¡El 57% de los jóvenes de la generación Z quieren ser influencers!
Cuando Borges era profesor de la Universidad de Buenos Aires, tenía una particular manera de evaluar a sus estudiantes: No les hacía preguntas. El literato decía que preguntar es “interrumpir al alumno”. Seguramente, la forma más eficiente de evaluar es dialogar, es allí donde se logra desentrañar aquello que se ha aprendido o lo que desconoce; es así como se descubren las aptitudes e ineptitudes del ser. Sin embargo, la estandarización de la educación, obliga a los profesores a ceñirse a formatos y se los presiona además con rankings inocuos, muchas veces dejando de lado las potencialidades y la singularidad de cada persona.
El escritor español Borja Vilaseca, acude a la metáfora del profesor de la selva, aquel que les pone a todos como examen final, la obligación de trepar a un árbol, pero entre los alumnos hay un cocodrilo, una serpiente y un mico; todos con capacidades diferentes y claramente unos terminan rajados, no solo en el examen, sino también en la vida. La llegada al mundo laboral de gente sin vocación profesional es una prueba inequívoca del desenfoque formativo.
Hay graduados en todas las áreas que simplemente son pésimos, o tal vez sus cerebros eran campo fértil para cultivar algo distinto. ¿Acaso los modelos educativos adoptados en LATAM producen desdén entre los jóvenes? Las perspectivas de la juventud deberían interpretarse como un llamado inexorable a revaluar los procesos de formación; pues, particularmente, me preocuparía mucho si un hijo me dice que le parece más llamativa la actividad de La Liendra que la profesión de Sonia Sotomayor.
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