Finalizaron las elecciones regionales, que son las más reñidas, publicitadas y rencorosas del país. Amanecieron todos en descanso, unos más felices que otros. Se dice que este es el medio para medirle el pulso a la democracia y así es. Es, justamente, la elección que mayor cantidad de personas mueve, tanto interna como a otras regiones.
El sábado había un festín de centenas de personas esperando el transporte en la vía Oriental, frente al INEM, que los llevaría a las poblaciones a donde iban a votar. Y así era en otras vías que conducen a otras poblaciones fuera de la ciudad.
Ni en diciembre o Semana Santa se ve tal movilización de personas hacia otros lugares. No son ajenas las masivas camionadas, los mismos que en otras ocasiones utilizan para transportar el ganado a los mataderos, esta vez repletos de campesinos desaparrados, de aspecto triste, mal trajeados y con el hambre que se les nota de lejos, sumidos en un mar de sentimientos contradictorios derivado del alcohol que les reparten de frente, pero ocultando la botella por aquello de la ley seca, que es algo así como rieguen las plantas, pero que no te vea el vecino que botas el agua, y por otro lado la pasajera solución que recibieron o recibirán traducidas en dinero en efectivo, alguna bandeja de alimentos que les soluciona la vaina por unos días. Y mucho alcohol para que festejen alborozados, ¡Ganamos, no joda! tomando para sí la elección del tipejo que distribuyó dinero suficiente para amarrar el voto libre y espontáneo, como reza el ideal.
En las ciudades no es diferente. Sólo algunos cambios estructurales. Meses atrás tipos o tipas, llamados líderes, que no son más que personas defendiendo el empleo, en busca de uno o el del hijo o la hija, principalmente, pero también otros beneficios, se encargan de maniatar en una planilla a los amigos, amigas, vecinos, tíos, abuelos, familia, para que, a la hora de votar, señale el cuadro y el número del futuro concejal, alcalde, gobernador o parlamentario.
Esto se vuelve una feria de camisetas, pancartas, bocinas en alto parlante por las calles, saludos desde lujosos autos y las reuniones respectivas, donde el candidato o candidata diagrama una región o ciudad con unos beneficios colectivos de desarrollo, educación, salud, etc., olvidado que lo mismo dijo en las anteriores y la anterior de las anteriores, pero su público tampoco lo recuerda, así que la cosa parece recién inventada.
Lógicamente, el líder tiene otro líder por encima de él que es quien traza la conducta de cómo se debe disuadir a la gente, qué cuadro y número debe marcar en los tarjetones, y si hay que utilizar dinero en la adquisición al derecho de votar, pues, se hace, al cabo la democracia es un negocio y allí va dirigido el objetivo final. Ya lo dijo el insigne nobel de literatura nuestro, Gabriel García Márquez, la democracia es el mejor negocio del mundo.
Es un mecanismo bien estructurado y con financiadores de todo tipo, especialmente de poderosos contratistas que meses después reciben el beneficio de un jugoso contrato que no hacen, o lo hacen mal, se hace bulla unos días y luego al olvido, hasta que lleguen otras elecciones en las mismas. Se reparten los presupuestos y son siempre felices.
El gobierno central se desgañita en publicidad contra la corrupción, reparte directrices y hasta posible cárcel a quien se encuentre en esas, pero esa vaina, al final, no sirve. Termina siendo sofisma porque justo es el mismo pueblo, a quien se pretende defender, quien pasa por encima mediante artilugios porque no sólo a esas alturas ya está sometido, sino comprometido.
El desfase es el día de las elecciones porque más de uno ha adquirido "compromisos" con varios líderes de diferentes proponentes. En muchos casos, la foto del carné de elector va a diferentes líderes, quienes lo transmiten a la central y desde allí van direccionando cómo va la posible elección. Hay casos más fuertes, como el de los jurados comprometidos que son descubiertos y se genera el caos, violentas reacciones y hasta se desarma toda la estantería.
Esto sin meternos que meses antes, los más poderosos, los dueños de empresas, reúnen a sus trabajadores y, directa o indirectamente, les persuaden de votar por el candidato que ellos apoyan o no hay empleo, otros ingresan grupos de trabajadores con el fin de que aporten a la democracia en las elecciones, aunque después sean despedidos nuevamente, gane o pierda el que apoyan.
Describir toda la parafernalia y tretas de que se valen los acuciosos y poderosos dueños de la democracia involucraría un volumen gordo que no podría ser publicado en este medio por razones de espacio, pero que todos conocemos, que involucra el periodismo en general y todos los profesionales de diferentes áreas administrativas, incluyendo a quienes deben contabilizar los votos.
En resumen, los verdaderos corruptos son los que eligen a corruptos, o como se dice que dijo George Orwell: "Un pueblo que elige a corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice", pero esto no le importa a este pueblo que en unos meses es quien más se queja del gobierno, busca un culpable a quien señalar y así evita señalarse. Y este es el comportamiento que mayormente utilizan, justamente, los corruptos para crear ese símbolo que el pueblo termine odiando a quien posiblemente esté procurando una mejor sociedad, mientras ellos pasan de agache, no cumpliendo nada de lo que prometieron, pero rabiosos si se les señala. Lo curioso lo pone la expresión casi general de todos un día después de las elecciones: Esperemos a ver qué pasa.