En Colombia más de 2 millones de personas sobreviven con el rebusque. Una realidad que ni siquiera el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) ha podido ocultar. Podrá maquillar otras realidades, pero no la de infinidad de personas haciendo lo que sea cada día para agenciarse unos cuantos pesos.
Las formas de “ponerle una trampa al centavo” son múltiples. Van desde vender minutos a celular, pasando por el puesto de fritanga, hasta la venta de ropa y cosméticos por catálogo. Todo vale.
Y en ese mercado azaroso, participan los que más pueden. No importa si se es bachiller, tecnólogo o profesional. Incluso, quienes tienen especialización. Aquí lo que cuentas es asegurarse el sustento diario o endeudarse, caso en el que los primeros en salir a ofrecer ayuda, son los agiotistas del gota a gota.
Con corte a noviembre, la desocupación en las 13 principales ciudades y áreas metropolitanas es de un 10,4 % en este año, frente al 10,2 % que se registró en el 2018. No se trata de décimas ni cifras escuetas, sino de familias que sufren el rigor de no tener ingresos fijos. Son ellos quienes se rebuscan “la sopa para la casa”.
No tienen plante o capital para un negocio, por eso con cincuenta mil pesos o menos, arrancan con algo mínimo. Una caja con dulces, chicles y cigarrillos, puede ser.
La revelación la hizo el Dane tras señalar que son 189 mil más los colombianos que se sumaron a la población desocupada, que raya los 2.5 millones de personas. Una cifra inquietante en un país cercano a los 50 millones de habitantes, donde el nivel de empleo informal está en el orden de 5.6 millones colombianos de acuerdo con la misma entidad.
Apenas para sobrevivir
“Este puesto me da para vivir", asegura Hugo Mario Solórzano, quien montó un negocio de elementos de ferretería a media cuadra de la Plaza de Cayzedo. Y agrega: "Diariamente puedo ganar entre 40 y 50 mil pesos. Suma poco más del mínimo, y de ahí toca cubrir el alquiler de la casa y el colegio para dos hijos pequeños”.
Llega antes de las ocho de la mañana y ofrece sus productos hasta las seis de la tarde. Soporta por igual las lluvias o los solazos tan inmisericordes que hacen temer que los artículos de metal terminen derretidos en la lona roja sobre la cual extiende sus mercaderías.
Ese el trabajo informal. Otra cosa el rebusque de doña Elena, sin apellido porque nunca se lo he preguntado. Asumo que tiene algo más de 50 años y vende minutos a celular, a $200.
Armando Amézquita encuentra en la navidad y en la Feria de Cali una oportunidad alentadora. Comienza vendiendo velitas para el alumbrado, sigue con la juguetería que consigue al por mayor en los negocios del centro, cercanos a la llamada “olla”, y concluye diciembre con la comercialización de sombreros imitación de los costeños, los de ala volteada, traídos de la China, pero muy apetecidos por los turistas.
El margen de ganancia no es mucho, pero le da para comer junto con su familia de la que forman parte 4 personas. “Es que a los pobres nos da por tener muchos hijos y no me explico por qué”, reflexiona este hombre que bordea los 50 años, la mayor parte de los cuales ha invertido en rebuscarse.
—¿Y vos de dónde sacás que son más de dos millones de colombianos que viven del rebusque?—, me cuestionó Yecid González, quien además de amigo es un economista atento al devenir del país. Coincidimos en que pueden ser más. Podrían rebasar los tres o, por qué no, llegar a los cuatro millones de compatriotas.
Y tomamos lápiz y papel. Sencillo: Los desocupados se la ingenian de alguna manera para conseguir lo del sustento diario, a lo que debe sumarse el que no todos los que figuran con empleo informal tienen un oficio permanente. Hoy venden frutas, pero mañana, si no les resulta, intentan con la ropa a crédito.
La realidad social de Cali
Cali es una de las ciudades más golpeadas con la desocupación. Está en el orden de 12,5 % para el periodo agosto-octubre de 2019. La cifra porcentual presentó un aumento de 1,4 puntos frente a igual trimestre de 2018.
Las oportunidades escasean. Una explicación sencilla es el alto volumen de migración que se concentra en diferentes puntos de la ciudad. Unos son desplazados por el conflicto armado, otros venezolanos de tránsito hacia el sur del país.
Al margen de la situación que enfrenten, ellos también necesitan sobrevivir.
Un termómetro sencillo se puede apreciar en los semáforos. Venden de todo: confites, pañitos húmedos, ambientadores para el carro, están los malabaristas y contorsionistas que se ganan cualquier moneda, y los migrantes venezolanos que abundan en las intersecciones de la avenida Ciudad de Cali, en el Distrito de Aguablanca, ofreciendo café tinto en termos. Lo preparan bien sabroso. Yo soy uno de sus clientes asiduos cuando por razones de trabajo, visito la zona.
El rebusque no pasará de moda, como tampoco los que acuden a esta modalidad así el presidente Duque hable de la “economía naranja” como un salvavida para todos, tal como el acetaminofén se ha convertido en muchas EPS, en el único paliativo para las enfermedades.
“Yo no sé que es eso de la economía naranja —me dijo Hugo Mario Solórzano—, pero suena bonito…”.