerradas en zinc, algunas no tienen puertas, ya eran las nueve de la noche, vi algunos niños, estaban sucios, sin camisas, se escuchaba la música en un billar. Sentí que algunas mujeres de allí me miraban y murmuraban entre ellas, se extrañaron de ver a una mujer trabajando como hombre, mi cansancio se hacía notorio, de mi frente caían gotas de sudor, no podía limpiarme porque mis manos sujetaban mi cabeza, quería descansar, pero no podía detenerme. Al finalizar el paso por la invasión todos nos detuvimos, y Carlos empezó a cobrarle a cada maletero para pagarle a los guardias, más dinero para ellos, me pregunté: ¿Es ilegal el trabajo del maletero o ilegal todo los pagos que reciben los militares venezolanos?, a dos kilómetros de nosotros estaba el cambuche de ellos, una pequeña base miliar que alberga entre veinte o treinta guardias.
Una vez se les pagó continuamos con el recorrido, tuve cuidado al bajar el barranco, no quería tropezar nuevamente y ahí estaba aquel río que poco a poco sonaba más fuerte. Al estar en la orilla me prepare para cruzarlo, sabía que me enfrentaba contra el mayor obstáculo de todo maletero, porque si se cae, se pierde la mercancía. Anteriormente existía un puente de tablas construido por los paramilitares para ganar más dinero cobrando vacunas, pero una creciente arrasó con éste, y esta noche me tocaba enfrentarme con su corriente, era mi mayor reto , no podía caer.
El agua estaba fría, y sentí su fuerza, caminé con calme, las rocas me tropezaban, pero mantuve el paso, poco a poco el agua me subía hasta llegar a mi cintura, en ese instante el rió se convirtió en mi mayor enemigo y tenía que derrotarlo, alguien sujetó mi mano, me estaban ayudando, porque parecía débil ante la furia de la corriente, nadie cayó y yo tampoco, estábamos uno detrás de otro, como un desfile de hormigas trabajadoras, al salir del agua nos esperaban un grupo de jóvenes, paramilitares, estaban cobrando la cuota de paso, tocaba pagarles, no sé qué cobrarán, si todo el trabajo lo hacen los maleteros, ellos son quienes se arriesgan en las trochas, son los que cargan el peso del contrabando en su cuerpo y son los maleteros los que son gritados por la sociedad como delincuentes. El contrabando ha caído entre un 40 por ciento y 50 por ciento, según datos de la Policía Fiscal y Aduanera (POLFA), debido a las fuertes medidas impuestas por el gobierno venezolano y es por esto que los maleteros duran semanas o meses sin poder trabajar.
Estaba en territorio colombiano, en el sector La Playa, ahí descargué el bulto que me acompañó durante el camino, lloré, me dolían los hombros, mi espalda, mis piernas y mis manos; estaba agotada, mi cuerpo quería decaer, no me rendí en los kilómetros que recorrí, demostré que una mujer puede estar a la altura de un hombre.
Mis lagrimas cayeron no por el dolor físico, me dolía el alma, pero todos esos hombres que me acompañaron por las trochas me aplaudieron y continuaron a hacer un nuevo viaje, yo sólo volteé a mirar y me di cuenta que había terminado un trayecto de corrupción que día y noche es caminado por hombres que sobreviven a una sociedad sin oportunidades.