De un tiempo a esta parte los analistas políticos intentan desentrañar a qué juega Cristina Fernández, quien tras ser la principal ideóloga de la coalición política en que mutó la hasta entonces Unidad Ciudadana y de la fórmula presidencial que triunfó en las elecciones presidenciales argentinas de 2019, desde hace unos meses se erige como su principal crítica.
Cada discurso de la vicepresidenta es precedido de análisis que imaginan sobre qué versará y cuáles serán sus principales consecuencias, ya que eligió la esfera pública como ámbito para exponer sus diferencias con la marcha del gobierno… de la que ella misma es parte.
Fue tras un discurso de la vicepresidenta que presentó su renuncia el entonces ministro Matías Kulfas.
Fue durante un discurso de la vicepresidenta que presentó su renuncia el entonces Ministro Martín Guzmán.
Y en ambos casos se los analizó como consecuencia del proceder de Cristina Fernández.
El primero fue reemplazado por Daniel Scioli, quien no gozó de un fuerte apoyo de la propia Cristina Fernández durante su campaña electoral presidencial.
El segundo por Silvina Batakis, según se presentó públicamente, con el apoyo de la vicepresidente.
Pero paradójicamente lo que ahora preocupa no son sus discursos sino sus silencios. Ya no importan las palabras sino la falta de ellas.
Y la propia Fernández utiliza su silencio como una forma de establecer posición política. Como la fiera que está atenta observando a su presa, se mantiene en silencio esperando el momento de actuar.
Resulta más que curioso su silencio ya que la situación aparece, a priori y con la información que contamos, siempre parcial e intencionada, como más preocupante que un mes atrás.
Sin Guzmán en el gobierno, y con Batakis anunciando la continuidad y profundización de las políticas de Guzmán, no suena lógico el silencio de la vicepresidenta.
¿Era una cuestión de nombres y no de políticas? ¿Con qué otro nombre está disgustada?
Según sus mensajes con quienes integran la Corte Suprema de Justicia, aparecen como un interés meramente personal antes que una preocupación por la realidad del país y el futuro de la Nación… a menos que ella se crea su encarnación.
El juego que estableció Cristina Fernández con el gobierno del que ella misma es arquitecta y responsable, es similar al del gato con el ratón atontado, porque la realidad es que plantea una lucha pírrica en la que nadie le hace frente, pone en jaque a todo el país y en consecuencia cada una de sus acciones pretende ser analizada en profundidad para procurar desentrañar los pasos a seguir.
Mientras tanto, y en medio de un juego que nos es ajeno, pero del que sufrimos sus consecuencias, los argentinos asistimos como meros espectadores de un país que se va derrumbando y deshaciendo, una vez más y cada vez peor.
Nadie hace lo que se debe hacer y las consecuencias están a la vista.
De un tiempo a esta parte los analistas políticos intentan desentrañar a qué juega Cristina Fernández.
Lo preocupante es que nadie se pregunta ¿Por qué juega Cristina Fernández?