La cuarta reforma tributaria del gobierno Duque se aprobó como tradicionalmente se aprueban las reformas tributarias: activando una aplanadora legislativa en las comisiones económicas y en las plenarias de Cámara y Senado; con la calle desactivada, el país anestesiado por noticias insulsas (como la reunión de Epa Colombia con Uribe) y los medios tradicionales calladitos. Así fue como Santos logró aprobar la reforma que subió los tres puntos del IVA en diciembre de 2016 y hace año y medio Duque aprobó su segunda tributaria.
A pesar de los múltiples llamados a la ciudadanía, la movilización no se reactivó, la oposición volvió a sus cauces naturales de minoría paralizada y la clase política tradicional demostró que es la que manda en el Congreso.
El detrás de cámaras de un pupitrazo
A diferencia de una clásica ley de honores y monumentos, la más frecuente en la intensa actividad legislativa de nuestros “padres de la patria”, un proyecto de reforma tributaria implica un trabajo milimétrico de consenso y comunicación. En la práctica, debe tener los votos asegurados antes de su radicación en el Congreso. Ese fue el quid en el fracaso de la reforma de Carrasquilla, pues se trató de un texto de 163 artículos que no se concertó previamente con las bancadas de los partidos de gobierno, se respaldó en una pésima estrategia de comunicación y tras una entrevista de Duque a Semana en la que se evidenció que ni conocía el articulado al no “comprender” por qué se gravaban los servicios fúnebres, quedó convertida en la reforma de Carrasquilla.
Tras la salida de Carrasquilla (conquista del paro nacional) y el ingreso José Manuel Restrepo como titular del Ministerio de Hacienda, el gobierno no insistió en la fórmula del fracaso y echó mano de las formas tradicionales.
El primer paso consistió en acordar un texto con los congresistas de las comisiones económicas; es decir, las comisiones cuartas y quintas controladas mayoritariamente por los partidos tradicionales, así se generó un primer consenso estratégico (antes de que el proyecto llegará al Congreso) y se pasó de 35 a 56 artículos. Con la opinión pública distraída y la calle cada vez perdiendo más impulso, el ministro se congració con los políticos y aseguró el primer tramo en la aprobación de la reforma.
Así, el 25 de agosto y en un solo debate, la reforma tributaria o “ley de inversión social” se aprobó sin ninguna dilación en sesión conjunta de las comisiones económicas. Se activó una aplanadora que aprobó 55 artículos en bloque (sin mayor debate de cara al país) y la oposición quedó reducida a su mínima expresión. Una lección aprendida para el gobierno Duque: sin el consenso previo con las bancadas mayoritarias, ninguna ley de importancia sale del Congreso.
El segundo paso implicaba repetir el pupitrazo en las plenarias. Para cuadrar esa votación y con calculadora en mano, la responsabilidad recayó en los voceros del Centro Democrático, Cambio Radical, el Partido de la U, Conservador, Liberal, los cristianos y funcionarios tanto del Ministerio del Interior como del Ministerio de Hacienda. Tras la activación de la aplanadora, era claro que la reforma contaría con la votación suficiente para salir avante; sin embargo, la jugadita consistió en radicar rápidamente la ponencia de segundo debate para acelerar la votación y así no darle espacio a la oposición para posicionar el tema en la opinión pública.
Una jugadita estratégica
La ponencia para segundo debate se radicó a las 5:00 p. m. del lunes 6 de septiembre para discutirse la mañana del martes 7. De esta manera, se buscó limitar el estudio de los 61 artículos aprobados en primer debate y especialmente se evitó que la aprobación total de la reforma se tomara la opinión pública. Fue un movimiento del gobierno que neutralizó las posibilidades de la oposición para visibilizar los alcances de la reforma y hacer un llamado a la movilización; inclusive, todas las proposiciones de los senadores opositores fueron empaquetadas y negadas en bloque. Es decir, ni se tomaron la molestia de estudiarlas o discutirlas.
La oposición fue envestida por la aplanadora y su rol se redujo al de siempre: presentar ponencias negativas que nadie lee, nadie escucha y que no le importan a un Congreso controlado por la clase política tradicional y corrupta.
Así, en menos de un mes, sin generar un estallido social, oxigenar a la oposición, perder ministros o exponer el precario liderazgo de un presidente desconectado, Acevedo sacó victoriosa la cuarta reforma tributaria del gobierno Duque. También le dejó a Carrasquilla una cartilla de “cómo pupitrear una tributaria” (algo que le podrá ser de utilidad por si alguna vez lo vuelven a nombrar ministro).
Lecciones aprendidas
Sin duda, Duque aprendió de su fracaso y no repitió la fórmula. Si se trata de una reforma más perjudicial para la clase media eso implica otro análisis. Lo que sí queda claro es que la clase política tradicional sabe cómo resguardar sus intereses y caminarle al uribismo. En pocos días todos esos partidos estarán en los pueblos y barrios buscando votos, engañando a la gente y con la expectativa de volver a conformar el 20 de julio de 2022 una mayoría a base de componendas y mermelada. En nuestras manos está aprender la lección y no apoyar a los representantes y senadores que legislan para favorecer a los favorecidos y joder a los jodidos.
También se siente un ligero déjà vu, pues la reforma tributaria fue finalmente aprobada y Carrasquilla fue reencauchado en un puesto de importancia en el Banco de la República. Al parecer, ni al gobierno o al Congreso les interesó honrar la memoria de las decenas de muertos y desaparecidos que dejó el estallido social del paro nacional. Eso no lo podemos olvidar cuando estemos votando en las elecciones del próximo año.